Diferencias entre un estúpido y un idiota
Cipriano Flores Cruz
OAXACA, Oax., 24 de junio de 2018.- No cabe la menor duda, los diputados en general y los diputados oaxaqueños en lo particular, se han encargado tenaz y sistemáticamente de envilecer esta figura de la representación política hasta convertirla en sinónimo de corrupción, irresponsabilidad, grillería barata, oportunismo, arribismo, incapacidad, de tal manera que la figura del diputado en lugar de dar prestigio da vergüenza.
Este conjunto de seres humanos así considerados, no pueden más que integrar un Poder Legislativo reprobado y vilipendiado por los propios ciudadanos. Ser diputado, hoy en día, es pasar a formar parte de un grupo de personas que no gozan de ningún tipo de reconocimiento social, en razón de ello, los votantes ven en ellos no a su representación sino a alguien que le pueden sacar algún bien de provecho particular y no a un bien de la representación.
De la misma manera, la institución de la postulación de este tipo de diputados, no goza tampoco de reconocimiento social, simples medios de arribo político, de negocios privados, símbolo de la corrupción y de denigración de la política, desde luego, nos referimos a los partidos políticos, son una calamidad ante los ojos de los ciudadanos.
Si a todo esto le aunamos que estos diputados, estos partidos, estos gobernantes y representantes populares, con sus actuaciones han ensuciado una de las actividades más bellas del hombre: la política, el cuadro se cierra con esta denigración de la política, de la vida pública, al final del propio Estado.
Por todo esto, el ciudadano ya no espera de su representación algún bien público, que es el bien más natural de estos gobernantes, sino espera de ellos un bien privado, un bien propio, un bien particular. Vende su voto, presiona por la vía de la fuerza para obtener algún beneficio, reprueba las elecciones, incluso ayuda a ensuciarlas, vota pero a condiciones de establecer una relación particular para provecho personal con el diputado. El qué me das, el qué gano, sustituye el bien público por el bien privado.
Siendo así la política prevaleciente, en ella nos enredamos todos, nos ensuciamos todos, como mal de todos, nos sentimos justificados al seguir el mismo camino, el que quiere devolverle a la política su dignidad y espíritu de servicio público pronto es arrojado de este paraíso de la corrupción, de los intereses privados para desgracia de todos.
Cómo ha sido que hemos llegado a este estado de cosas es motivo de un tratado de investigación; sin embargo, a bote pronto surgen los motivos más generales, entre ellos tenemos: la simbiosis entre la política y los negocios.
Los políticos se han convertido en magnates de los negocios con la utilización de los recursos públicos, no hay forma más redituable de ser rápidamente rico y millonario que a través de la política, de la misma manera, el empresario privado no ve otra manera de florecer sus negocios que a través de la política.
Políticos y empresarios van de la mano, el empresario que no se lanza en esta aventura estará en peligro de ver a su negocio extinguirse poco a poco y de manera inexorable. Político que no hace fortuna a través de la gestión pública será considerado un inepto, tonto, incapaz en el nuevo mundo de la política, reprobado por su propia clase.
En este primer punto, vale la pena intentar romper esta simbiosis desde las reglas electorales, desde las normas de actuación de en los poderes Legislativo, Judicial, Ejecutivo a nivel nacional, estatal y municipal.
Devolverle a la política su sentido más elemental: servir a los demás con verdadera vocación. Que ser representante popular ya no cueste una fortuna, devolverle al pueblo la soberanía popular y no al dinero. Que la política sea de nuevo una vocación y no un negocio lucrativo, he aquí el problema.
Un segundo punto sería buscar por todas las formas posibles la participación ciudadana en las decisiones públicas, desde el presupuesto participativo, acceso libre a los archivos de la gestión pública, desde la participación en la postulación para los cargos públicos, práctica del gobierno abierto es la posible solución, la revocación del mandato por la simple vía de la opinión pública, la terminación anticipada del cargo de representación por decisión ciudadana como está sucediendo en las comunidades indígenas es otra posible vía.
Que ensuciar a la política cueste y cueste mucho, para empezar el escarnio público es una vía, el juicio de residencia es otra vía, leyes severas para el que utilice los bienes de todos para provecho privado es la posible solución.
Quitando a la política el traje de los negocios privados y estos del traje de la política será el remedio más eficaz para dignificar nuestra vida pública.
Hacer del político un ser respetable, reconocido, depende, como siempre de la soberanía popular y no conozco otro camino más que este.