Diferencias entre un estúpido y un idiota
Morelitos despedidos: ¡Uníos!
Uno de los orgullos de mi optimismo tiene además de los resabios aun guardados alguno que otro litigio en tanto maestrante en Historia por uno de los Institutos de mayor prestigio en la materia a nivel internacional por los conceptos e interpretaciones de la realidad en que nos desenvolvemos en este país de milagrería, López Velarde dixit, sobre todo cuando repito una de mis más gustadas caracterizaciones del ser nacional espetando sin mucho tiento “el mexicanazo” sobre ciertas conductas reiteradas de nuestra identidad que si bien no se da en todas las personas, si es algo característico de nuestra idiosincrasia a pesar de la reticencia, enojo e imposibilidad de aceptarlo por quien lo expresa y actúa. Desde Oscar Lewis en su magnífica obra de antropología urbanahasta las jocosas y bastante descriptivas composiciones de Chava Flores como la celebérrima “A que le tiras cuando sueñas mexicano”, pasando por varias investigaciones de centros especializados como el Centro de Investigaciones y Estudios Especializados en Antropología Social, CIESAS, se documentan científicamente esas características que hasta ahora son del dominio especializado de la academia, las universidades, las escuelas de ciencias sociales y bastante rechazadas y negadas por la opinión pública con argumentos dignos de otros estudios también.
Las falsedades que de tanto repetirlas y propagarlas por los rumores, notas amarillistas y propaganda sobre todo gubernamental aunque también privada sobre todo de las mercancías se vuelven versiones creíbles, expresiones, juicios de valor, adjetivos, calificativos, caracterizaciones, interpretaciones y argumentos que se expresan con total desparpajo con una actitud de sapiencia o manejo de la realidad que incluso en nuestro terruño es tan usual en caso de personajes de una cultura oral que se auto nombran historiadores, proliferación de seudo profesionales en universidades patito o con taras y usos para obtener el título que van desde el porrismo, los favores sexuales, la compra de calificaciones y la laxitud de requisitos académicos y de conocimiento, la ocupación de puestos de trabajo y servicio público de cuates y cuotas con el hasta ahora irremediable pedigrí del partido en el poder. Erigirse como autoridad auto adscrita, denostar a las opiniones contrarias tratase de quien se trate con argumentos sin sustento, inverosímiles, enjundiosos y en caso de rechazo utilizar la denostación, el ataque del emisor antes que el concepto o señalamiento e incluso la agresión verbal o a veces hasta física, descalificar por filiación personal, grupal, partidista o fundamentalismo, discriminar primero con argumentos voluntaristas, clasistas, sexistas y al sentirse en desventaja pertrecharse en una caracterización de pobreza, humidad y trato discriminatorio por quien o quienes los confrontan argumentalmente.
Dentro de estas características del ser nacional destacan también la victimización constante, el rechazo a la riqueza más que a la acumulación en una caracterización bastante alejada de las definiciones especializadas que lo mismo lo es tener una casa propia, un vehículo automotor, enseres personales poco comunes, el ser perdedor se convierte en un atributo loable, celebrable y de prestigio que va desde el “héroe por antonomasia” del cruel imperio azteca que su nombre significa águila que cae, hasta las derrotas gloriosas destacablemente expresadas en el ya clásico “no fue penal” hasta la sarta de glorificaciones ahora mismo en la Olimpiadas que se celebran en Francia que baste mencionar como botón de muestra la nota que dice y celebra que el competidor mexicano en bádminton hizo historia porque ninguno antes había ganado un set en estas competencias: ¡Hágame usted el refravón cabor! Como lo he escrito en pasadas colaboraciones, la amargura social, el soslayar cualquier ley o disposición que no se ajuste a los intereses de quien las infringe, el rencor y el deseo de venganza guardado y acumulado son también otras características bastante compartidas que van desde los filmes de caballitos bastante aceptados en que el hijo huérfano crece para vengar al padre asesinado, hasta el patético caso de un reo de más de setenta años que aseguró en una audiencia penitenciaria en que se le quería darle un tratamiento específico para que compurgara en su domicilio o por una visión subjetiva de buena fe revisar a fondo su caso, el hombre visible molesto por negar que lo ayudaran espetó: Cuando tenía veinte años me casé con mi mujer que entonces me engañó con otro hombre, me esperé cincuenta más, tuvimos hijos y cuando ya nada nos unía la maté y lo volvería hacer.
Gerardo Garfias Ruiz