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SAN LUIS POTOSÍ, SLP., 29 de marzo 2021.- Agustín estaba petrificado y sudaba copiosamente; no quería ni respirar por temor a ser escuchado por la anciana y por el ser monstruoso.
Movió a Bernardino y a José Trinidad con los codos, pero estos debido al cansancio no reaccionaron.
El hombre volvió a mirar hacia abajo y su terror aumentó cuando pudo observar cómo la anciana comenzó a extraer trozos del cuerpo dejado por el ente y los acomodaba sobre masa extendida en hojas de plátano, es decir tamales.
Agustín escuchó ruidos en el bosque que producen las aves cuando se acerca el amanecer, y con frenesí sacudió a sus compañeros que adormilados lo miraban intrigados. Con voz baja les dijo que tenían que irse rápidamente del lugar.
-“Tenemos que salir de aquí pero rápido, allí abajo la vieja esa está haciendo tamales de cristiano”. Los dos sacudieron la cabeza para entender mejor lo que les decía y cuando Agustín les dijo que miraran hacia abajo, descubrieron a la extraña mujer cerrando los envoltorios con la carne humana.
José Trinidad y Bernardino terminaron entendiendo con horror lo que pasaba, y al moverse atrajeron la atención de la anciana quien rápidamente envolvió el último trozo de carne y como los demás lo metió en el perol sobre el fuego. Luego con su voz chillona les dijo: «Hijitos, ya despertaron y se quieren ir, pero primero van a almorzar tamalitos».
Los tres hombres bajaron rápidamente del tapanco y argumentando tener mucha prisa agradecieron a la viejecita diciendo que tenían que retomar el camino antes del amanecer para avanzar evitando el intenso calor del día.
La mujer insistió en darles tamales con café, pero como se negaban les dijo que en todo caso se los llevaran en los morrales para el camino. Corriendo Bernardino, Agustín y José Trinidad abandonaron la choza y se internaron en el bosque sin saber hacia dónde se dirigían, sobre al escuchar el sonido de ramas que se quebraban a sus espaldas sospechando que eran seguidos por el ente. Treparon por elevados cerros y con la máxima celeridad que podían llegaron a un arroyo siguiendo su cauce para alejarse lo más posible. Sin embargo, alcanzaron a observar cómo entre la espesura había otras luces encendidas en distintos lugares y eso aceleró su corazón y el miedo los invadió.
Las primeras luces del día les permitieron observar dos o tres chozas más y la adrenalina les hizo sacar energías para no parar.
Esos jacales pertenecían -se supo después- a una comunidad de caníbales. Caminaron todo el día y noche, en algún momento José Trinidad estuvo tentado a sacar del morral los tamales para comer, pero Agustín lo paró de un manotazo recordándole que eran de carne humana.
Dos días más tarde y a punto del colapso vislumbraron un valle dónde había caseríos y eso los animó a continuar, pese al debilitamiento por su esfuerzo. Lograron llegar a un poblado de la zona del Mezquital -en Hidalgo- donde los lugareños comenzaban a salir de sus casas arribando para ir a labores del campo. Se acercaron a un arriero, quien los miró con desconfianza por su deplorable aspecto, pero al escuchar que pedían ayuda los condujo a su jacal donde les brindaron alimento.
Les preguntó si se habían perdido o de dónde venían y cuando le narraron lo que habían enfrentado el hombre murmuró: «Entonces sí es cierto lo de los caníbales».
El campesino les consiguió un par de mulas e indicó un camino por donde podían seguir hasta la Ciudad de México. Ya en la capital del país preguntando, los tres hombres arribaron al Palacio del Gobierno Federal, pero dos guardias les impidieron la entrada, sobre todo por su aspecto sucio los sombreros deshilachado y los huaraches rotos.
Agustín, José Trinidad y Bernardino con la cabeza agachada les platicaron la terrible experiencia que habían vivido y uno de los soldados llamo a quien sería un funcionario de rango, trajeado, quien a su vez los condujo a una pequeña oficina donde más tarde un oficial del ejército los escuchó.
Inmediatamente tras darles de comer y proporcionarles ropa, ordenó a un pelotón de militares que acompañaran a los tres de regreso a las montañas para verificar lo que decían. Bien armados los soldados siguieron a los hombres que de alguna manera lograron recordar el rumbo que habían seguido y dos días después arribaron a la choza de la anciana.
De la puerta salió el monstruoso ser, seguido por la vieja blandiendo un pesado tronco para atacarlos, pero estos dispararon y lo mataron mientras que la anciana emitía chillidos de coraje y dolor. Lo que siguió fue todo un espectáculo macabro para los militares pues al rededor del jacal encontraron montones de esqueletos humanos y huesos tirados por todas partes, llenos de moscas, gusanos y despidiendo un hedor insoportable. Algunos vomitaron y otros de tapaban la nariz.
La anciana en el interior del jacal tomó un palo puntiagudo y se lo clavo en el estómago muriendo casi al instante. Meses después llegaron más brigadas de soldados para exterminar el resto de los caníbales dispersos entre la selva.
José Trinidad, Agustín y Bernardino fueron escoltados hasta la comunidad donde vivían y gracias a su terrible aventura lograron que el Gobierno Federal enviara ayuda para construirles caminos que los conectaron con los pueblos de la región, enviaron médicos para atender la salud, semillas de frijol, maíz y otros cultivos, asi como cerdos, gallinas y conejos para granjas con los cuales comenzó poco a poco a llegar el progreso a las comunidades de la Sierra Madre en la Huasteca Potosina.
Fuente: Quadratín San Luis Potosí