Día 30. Y sin embargo, no hay supremacías absolutas
El país se enmarca en la autocomplacencia ante severos nubarrones en el horizonte. Que los inversionistas tengan más claridad que los políticos no significa mayor sensibilidad ni mayor compromiso más allá de las utilidades de los negocios en que participan.
Quien invierte realiza un cálculo racional, quien hace campaña por el voto o por la adhesión pública pretende lograrlos por cualquier medio.
En la política, el engaño suele ser recurso básico.
En los negocios asumirlo regularmente lleva al fracaso.
Los empresarios mexicanos, o quienes dicen representarlos juegan más a la política y menos a la economía.
El régimen morenista se arroga la representación del pueblo.
Como suele ser en ese tipo de empeños, es una decisión maximalista; el pueblo es uno y quien se resista o se oponga es un enemigo, que no tiene que ver solo con la política, puede ser la judicatura, la ley y cualquier decisión institucional que no comparta la posición del representante del pueblo.
Desde luego, que en este mismo cajón está el escrutinio social al poder, esto es, la libertad de expresión. Y no es porque los críticos están en lo cierto o en el apego a la verdad; el problema no es la calidad de lo que digan los periodistas, para esa forma de ejercer el poder el tema es el disenso a quien manda y ordena, en otras palabras, el rechazo es a la libertad de criticar, no a la calidad de la crítica.
Esto significa que la pulsión propia del régimen autocrático sea claramente excluyente, uniformante, vertical y, en última instancia, represiva, por las buenas o por las malas.
En esas está el país, con una oposición institucional en su más bajo lugar, no sólo por los magros espacios legislativos, sino por su crisis moral y de representación.
Alejandro Moreno del PRI es justo lo que no se quiere y Marko Cortés, el artífice del peor desastre electoral del PAN sigue siendo la voz e imagen del mayor partido opositor.
La resistencia sí existe y está en las bajas de los afectados por el despotismo presidencial, muchas en el espectro del feminismo abierto o implícito, que recorre desde las organizaciones que entienden que el sistema violento, criminal y opresivo no se resuelve con la paridad en los órganos legislativos ni con mujeres en cargos gubernamentales.
Ellas sí han avanzado, pero el régimen patriarcalse sostiene y los feminicidios van en aumento al igual que la violencia familiar, cada vez más cruel y violenta.
Igual puede decirse de las madres buscadoras; el régimen declara avance contra el crimen al presumir una baja en la tasa de homicidios, mientras la lista de desaparecidos se dispara porque criminales y gobiernos comparten la conveniencia de desaparecer cuerpos.
También en la resistencia están los trabajadores del Poder Judicial Federal, en la movilización cívica cada vez más arrinconada o en los empresarios pequeños, rehenes de la extorsión por autoridades y criminales, que a veces suelen ser los mismos. Pero el régimen autocrático insiste en definir a sus enemigos que nada tienen que ver con lo que afecta al país, ni siquiera al mismo gobierno porque los contrapesos institucionales o sociales son una manera de autorregulación democrática.
No se entiende porque una mente instalada en el autoritarismo asume que no hay otra contención válida que la propia.