La Constitución de 1854 y la crisis de México
Raúl Ávila Ortiz
OAXACA, Oax., 2 de junio de 2019.- La historia muestra que cuando un régimen se agota y otro lo desplaza se enfrentan dos enfoques contrapuestos sobre la realidad.
De un lado, quienes se van y sus apoyadores defienden su legado a partir de premisas ideológicas sin referencia al contexto real, según ocurre hoy con quienes exigen libertad sin mencionar los tristes despojos que continúa arrojando a diario el circulo vicioso de sus injustos excesos en un país de suyo desigual.
Por el contrario, quienes operan para consumar el cambio de régimen enfatizan los efectos adversos de tal círculo vicioso y se asumen portadores de la solución al priorizar la igualdad y la justicia que faciliten reordenar y asegurar no solo el goce de derechos sociales sino de derechos básicos como la seguridad y la vida.
Así, la historia política y constitucional de México a través de la Independencia, la Reforma y la Revolución se distingue por la demanda popular de reconocimiento, inclusión y justicia social ante los abusos del poder.
Ese reclamo a la postre determinó la reconfiguración del nuevo Estado resultante.
De Hidalgo, Morelos y Guerrero a Gómez Farías, Juárez, Ocampo y Lerdo; de los Flores Magón a Zapata y Villa; y de los Cárdenas a los Muñoz Ledo, Ibarra de Piedra, López Obrador y una larga lista de luchadores sociales y políticos, la historia se repite cuando se les ha identificado pugnando por la igualdad sustancial y la justicia.
Ahora bien, casi es ocioso decir que tanto los actores salientes como los recién llegados son igual de pragmáticos, solo que los segundos lideran las preferencias por su crédito moral que también puede ser dilapidado y en ningún caso ha sido o será eterno.
Ciertamente, ya sea durante la 1a Transformación o la Independencia, la 2T o la Reforma y la 3T o la Revolución es posible registrar tales dinámicas.
Lo que es más, dentro de la propia coalición ganadora que derribó al vetusto e ineficaz régimen previo suelen diferenciarse las posiciones y disputarse el liderazgo para conducir y hasta reorientar la transformación.
Al final, sus divisiones internas influyen en su éxito o fracaso.
En la Independencia los disensos entre Hidalgo frente a Allende, Morelos ante sus coaligados, y más tarde Guerrero ante Gómez Pedraza y Bustamante llegaron al extremo del fusilamiento de los tres héroes populares.
Aunque al final triunfó el proyecto independentista y liberal radical en su contexto, el costo fue muy elevado pues los liberales conservadores que eran sus aliados a su vez fueron presa de los reaccionarios, quienes pudieron asirse al poder hasta que la segunda generación de liberales radicales les ganaron la batalla.
Otro tanto ocurrió precisamente en la Reforma pues Juárez, Ocampo y los Lerdo junto con Díaz fueron capaces de concretar y defender el nuevo orden constitucional liberal radical de 1857 ante liberales conservadores como Comonfort, reaccionarios como Zuloaga o proimperialistas como Almonte, Miramón o Mejía.
Pero no se olvide que el principal problema de los entonces liberales progresistas exitosos que restauraron la República en 1867 fue no solo el divorcio entre ideología y realidad política sino sus propias divergencias.
Estas dieron paso al liderazgo pragmático de su otrora aliado, el Porfirio Díaz antirreeleccionista del Plan de Tuxtepec de 1876, quien por ese medio opuso una auténtica acción política y militar de inconstitucionalidad de su tiempo al abuso del poder, en lo que más tarde el también incurriría.
El crédito moral perdido por el liberalismo pragmático porfirista pasó a manos de los movimientos populares, democráticos, nacionalistas e institucionales (magonismo, reyismo, zapatismo, villismo, obregonismo y carrancismo) que pactaron la Constitución de 1917.
Pero tampoco se pierda de vista que las oligarquías persistentes tardaron en ser liquidadas y que los revolucionarios que implantaron el nuevo régimen, de Carranza a Obregón y Calles y de Cardenas a Ávila Camacho y otros más se lo disputaron, lo estabilizaron y aprovecharon a lo largo de varias décadas hasta que lo enajenaron a las fuerzas del mercado y una serie de poderes salvajes e ilícitos.
Si releemos nuestra propia historia no deberían sorprendernos los acontecimientos hoy en curso:
Por un lado, la visión de los neoliberales dogmáticos defenderá una democracia liberal y representativa pero no admitirá que esta fue capturada y pervertida por la informalidad y la ilicitud al punto de atrofiar a la Nación.
Y si lo hacen será a costa de que la solución no toque sus premisas teóricas o sus intereses creados.
Por el otro la opción popular y nacionalista, sobre todo su ala radical, seguirá proponiendo que la realidad política y social desautoriza el pensamiento liberal –más idealista que contextual–y seguirá presionando por acelerar el reemplazo de sus premisas, actores, arreglos institucionales y sus consecuencias quizás no deseadas por todos pero si rrefrenables y perversas.
En el medio continuará el vaivén de los liberales y populares moderados que saldrán y entrarán al juego central del los poderes y el Gabinete.
La historia también enseña que la transformación está en sus inicios y que muchos más hechos y actos agridulces habrán de embargarnos, antes de ver el desenlace del más reciente capítulo litigioso entre libertad y justicia.