Llora, el país amado…
Raúl Ávila | Oaxaqueñología
OAXACA, Oax., 20 de enero de 2019.- Puede existir algo más allá de los partidos en el manejo del poder y eso podría ser el singular sistema político mexicano de sello priista.
El PRI es un fenómeno muy poco estudiado en proporción a su influencia cultural sobre el estado y la nación.
Si en general los libros sobre partidos políticos mexicanos son escasos, siguen llamando la atención los pocos estudios realizados sobre el partido que definió el Estado-nación mexicano moderno y contemporáneo.
Los hay aún menos sobre sus opciones estratégicas y tácticas para el futuro cercano.
La cuestión viene a la mesa porque en la coyuntura histórica en la que se halla el país el PRI parecería orientarse a refundar a través de Morena un sistema centenario ya agotado.
Para respaldar esa hipótesis, recojo del debate público y expongo cuatro argumentos: el de la excepcionalidad nacional, el del pragmatismo táctico, el del péndulo y la alta política, y el de la evidencia empírica reciente
La excepcionalidad implica que desde la pérdida de la mitad del territorio en 1848 y la relación asimétrica en los 170 años siguientes con los EU, los políticos mexicanos saben que por encima de sus diferencias y competencias está el país.
Este factor cobra máxima prioridad cuando el contexto internacional y las circunstancias nacionales lo ponen en riesgo.
Cuando ello ocurre, como en la Reforma o la Revolución, la 2a Guerra Mundial o la caída del Muro de Berlín y la Unión Soviética más la irrupción del neoliberalismo, de un lado, y las mutaciones demográficas, cambios profundos en la estructura social o rebeliones radicales internas como en los años 70 y 90, entonces el sistema se adapta porque su prioridad es sobrevivir
En consecuencia, ante el cambio geoestratégico mundial en curso, el fin del periodo neoliberal, el giro nacionalista-populista proteccionista y el malestar nacional, ha llegado el tiempo de transformarse porque la Patria es primero.
El pragmatismo táctico operacionaliza aquella premisa. Es decir, cuando la excepcionalidad es exigida, entonces los partidos aliados saltan por los aires y se ven obligados, junto con sus líderes y corrientes, a buscar realineamientos y reacomodos ante la nueva situación.
De allí que se reciclen antiguos cuadros y personalidades, y que en la refundación quepan casi todos los que entiendan que cambiar es una forma de permanecer.
El clásico argumento del péndulo pactado desde los arreglos cupulares de la alta política es otra justificación del juego nuevo que un país semi-periférico se ve orillado a poner en acto.
Todos a la izquierda con Lázaro Cárdenas, –salvo el PAN fundado dialécticamente en 1939– para afrontar el fin del liberalismo individualista del siglo 19 y cumplir las promesas de la Revolución social de 1910-1917 de modo que el Estado pudiera procesar las urgentes demandas populares.
Todos (o casi todos) a la derecha en los más recientes 40 años, salvo la izquierda radical y, en un movimiento táctico no menos dialéctico, AMLO en 2012 al no firmar el Pacto por México y fundar Morena. Lo demás es historia inmediata.
Ciertas evidencias e inferencias contribuyen a pensar en que la 4T es en parte una refundación.
Los notorios y no corregidos errores del PRI y el PAN en la selección de sus candidatos presidenciales y sus pésimas campañas.
Las coaliciones armadas por el PAN y el PRI, otrora aliados, divididos y enfrentadas en su perjuicio.
Los 9 millones de votos que perdió el PRI en relación con su votación presidencial en 2012 y una cifra igual que AMLO captó en 2018, al grado que solo perdió en una entidad federativa: Guanajuato y se embolsó 19 congresos locales más la mayoría en las dos cámaras del Congreso.
La inferencia de que la elección presidencial se definió por las alianzas entre dos bloques de ese nivel: de un lado, Fox, Calderón y Salinas, y del otro Zedillo, Peña y López Obrador.
Los acuerdos y la actitud de AMLO con sus tesis del punto final sobre las posibles responsabilidades de los protagonistas del régimen neoliberal.
El patrón de votaciones del PRI en el Congreso de septiembre de 2018 a la fecha y el colaboracionismo y alianzas de sus gobernadores frente a la dislocación de sus homólogos panistas en los temas cruciales.
En el fondo estamos en verdad ante una nueva transformación que puede poner al país en pie de convertirse en una potencia más que intermedia y menos satelital. Pero no será fácil.
Quizás cuando en 2029 el PRI celebre su centenario y Morena sus 15 primaveras podrá comprenderse mejor que la 4T fue un capítulo más de la exitosa adaptación del país a sus propias mutaciones y a las condiciones de un contexto internacional agresivo.
Es solo una hipótesis, pero es probable que más allá de los partidos, la 4T cambie mucho para que mucho siga igual.
Más allá de los partidos, transformarse es cambiar las formas para preservar los valores esenciales resguardados en la Constitución.