
Irán adelanta ataques de la UE contra carteles terroristas
Claudia Sheinbaum no solo fue a la cumbre del G7 como invitada: asistió como la presidenta de un país que ha aprendido a sobrevivir entre las potencias. Su presencia marca un punto de inflexión en la política exterior: México ha dejado de ser un espectador periférico para insertarse en la discusión global con identidad propia. El escenario no era menor. Un mundo en guerra (Ucrania, Medio Oriente), con Donald Trump desafiando los acuerdos multilaterales, y con el orden internacional en vilo. En ese contexto, México entró al salón de los poderosos, no como subordinado, sino como representante del Sur Global. Un país que, pese a sus contradicciones, puede mediar, aportar y equilibrar. La Presidenta no fue a buscar aplausos: fue a poner sobre la mesa los intereses nacionales. Habló de migración, comercio justo, justicia climática y seguridad energética. Temas que los países del G7 no pueden resolver solos y que necesitan la visión de quienes conocen el costo de la desigualdad y la exclusión. Y es que el G7, encerrado durante décadas en su lógica de club selecto, empieza a entender que el mundo ha cambiado. Ya no basta con hablar entre ellos. Necesitan escuchar otras voces. México se ofreció como esa voz: latinoamericana, norteamericana, indígena, mestiza, urbana y campesina. Una voz compleja, sí, pero indispensable. Esta entrada al G7 no es un trofeo, es una responsabilidad. Implica sostener el papel de México en la agenda internacional con dignidad, sin servilismo, pero con inteligencia estratégica. Implica construir alianzas que respeten nuestra soberanía y fortalezcan la economía de México, no que nos coloquen como pieza desechable en los juegos geopolíticos. México habló con voz propia. Nuestra presidenta mostró una imagen de serenidad y firmeza, destacándose como una líder segura y diplomática. Vestida con elegancia y portando una actitud resolutiva, transmitió confianza tanto en sus intervenciones como en sus gestos, reflejando el peso de México en el escenario global. Su postura erguida y su mirada directa enfatizaron su determinación para abordar temas complejos, como el comercio internacional, la migración y la cooperación económica, sin ceder ante las presiones de las potencias mundiales. Además, demostró una fortaleza notable al defender los intereses de México y de América Latina con discursos claros y propuestas concretas. Su capacidad para mantener un equilibrio entre firmeza y cordialidad le permitió establecer diálogos productivos con otros líderes, mostrando que México no solo es un actor relevante, sino también un aliado estratégico. Su presencia en el G7 reafirmó su papel como una estadista capaz de navegar en un entorno geopolítico desafiante, dejando en claro que su liderazgo está a la altura de las circunstancias globales.
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