Economía en sentido contrario: Banamex
Las hostilidades habían comenzado ya
pero la campaña diplomática
aún proseguía.
MARCH BROCH, Los reyes taumaturgos
Tal vez.
Es tan amplio el mundo de lo probable que para escribir nos agarramos a la forma de lo correcto.
La sociedad, el tiempo, los modos de la comunicación nos exigen formas concretas, cerradas, contundentes que no dejen espacio a las interpretaciones. Habitamos el mundo donde todo es importante porque nada importa, nos piden que no haya nada suelto a la imaginación, que los temas han de ser verificables.
Tal vez.
Y ahí, frente a nosotros, se extiende ese gran campo, el territorio de lo probable, lo no dicho o lo que está por decirse o lo dicho y sentido y negado por poco conveniente.
El espacio que sangra desatendido.
Cada mañana crece.
Lo veo cuando me siento al trasto y elijo los temas de la escritura, hay cosas que se atoran por descabelladas, se evitan y no nacen.
Nonatas se atoran.
Como un dolor en la panza, un retortijón.
Y no por ser negado poco conveniente deja de ser.
¿Cómo abordar la escritura en Oaxaca?
¿Cuáles los temas?
¿De qué escribir?
¿Cómo tratar los espacios de la cábala?
Si toda referencia apunta hacia mi ombligo, a la punta del pie, me vuelve pueblerino, provinciano, atrasado, premoderno.
Aldeano en tiempos de la negación de las froneras.
Y ese es el pleito.
Me integro a una moda, mi escritura deja de ser mía para asumir un modo de decir, de ser
que no es el mío ni dela gente que habita en el espacio que yo habito.
La Oaxaca nuestra.
El sitio común.
Y acá llega el pleito, ¿quién soy yo para señalar el sitio común?
¿Quién soy yo para decir el lugar de todos?
Nadie.
Soy todos, la figura que se borra entre el rostro de todos, el que trabaja con el bien común –
la palabra escrita.
Y me levanto y digo y peleo conmigo.
Y me vuelvo a sentar al escritorio.
¿Quién soy yo?
Entonces regreso a tierra y miro las cosas que guardo junto a la máquina.
El escritorio.
La estructura de una vieja máquina de coser de mi madre, una Singer.
Sobre la estructura de fierro colado puse un cristal.
Ahí escrito.
Ese es el territorio de mi madre nacen las palabras.
Mi madre, indígena analfabeta, viuda al frente de cinco niños que exigían alimento.
Sobre el cristal ligero el ligero atril de aluminio sobre el que está el trasto, la máquina.
Sobre la máquina el teclado.
Junto al teclado el ramo de flores.
Y en el teclado el mundo del tal vez desde donde yo cada mañana, madrugada, tarde o
noche escrito.
Del asiento no menciono nada.
Porque no se habla del potro de los tormentos.
En el escritorio junto al atril reposa un rostro de barro, una taza de Atzompa.
Junto a la carita de Atzompa el termo de aluminio que me regalaron unos amigos, el café.
Se requiere de un mundo físico estable para sentarse a elaborar la repetición, la escritura.
Para comunicarse.
Y está el mantel a rayas blancas y azules y está el cuadro, recargado en la ventana, sobre la cortina bordada en un municipio de los Valles Centrales.
Cuando escribo me descubro municipal.
Con esa preferencia por la poesía de las islas británicas.
Frente a la máquina digo tal vez, las palabras que me compañan.
Tal vez
En muchas de las ocasiones detengo el impulso de las manos, los deseos que buscan las letras y tejen las palabras.
En otros casos se guardan el aire, contenidas.
Tal vez.
Escribo tal vez y abro la puerta de las palabras, acaricio las letras y sus sonidos, mastico palabras.
Porque, vamos, con el tiempo descubro que hay más cosas -temas- adentro que afuera y que nosotros por mero gusto de conquistados elegimos lo repetido, lo ya dicho.
Porque de eso tratan los medios masivos, de no cargar novedades sino de repetir rutas ya andadas, sabidas.
Si, tal vez
Así o si.
así.
Partir de lo negado.
Tal vez, sin quererlo, renunciamos por temor a las palabras que nos encierran el futuro.