La Constitución de 1854 y la crisis de México
OAXACA, Oax., 10 de marzo de 2019.-Para ubicar a un régimen político es prudente enunciar su papel y estatus en la historia. El primer condicionante del gobierno de Andrés Manuel López Obrador es el capitalismo mundial y en lo específico, el capitalismo mexicano.
El Presidente no se puede mover más allá de las condiciones que impone este régimen económico, político y social, parece que tampoco lo desea.
Dado este condicionante, los márgenes de acción del proyecto obradorista se ubican en las normas y en las relaciones sociales de producción capitalista, además de que el país hegemónico de esta forma de producción es nuestro vecino: los Estados Unidos de Norteamérica.
Para evitar la concentración de la riqueza, el obradorismo requiere que el Estado mexicano recupere su protagonismo ante las distorsiones del libre mercado. El Estado de Bienestar es el mejor remedio para encauzar un crecimiento económico tan necesario, que el neoliberalismo no pudo instrumentar.
Tres acciones son básicas para el nuevo gobierno, para hacer funcionar el sistema económico, político y social: Separar la economía de la política, restituir el Estado del Bienestar y mantener la estabilidad macroeconómica, hasta aquí el gobierno no ha tenido mayores problemas, tiene de su lado a los empresarios americanos y mexicanos.
El gobierno ha sido muy prudente ante cualquier embestida de los capitalistas, sin embargo, no dejan de presionar para que el Presidente no se incline a la izquierda, este ha sido el papel de las calificadoras y del capital financiero internacional y nacional.
En estas condiciones, el gobierno mira hacia adentro y plantea sus prioridades gubernativas: Combate a la corrupción, a la inseguridad, a la pobreza y lograr el crecimiento económico.
Si se observa, el logro de estas prioridades mejorará el conjunto del sistema económico, social y político. Sin corrupción, con seguridad de la vida y de los bienes de las personas, con el logro de menor desigualdad y de la pobreza de la gente funciona mejor la sociedad de mercado, el crecimiento económico se dará por añadidura.
Para el logro de estos objetivos prioritarios, el Presidente piensa que no puede lograrse en un sexenio, de aquí su propósito de hacer en un sexenio lo que se puede hacer en dos, pero va más allá, por lo menos se necesita un período semejante al del período neoliberal: treinta y seis años.
En razón de ello, necesita instaurar una hegemonía, en términos gramscianos, es decir, un nuevo régimen político, económico, social y cultural, dentro de los márgenes del capitalismo, definido el gobierno en términos éticos y morales, como la honestidad y la vocación de servicio en la función pública.
En lo específico, esta nueva hegemonía requiere, para su instauración, de la centralización del poder político en manos del Presidente de la República. Decía Maquiavelo que para terminar con la corrupción se necesita mano regia.
Centralizar las decisiones en manos del gobierno federal, la creación de la Guardia Nacional es tan solo un ejemplo de ello, es indispensable, así como el control de los principales gobiernos municipales, estatales, congresos locales, la Cámara de Diputados y la de Senadores, el Poder Judicial y maximizar los medios de comunicación a cargo del Estado, de aquí su exitosa conferencia de todos los días y de sus giras en el territorio nacional.
El Presidente entiende perfectamente que sin la centralización del poder será inútil hacer funcionar bien el gobierno, institución estratégica para el logro de sus objetivos prioritarios, un gobierno austero, republicano, de servicio.
Los beneficiados con la descentralización y del debilitamiento de la institución presidencial durante el neoliberalismo, como los gobernadores, las organizaciones sociales, el crimen organizado, la clase burocrática, los tecnócratas, los partidos políticos, los sindicatos, la sociedad civil, los medios de comunicación, las corporaciones en lo general, desde luego, se muestran muy inconformes con este proceso centralizador.
Para el Presidente el logro de un buen gobierno y de un gobierno eficaz requiere de la centralización. Nuestra historia demuestra que los gobiernos centralizadores han sido exitosos en el logro de sus proyectos. La centralización es un recurso, no es un fin.
Además de la centralización, el Presidente necesita de Morena, para ganar todas las competencias electorales, de aquí su propósito de reducir el financiamiento público a los partidos y determinar como delito grave el fraude electoral, además de minar la credibilidad de las autoridades electorales. Morena se tiene que convertir en el nuevo partido hegemónico de México por necesidades políticas del nuevo régimen.
Una herramienta más del gobierno es la política de bienestar, no se trata solo de aliviar la grave situación de los desposeídos sino de construir una gran masa de apoyo para el gobierno para la instauración de la hegemonía y el logro de sus objetivos prioritarios.
Salvo problemas de operación política, por falta de experiencia, de cálculo político, han surgido algunos problemas, sin embargo, el proyecto va bien, desde luego, nos duele que las naciones mexicanas en su lucha por la autodeterminación no sea prioridad para la Cuarta Transformación.