Respuesta a la violencia e inseguridad
Seguridad y Defensa
Las relaciones entre México y Estados Unidos han sido y seguirán siendo un conflicto. Del modelo de vecindad como convivencia fronteriza se ha descendido al modelo de vecindad tipo colonia popular del centro de Ciudad de México, o microcosmos complejo, contradictorio e inevitablemente marcado por la violencia social.
El punto de partida ha sido equivocado: históricamente, el Gobierno de Estados Unidos ha visto a México como su vecino incómodo, como una carga inevitable, como una sociedad subdesarrollada frente a la tipología anglosajona, un pasivo histórico que avanza como la humedad por la expansión de las comunidades mexicanas en todo Estados Unidos, un dejo de fastidio hacia un país que no se ha desarrollado como EU y que se parece más a Puerto Rico que a Hollywood, un lastre de inseguridad y violencia a lo largo del territorio de más de 3,000 km de frontera.
Los gobiernos estadounidenses no han sabido gestionar una interpretación histórica de lo ocurrido a mediados del siglo XIX: el expansionismo territorial condujo a EU a una guerra de conquista territorial que le quitó a México la mitad de su tierra, aunque la expansión de las comunidades mexicanas ya va más allá de la mitad del territorio estadounidense, con evidencias de una disminución del porcentaje de la población anglosajona.
La estrategia imperial y de seguridad nacional de Washington siempre desdeñó a México. Sin embargo, a partir de 1962 la Casa Blanca se ha dado varios topes en la pared mexicana porque la diplomacia de su vecino no ha respondido a las instrucciones, órdenes y exigencias, comenzando por la decisión de la diplomacia de México en 1962 de negarse a romper relaciones diplomáticas con Cuba por su régimen marxista leninista, desdeñando las órdenes directas y contundentes del Departamentito de Estado o, como dijera Fidel Castro, del Departamento de Colonias.
A pesar de vecindades y gobiernos conservadores, México encontró en la política exterior un espacio de autonomía relativa que respondió a algo que Estados Unidos no alcanza todavía a entender: la existencia de intereses nacionales mexicanos que se ponen por encima de los intereses nacionales estadounidenses, e inclusive atropellando las percepciones autoritarias de Washington que creyeron que México era un peón a partir de la lógica del Tratado de Comercio Libre que firmó el presidente Salinas de Gortari.
A lo largo de 60 años, México ha sido un dique de contención –en modo del rompeolas– al expansionismo imperial estadounidense en la región: protegió a la revolución cubana cuando era socialista, encareció la ofensiva imperial de la Casa Blanca al operar el golpe de Estado contra el presidente socialista chileno Salvador Allende en 1973, diluyó el expansionismo militar de la conferencia de ejércitos americanos, deslució la fase de asesores militares estadounidenses para combatir la insurgencia revolucionaria, permitió la revolución sandinista popular, cuidó a la revolución salvadoreña, condenó las invasiones de Panamá y Jamaica y frenó el dominio imperial americano.
Todas estas acciones mexicanas que diluyeron la dominación imperial de Washington se hicieron inclusive en la lógica del entreguismo político y económico de los gobernantes de México, como el caso simbólico del Gobierno represivo de Gustavo Díaz Ordaz que utilizó toda la fuerza autoritaria del Estado contra movimientos sociales y que nunca permitió alguna acción intimidatoria de EU contra Cuba, a pesar de que los servicios mexicanos de inteligencia estaban subordinados a la CIA.
Ante la imposibilidad de la inteligencia estadounidense para descifrar la actuación política de México, los gobiernos de Estados Unidos prefirieron delegar la gestión política mexicana al PRI, pero en el entendido de que este partido sería la garantía de impedir que México se convirtiera en un país socialista-comunista, como lo habían venido temiendo todas las fuerzas conservadoras americanas. El Tratado de Comercio Libre fue asumido en Washington como el último candado para, decía el embajador John Dimitri Negroponte, experto en desestabilizaciones, borrar de México el sentimiento nacionalista que tanto incomodaba a los intereses americanos.
El eje del desentendimiento México-EU se localiza en tres asimetrías: la del desarrollo, la del origen histórico-cultural y la de la sobrevivencia de la hormiga viviendo junto al elefante. Es decir, no existen elementos históricos o circunstanciales que pudieran permitir la percepción de que algún día los dos países coincidirían en amistad y niveles de desarrollo como para suponer una comunidad americana como la Unión Europea. La sola presencia expansionista de mexicanos viviendo en Estados Unidos es la garantía de un choque cultural que siempre tendrá a los dos países en posiciones de adversarios con intereses encontrados.
México nunca podrá ser una sociedad como el estadounidense, sobre todo por la incapacidad tecnológica y productiva que define el american way of life o modo de vida americano. Aun en los ciclos de gobiernos mexicanos más conservadores, la capacidad de sobrevivencia de los dirigentes políticos radicó en políticas sociales de profunda raíz histórica y el modelo de igualdad más social que de acceso al confort cotidiano.
En este sentido, las desavenencias entre el presidente López Obrador y el presidente Joseph Biden tienen raíces históricas que deben de analizarse y responden a un instinto de sobrevivencia mexicana frente al expansionismo agobiante de Estados Unidos que siempre ha visto a México –aunque lo niegue en público– como un protectorado inevitable porque México y los 3,000 km de frontera significan la línea roja de seguridad nacional para cada uno de los dos países.
En lugar de amenazas, el presidente Biden y los estadounidenses de todo signo ideológico están perdiendo el tiempo con críticas y recriminaciones, en lugar de buscar la única salida posible al conflicto bilateral: el replanteamiento del enfoque estadounidense sobre México.
Centro de Estudios Económicos, Políticos y de Seguridad.
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@carlosramirezh