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CIUDAD DE MÉXICO, 7 de mayo de 2018.- El 15 de abril se cumplieron 80 años de la muerte de César Vallejo, un mes después del aniversario 126 de su nacimiento y a cien años de que comenzara a dar a la poesía universal su impronta memorable con Los heraldos negros (Lima, 1918), obra que sigue vigorosa y vigente, quizá más porque escasos han sido los bardos que puedan opacar su legado. Esto lo apunto como dato y con cierta tristeza.
¿Habría quien dijera de Vallejo, a su muerte, lo que Pope de Newton? También los poetas dispersan las tinieblas y crean la luz con la palabra. Espero que esto no sea una exageración. Creo que el peruano le torció el cuello al cisne modernista de muy engañoso plumaje para dar a luz la poesía vanguardista y comprometida y causó escozor en su época y en la nuestra… aunque no tengamos conciencia de ello.
Pensemos en Archibald MacLeish, contemporáneo de Vallejo, quien desde la capital del imperio postuló que la poesía y la revolución política encuentran terreno común en un mundo cambiante: “Hay una muy buena razón por la que la relación de la poesía con la revolución política debiera interesar a nuestra generación. La poesía, para la mayoría, representa la intensa vida personal del espíritu único. La revolución política representa la intensa vida pública de una sociedad con la cual el espíritu único debe, pero no debe, hacer su paz. La relación entre ambas contiene un conflicto que nuestra generación entiende: el conflicto entre la vida personal de un hombre, y la vida impersonal de muchos hombres.”
Vallejo comenzó a escribir muy joven y tuvo una vida literaria productiva de sólo 22 años, pues murió a los 46. En su mundo los intelectuales se formaban en la aurora, los hechos transcurrían de manera vertiginosa y quienes sentían el llamado de la reflexión y de participar activamente en la vida social y política, eran impelidos a crecer al ritmo de un mundo que parecía correr.
César comienza a publicar en 1916, en la convulsión de la Primera Guerra Mundial, conflicto que afectó a la totalidad del planeta. Poco más tarde vivió la revolución socialista que transformaría no sólo a la Rusia zarista sino al mundo entero a lo largo del siglo XX.
Al analizar la producción literaria latinoamericana de esa época, José Carlos Mariátegui distinguía tres periodos: uno colonial, otro cosmopolita y otro nacional. En Siete ensayos sobre la realidad peruana, uno de los textos clásicos de la teoría latinoamericanista, Mariátegui incluye a César Vallejo en el apartado sobre literatura, donde lo describe como el precursor de una nueva conciencia y una nueva poética peruana.
No estaba equivocado Mariátegui. Quizá fue por ello que César Vallejo sintió pequeño el patio literario del Perú y buscó nuevos aires en Europa, donde encontró el ambiente creativo que buscaba… y también la intolerancia política.
Los heraldos negros fue el primer poemario que publicó, en 1918. La fuerza expresiva de estos poemas los ha mantenido a salvo del paso del tiempo. Puedo decir que el poema introductorio, que lleva el mismo nombre del libro, es quizá uno de los más lúcidos, inteligentes y desafiantes que se hayan escrito. Una ayuda de memoria para quienes valoran la poesía:
Hay golpes en la vida tan fuertes…¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma…¡Yo no sé!
Son pocos, pero son… Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas
O los heraldos negros que nos manda la Muerte.
La obra de Vallejo no está en el preciosismo apolítico, sino que nos ofrece una sustancia telúrica.
Y llamo la atención a una paradoja hechicera: hay una diferencia fundamental entre la poesía (y la literatura) del mundo angloeuropeo con la del mundo latinoamericano. Dijo Archibald MacLeish que para los poetas, “American as well as English … the time is near”. Pero ya en su tiempo, los años treinta del siglo pasado, unas cuantas decenas de poetas habían dado la vida en América Latina por causas políticas; y ni hablar de las centenas de políticos que en algún momento de su vida incursionaron por la poesía. Pero, me dijo Edmundo Murray, “en nuestra América no hay políticos por un lado y poetas por otro. Es toda una ensalada maravillosa de luces y sombras que a mí me presentan un poeta más humano que el purista de academia o biblioteca. Lo que para MacLeish fue una posibilidad de generaciones futuras, para César Vallejo fue un rito de pasaje tan natural como hacer el amor en un cementerio. La mezcla de periodistas-poetas- políticos todavía aterra y fascina en algunos antros académicos euro-yanquis”.
Yo a mi vez cito otro fragmento del estadounidense: “La verdadera maravilla no es aquella que los diletantes literarios dicen sentir: la de que la poesía deba ocuparse tanto de un mundo público que tan poco le concierne. La verdadera maravilla es que la poesía se ocupe tan poco de un mundo público que le concierne tanto”.
Recuperemos, pues, a César Vallejo.
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