Llora, el país amado…
CIUDAD DE MÉXICO, 4 de septiembre de 2020.- El júbilo presidencial por las remesas es un tema que se debe considerar con cautela porque la experiencia y las estadísticas muestran que no son, de ninguna manera, un pivote para el desarrollo nacional ni determinantes para resolver el grave problema de la desigualdad y la pobreza en México.
Básicamente son un fondo de transferencias familiares y, precisamente por eso, su efecto es marginal, aunque más bien es nulo para el crecimiento económico. Sus efectos generalmente son limitados y restringidos para el grupo o la región receptora, de ahí que para poder expandir su impacto se requieren políticas públicas sustentadas en una estructura fiscal equilibrada, con escasa informalidad, y seguridad jurídica. Exactamente lo que le hace tanta falta al país.
Contra todos los pronósticos, las remesas han mantenido un flujo sorprendentemente sólido a lo largo de la pandemia y aunque en mayo y junio mostraron crecimientos sorprendentes por la suspensión global de actividades, en julio sostuvieron su crecimiento para representar 3 mil 500 millones de dólares, un crecimiento de 7.2 por ciento comparado con el mismo mes del año pasado.
Si reunimos lo que han enviado los mexicanos en el extranjero a sus familiares durante estos 12 meses, vemos una cifra histórica del orden de 38 mil 300 millones de dólares, que es motivo del entusiasmo presidencial frente a la crisis económica que enfrentamos y por la que dice se evitó la hambruna.
En lo que va del siglo, las remesas han mantenido una tendencia ascendente que, desde los 6 mil 573 millones de dólares en el 2000, aumentó a 21 688 millones en 2005; con altibajos en 2010 cerró en 21 mil 304 millones, para avanzar hasta los 24 mil 785 millones en 2015 y alcanzar en 2019, al inicio del actual gobierno, 36 mil 49 millones de dólares.
Desde la perspectiva numérica, son recursos que superan los montos anuales de la inversión extranjera directa, de las ventas petroleras y los ingresos turísticos.
Más aún, desde 2002 México es uno de los tres principales países receptores de remesas a nivel mundial, en disputa con la India y China.
Sin embargo, su volumen no resulta suficiente para impulsar un proceso de crecimiento económico porque son recursos con destinatarios específicos, generalmente hogares en condiciones de vulnerabilidad, marginación y pobreza, que utilizan ese dinero para cubrir sus consumos esenciales: para subsistir y de manera extraordinaria, pero también a muy largo plazo, algunos logran destinar una parte a inversiones productivas, aunque son las menos y de muy corta vida.
Con apoyo en información de la CONAPO vemos que solamente 1.6 millones de los hogares mexicanos, que representan al 4.7 por ciento del total, son los que reciben remesas.
De ese universo, el 27 por ciento de esos hogares se ubican en los 2 deciles de los mexicanos con los ingresos más bajos, lo que significa que son muy pobres. En contraste, solamente el 12 por ciento están en los dos deciles de más altos ingresos.
Pero para la mayoría de los receptores de remesas, los recursos que reciben desde el extranjero no es suficiente para alejarlos de la línea de pobreza de ingresos de la que habla el CONEVAL y que en las zonas urbanas se ubica en 3 mil 217 pesos con 82 centavos, (unos 146 dólares) y de 2 mil 9 pesos con 47 centavos (91 dólares) en el campo. A eso, hay que restarle las onerosas comisiones de los intermediarios financieros.
Y si nos acercamos a sus patrones de consumo, el 36 por ciento destinan sus remesas a comprar alimentos, 18 por ciento al transporte y las comunicaciones (telefonía e internet) y 10 por ciento a la educación, señala el INEGI.
Las remesas han jugado un papel esencial para la estabilidad socioeconómica nacional, pero deben ser un elemento de vergüenza para los gobiernos, el actual y los anteriores, porque gracias al sacrificio de muchos mexicanos que han sido obligados a emigrar para encontrar lo que el país no les brinda, se garantiza la subsistencia solidaria de millones de ciudadanos también sin oportunidades.
Gracias a esos recursos y al esfuerzo de los migrantes, crisis como la actual no son más trágicas porque, como se muestra en las estadísticas, en momentos de estabilidad y crecimiento económico las remesas se mantienen estables, pero se incrementan significativamente en los periodos de crisis económica y sin recomendaciones de las autoridades ni con retorica alusiva a Adam Smith.
Aun así, las remesas tienen un efecto muy limitado y restringido como factor de desarrollo y en la reducción de la pobreza porque, de origen, son una renta que trabajadores precarios y vulnerables transfieren desde el extranjero a hogares de condiciones socioeconómicas equiparables.
Más que vanagloriarse por el ingreso de las remesas, el gobierno federal debería proponer una estrategia que permita superar y resolver los problemas estructurales que perpetúan la pobreza y que no están presentes en los programas asistencialistas ni en el fomento de la economía informal.
@lusacevedop