
Mujeres de San Antonio de la Cal logran la tlayuda más grande del mundo
OAXACA, Oax., 23 de julio de 2017.- Si en la literatura sobre relaciones internacionales desde la perspectiva realista se suele hacer inventario de recursos para determinar el grado de poder nacional, ha de aceptarse a la cultura como parte de ese registro.
Más aún, si a los clásicos elementos del Estado, según la teoría moderna: pueblo, territorio, orden jurídico, soberanía y gobierno se agrega la cultura, entonces la calificación podría variar para unos y otros países. México y Oaxaca serian --y son-- auténticas potencias culturales.
La cultura es, al mismo tiempo, forma de vida, sus representaciones y manifestaciones mentales y sociales compartidas, lo mismo que productos y servicios en que se expresan en forma tangible en los espacios público y privado, susceptibles de protección y tutela jurídica.
La cultura es modo de producción y consumo, de convivencia y participación, de relaciones políticas y sociales, de regulación, permanencia y cambio. La cultura es conducta y resultado, prácticas y símbolos, dinámica y estática, ser y parecer.
Desde luego, a mayor diversidad mayor cultura que se nutre, en singular, de la pluralidad de lo diferente que es otro en sí mismo e igual en lo que es común.
Cultura de las culturas e interculturalidad son indisociables para fortalecer y equilibrar, emancipar y coexistir. Para esto es indispensable la sensibilidad y la comprensión, la inclusión y el intercambio, la conversación y la cooperación. Sin duda, también lo es, la divergencia y hasta el conflicto.
Un país-continente como México y un estado-país como Oaxaca debieran asumirse mucho más en términos de sus recursos, capacidades y vocaciones culturales, sus diferencias y coincidencias.
Si la economía mixta, la planeación democrática y la rectoría del estado, inscritas en la Constitución, se conciben como sustento del progreso material y el desarrollo cultural entonces los objetivos y métodos están más que claros y disponibles.
Si entre los derechos humanos y sus garantías: universales, indivisibles, interdependientes y progresivos, se cuentan los derechos culturales, individuales y colectivos --a la identidad, no discriminación por ningún motivo, educación, información y comunicación, patrimonio, creación y arte, propiedad intelectual, y acceso a producción y goce de bienes y servicios, por lo menos-- con especial énfasis en la promoción de los intereses de las minorías y grupos vulnerables, entonces la red protectora y el parámetro de aplicación están a la vista.
Esa política cultural es importante y urgente. No se valen pretextos ni posverdades.
Si durante el siglo 20 México se definió por la economía del petróleo, que aceleró la generación de un estado clasista moderno con todas sus virtudes --crecimiento, industrialización, urbanización, democracia formal, derechos sociales, identidad nacional-- y sus defectos --desigualdad, exclusión, informalidad e ilegalidad, pobreza y crimen, estado más o menos débil según sectores, culturas de legalidad e ilegalidad-- en el siglo 21 bien haría en volcarse a la cultura, a las culturas a efecto de sustentar su viabilidad soberana.
Esto último, en tanto fin y medio para forjar, según el artículo 3o de la Constitución, un sistema de vida fundado en el constante mejoramiento --no empeoramiento-- integral del pueblo, que atienda a nuestra independencia económica y política, e imprima continuidad y acrecentamiento, precisamente, a nuestra cultura.
Así pues, desde familias, grupos, pueblos y comunidades a barrios, colonias, unidades habitacionales y ciudades; al interior de los sectores público, privado y social y entre todos ellos; y dentro y fuera de las fronteras del estado y del país, la llamada es la misma.
Libertad pero con cooperación y solidaridad. Competencia pero con equilibrios y compensaciones. Derechos y propiedad privada pero con pleno respeto a derechos y modalidades públicas, sociales y comunitarias. Producción y consumo pero con sustentabilidad ambiental y bienes básicos asegurados. Representación y gobierno pero con garantías y controles constitucionales eficaces. Globalización pero con cultura e identidad.
Como es más que evidente, en ese inventario del siglo 21, México tiene en Oaxaca y Oaxaca en México, en toda persona y sector, y dentro y fuera de sus fronteras, el secreto a voces de su siguiente milagro de prosperidad económica, bienestar social y legitimidad política que termine por desarmar al jinete cíclico de las regresiones.
Ojalá que los oaxaqueños: los de la riqueza del trabajo, el genio y la nostalgia, la alegría y el lamento, visión y división; locales y globales, lo tradicional e hipermoderno, la acción y la contracción; los de la dignidad del ganar y compartir, los del egotismo y el tequio, el arte y la guelaguetza; los de lo sublime, lo singular, lo increíble y lo absurdo e inaceptable; los de ayer, hoy y mañana, los de historias y promesas; los de la sierra, valle, selva y mar, los del cielo y la tierra sepamos convertir aquel secreto en saber cotidiano y pan de vida para todos.