Economía en sentido contrario: Banamex
La patria no la define quien suprime a su pueblo
Como segunda generación de mexicanas y mexicanos en utilizar los libros de texto gratuito, recibí el adoctrinamiento de la versión oficial de la historia entre otros temas, que lo mismo nos llevaron a creer a pie juntillas en aquella versión exaltada con dibujos del goloso de Guelatao que en una porción de tierra desprendida del cerro que rodeaba la célebre laguna llegó a la ciudad de Oaxaca arropado por sus borregos y la flauta que tocaba sin cesar sin ser albur histórico,que a recibir los reglazos en mis manos y en mi inteligencia de la profesora de segundo año de primaria, cuando le inquirí me dijera si los héroes nacionales descritos en los libros de texto eran humanos o dioses porque nada decían de sus vidas cotidianas que me hacía dudar de ello. Los profesores que tuve hasta el cuarto año eran egresados de las escuelas normales donde desde entonces la ideología de la escuela rural mexicana que tuvo entre sus ideólogos más reconocidos a Rafael Ramírez, fueron aleccionados en una ideal de carmelitas descalzos y profetas del nacionalismo revolucionario que impregnó la vida y coexistencia social emanadas del triunfo del movimiento de 1910.
En este contexto nos inculcaron esa motivación de tal manera que éramos los más fieles defensores de lo que llamaban el fervor patrio dispuestos a hacerle un viva México de oreja a oreja a quien se atreviera a mancillarla o atentar contra los símbolos nacionales como la bandera, el himno y por supuesto las míticas y hechizas historias de las promujeres y prohombres del altar patrio que a la fecha no pocos de esa generación perdida continúan promoviendo y aun imponiendo desde la más alta responsabilidad de nuestra nación.
Huesos sembrados en la más completa impunidad y “certificados” por las instituciones habilitadas para ello de unos niños héroes que a la fecha conmemoran, versiones francamente kitsch de los episodios novelados de la independencia que es altamente recomendable leer las obras científicas al respecto y de forma más digerible, cómica y socarrona la memorable obra de Ibargüengoitia “Los pasos de López” que le aseguro a mi chaira comadre querida, nada que ver al menos con el apellido de ella sabe muy bien quién.
Una “independencia” de los peninsulares que utilizó como carne de cañón a miles de integrantes de los Pueblos Originarios por segunda ocasión después que los castellanos se apoyaron en miles de ellos para derrocar al cruel imperio azteca, con tal de terminar con la dominación sobre los criollos que exigían y demandan poder compartir el poder y las ganancias económicas liderados por personajes otra vez enaltecidos hasta el paroxismo que supieron muy bien cómo hacerse de la participación de los condenados de la tierra y de grupos comandados por afromestizos como Morelos y Guerrero que salvo la inmortalidad en los libros de texto gratuitos y en fechas como estas son recordados en medio de una parafernalia que ya parecía superada y que hoy en el nacionalismo revolucionario reciclado se levantan de sus tumbas esplendorosamente.ç
Ceremonias del llamado grito de independencia que para no salirse de los inventos francamente telenovelescos, también se inventó la fecha al gusto e imposición de un gobernante de cuyo nombre no quiero acordarme, Cervantes dixit, que para emparejar la celebración de su onomástico en el más completo mexicanazo decidió que sería de él en adelante la noche del 15 de septiembre con miles de anécdotas chuscos y ridículos que van desde el ignaro presidente municipal de mi San Jerónimo añorado que como Calígula hizo cónsul a su caballo, el gobernícola amigo suyo hizo a su burro primer concejal, que en su primer literalmente grito espetó: Viva Cristóbal Colón, hasta el eficiente y poco empático gobernante que en lo más álgido del momento crucial del 15 de septiembre al dar la primera campanada se vino el cordel con todo y badajo que casi le cuesta el fusilamiento al militar asistente que empleaba.
Cenas opíparas, vestidos y perfumes caros, desfile de parejas oficiales, presupuestos inflados y desviados por los ujieres del momento, discursos manidos, presunción de haber sido tocados con una mirada del gobernante en turno, queda bien con la esposa y los hijos del que manda, ayudantías que se pelean por adivinar las señales cuasi divinas del “patrón”, dipsomanías disfrazadas u ocultas en los devaneos más insólitos entre otras conductas repetidas hasta el hartazgo sexenio tras sexenio que ahora se disfrazan en aquella obra de burlesque llamada “adiós guayabera mía” y vestidos de hermosa república mexicana mientras el populacho espeta apretujadobajo los balcones del palacio que se trate para desfogarse en el anonimato tan nuestro para injuriar, insultar , chiflar y gritar al gobernante en turno que está casi cierto que son porras y alabanzas a su desempeño y así hasta el infinito y más allá.
Gerardo Garfias Ruiz