Economía en sentido contrario: Banamex
LA X EN LA FRENTE
Fue Guadalupe Loaeza la que escribió que después de París, la ciudad más bonita del mundo es Oaxaca. Y es una frase que cada día se pone más a prueba.
De hecho le escribió un libro completo: “Oaxaca de mis amores”.
Y es que Oaxaca ha ejercido, desde siempre, una extraña fascinación por quienes la conocen por primera vez y despierta el morbo de quien por vez primera escucha de ella.
El mezcal, las tlayudas, la guelaguetza, sus trajes regionales, su centro histórico colonial, sus zonas arqueológicas y su gastronomía en general representan un extenso abanico para todo aquel que quiera una bocanada de aire fresco y a la vez ancestral.
El hechizo que Oaxaca infunde en los visitantes ha venido con sus luces y sus sombras. La gentrificación es un fenómeno al que tenemos que empezar a hacer frente.
Pero al margen de ello, la mística de Oaxaca y su patrimonio natural y cultural, hace que los oaxaqueños seamos especialmente preferidos como amigos.
Más allá de cualquier otra calidad y cualidad la única carta de presentación que necesitamos es ser oaxaqueños.
Al oaxaqueño, por el solo hecho de ser de Oaxaca, se le abren las puertas del mundo. Tenemos una especie de segunda naturaleza ontológica que refuerza nuestra calidad de personas humanas.
Eso ha pasado con Loretta Ortiz Ahlf, una Ministra enamorada profundamente de Oaxaca.
Cuando el Rector de la Benemérita Universidad de Oaxaca, mi amigo el maestro David Martínez me invitó a la corte a platicar con la Ministra, mis expectativas eran ínfimas. Pero al menos tendría yo la oportunidad de convivir con buenos amigos a quienes casi no veo, y de conocer la Corte y las maravillas que de su edificio se comparten por redes sociales, especialmente sus murales.
Mis expectativas fueron felizmente superadas.
Desde el primer contacto todo fue comodidad y relajación. No habían barreras, no había guion ni recomendaciones especiales. La ausencia de protocolo fue total y de repente ahí estábamos en una plática de amigos.
Se habló de todo. Más de Derecho que de otra cosa. Y era de esperarse entre una ministra y puros abogados y profesores de Derecho.
Pero la primera cosa que dejó en claro fue su amor por Oaxaca y su deseo de retirarse aquí haciendo la otra cosa que ama: dar clases.
Yo a Loretta la conocí por su libro con el que aprendimos Derecho Internacional Público cuando la bibliografía era escasísima y cuando la rama era considerada como relleno en los limitados planes de estudio.
Nadie sospechaba que íbamos a vivir la era del Derecho Internacional de los Derechos Humanos y que la obra de la Ministra Ortiz iba a sobrevivir a la obsolescencia de muchos de sus contemporáneos. Hoy son páginas que no tienen una sola arruga y que deben estar presentes en nuestras bibliotecas.
Pude advertir, a riesgo de equivocarme, que ella es una ministra de “izquierda”, pero no por orientación política, sino ideológica.
La pasión con la que nos hablaba de la defensa de los derechos de los pueblos y las comunidades indígenas, de la justiciabilidad de los derechos económicos, sociales y culturales (sobre lo cual también tiene publicado un libro) y de su preocupación por los activistas de derechos humanos la pintaba de cuerpo entero.
Y me llamó particularmente la atención una cosa: en más de una ocasión respecto de diferentes discusiones en la Corte, llamó a sus pares a tomar una “dosis de realidad”.
La ministra Ortiz fue diputada federal y llegó como “externa” al pleno de la Corte.
Y creo que su caso es ejemplo de la sabiduría de los Constituyentes cuando diseñó el mecanismo de integración de la Corte y los Tribunales Superiores de Justicia, que no quiso limitar a la carrera judicial en aras de la pluralidad y la riqueza de experiencias y visiones.
Por mi parte agradezco infinitamente la generosidad de la Ministra y su don de gente.
Como lo escribí en redes sociales a propósito de Jorge Malem Seña y su artículo “¿Pueden las malas personas ser buenos jueces?”, pude constatar (nadie me lo platicó) que en la Corte tenemos, al menos, una Ministra que es un gran ser humano y que -como decía José Muñoz Cota- es “una semilla gigante que camina”.
*Magistrado de la Sala Constitucional y Cuarta Sala Penal del Tribunal Superior de Justicia de Oaxaca