“…que le están degollando a su paloma”
Indicador Político
CIUDAD DE MÉXICO, 13 de noviembre de 2016.- Las elecciones presidenciales en los EE.UU. se convirtieron en un desafío político para México y los mexicanos, pero también sirvieron para identificar el grado de dependencia de nosotros hacia ellos: no sólo las patéticas muestras de apoyo de mexicanos a la candidata demócrata Hillary Clinton a cambio de nada, sino el pasmo gubernamental a la espera de los resultados.
La derrota de Hillary fue asumida en México como personal, nacional, a pesar de que la candidata no asumió ningún compromiso formal con los mexicanos migrantes, de que el muro con el que amenazó Trump había sido construido en su primera etapa por Bill Clinton en 1994 y de que el gobierno de Barack Obama –cuando Clinton era secretaria de Estado– deportó 2.7 millones de hispanos durante sus ocho años.
Como siempre, el factor dependencia domina las relaciones bilaterales. Las primeras reacciones hablaron de México ante el gobierno de Trump, cuando el ejercicio de la soberanía debiera de tener un enfoque al revés: Trump frente México. A pesar de tener agenda, intereses y relaciones en curso, México asumió una actitud pasiva ante Trump y entreguista con Hillary.
La presidencia de Trump los próximos cuatro años exige un replanteamiento de la política exterior mexicana, de su estrategia bilateral y de sus enfoques de seguridad nacional. Por primera vez un mandatario estadunidense mirará a México como un subordinado y no como un aliado. Y los cambios en el tratado de comercio libre los haría Trump en función de los intereses estadunidenses.
De ahí la urgencia de que México tome cuando menos tres decisiones:
1.- Redefinir su política exterior frente a la Casa Blanca precisando los principios de independencia y soberanía.
2.- Redefinir su política de intereses nacionales en el entorno geopolítico como una forma der marcar su territorio de seguridad nacional en el reacomodo de las alianzas internacionales.
3.- Replantear su modelo de desarrollo para dejar de exportar indocumentados a los EE.UU. echados de México por la crisis.
Los pronunciamientos de Trump a lo largo de la campaña y las vertientes principales de su política exterior siguen viendo a México como un subordinado incómodo con más problemas que soluciones. De ahí la oportunidad para que México se sacuda la pesada carga de esperar siempre que las soluciones a sus crisis vengan de los EE.UU.
Lo peor que puede ocurrir será esperar a que Trump no pueda con el paquete o que le estallen otros problemas y los mexicanos pasen a niveles menos prioritarios, pero a la larga será como comprar un seguro contra daños a terceros. El problema puede ser de largo plazo si se cumplen los augurios de que la distancia política de Trump no sería de cuatro años sino de una reelección de otros cuatro.
A diferencia de otras administraciones republicanas, la de Trump será más agresiva que las de Nixon y Reagan y más arrogante que la de Obama. Para evitar excesos y humillaciones, México deberá regresar a los tiempos en que la política exterior hacia los EE.UU. era producto de un consenso nacional de defensa de la soberanía y de una interlocución respetuosa. Trump ya demostró que ve a México con desdén.
Trump podría ser la oportunidad para que México reconstruya su soberanía como nación y deje de ser dependiente.
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