
Asume Martín Bravo la dirección técnica interina del Puebla
En el universo de la fiesta brava se viven, aprecian y disfrutan rituales que tocan las fibras más sensibles de la mente, el alma y emoción como, por ejemplo, el sorteo, el vestir a un torero o el paseíllo; momentos pletóricos de riquezas que motivan sensaciones que se convierten en vibraciones que recorren en caudal los ríos de vista, venas y epidermis.
Hay también rituales de una exclusividad y sello singular que sienta sus raíces en un tiempo y un espacio de la amplia geografía de la tauromaquia, como es la Procesión de la Virgen de la Caridad que se realiza en el redondel de la Plaza de Toros La Taurina, de Huamantla, pueblo mágico de Tlaxcala y nuestro México.
Acabo de vivir ese momento, ese ritual, esa veneración y ese espectáculo que es preámbulo a la Corrida de la Luces. Fue un momento de religiosidad, magia, movimiento, música y color en el que el embeleso aborda y conquista, motiva y emociona hasta el llanto y la sonrisa porque se cimbran cuerpo y espíritu por el prodigio de vivir lo que se vive, se ve, se siente y se aquilata.
Todo inició en la puerta de cuadrillas por donde entró en andas la venerada Virgen de la Ascensión, rebautizada y amada en Huamantla como la Virgen de la Caridad desde hace siglos, porque a las puertas de su capilla se colocaban calzado y vestuario, semillas, frutas y verduras, así como enseres que la gente humilde elegía gratuitamente para su casa y su familia.
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