Las participaciones federales entran a subasta
Indicador Político
WASHINGTON, D.C. 5 de marzo de 2017.- Cuando cambio los referentes históricos en la relación de México con los Estados Unidos en aras de lograr la firma estadunidense al tratado de comercio libre, el presidente Carlos Salinas tenía claro que el costo político iba a ser alto. Pero en su escenario estratégico no incluyó la variable política del largo plazo.
Veintidós años después, el Tratado demostró su fracaso social y dejó claro que el costo político e histórico del aumento de las exportaciones será más alto que el beneficio de una integración imposible por asimétrica. El concepto de interdependencia que quiso venderse como ventaja comparativa en 1993 no fue más allá que una mayor dependencia del capitalismo político estadunidense.
En la reunión del presidente Peña Nieto con columnistas y articulistas quedó claro que México carece de una estrategia de seguridad nacional para encarar las presiones del gobierno de Trump y que todo se reduce a resistir las presiones y jugar al desgaste del tiempo y de problemas mayores. Sin embargo, hasta ahora Trump ha mostrado que no se mueve por jerarquización de las circunstancias sino por los temas centrales de su agenda racista y supremacista.
La designación del economista Luis Videgaray Caso como secretario de Relaciones Exteriores no obedeció a una estrategia de seguridad nacional sino a la simple circunstancia de la relación personal del funcionario con el yerno de Trump, Jared Kushner; sin embargo, el sitio semioficial de la Casa Blanca, breibart.com, acaba de revelar que Jared ya se subordinó a la agenda migratoria del supremacista Steve Bannon, el todopoderoso funcionario de la Casa Blanca. Por tanto, los espacios de Videgaray se redujeron a cero.
Las relaciones de México con los Estados Unidos quedaron en su mínima expresión, pero de máxima importancia: la deportación de cuando menos seis millones de mexicanos indocumentados en los EE.UU. y la revisión total del Tratado comercial para lograr mayores beneficios a las exportaciones estadunidenses. Del lado mexicano, sin embargo, en Los Pinos siguen a la espera de que Trump termine con su arsenal critico contra México y pueda sentarse a negociar sin confrontaciones.
México necesita una política bilateral con tres características: de Estado, enérgica y con prioridades mexicanas, condiciones por cierto que Trump de ninguna manera va a aceptar. Por tanto, es la hora en que México tome la iniciativa y redefina la política exterior hacia los Estados Unidos en función primero de la definición de los intereses mexicanos en el exterior. En la segunda mitad de los ochenta De la Madrid obligó a la Casa Blanca a sentarse con seriedad y equidad con México a partir de la amenaza mexicana de que decretaría la suspensión de pagos para meter a la economía estadunidense en un colapso.
La política exterior no radica en la definición de temas comerciales o de relaciones personales, sino que debe ser la expresión de la política interna en cuanto a prioridades nacionales y al modelo de desarrollo orientado al bienestar y a la defensa de la soberanía ante los acosos foráneos. Pero aquí quieren hacerlo al revés: que Trump vía la deportación de migrantes y un nuevo tratado defina los intereses mexicanos en función de los estadunidenses.
Lo que puede salvar la política exterior mexicana de las relaciones de sometimiento a Trump es la construcción de un nuevo consenso, pero nadie está trabajando en ese sentido.
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