Padre Marcelo Pérez: sacerdote indígena, luchador y defensor del pueblo
Una vida maravillosa
Es posible que Ludwig Josef Johann Wittgenstein haya sido el más
influyente filósofo del siglo XX. Hay quien lo considera el mayor pensador después
de Emmanuel Kant.
Pero este hombre, al que imagino como personaje de Buñuel, publicó en
vida un solo libro… pero eso sí, el libro, el corpus definitorio, el crisol de las
respuestas a todos los problemas de la filosofía.
He aquí una personalidad arrebatadora en el cosmos del sophós poblado
por espíritus superiores. Figura de culto, despreciaba lo público y buscaba la total
seclusión.
Muy joven se inclinó por la ingeniería aeronáutica y las matemáticas lo
llevaron a la filosofía. Fue el más brillante alumno de Bertrand Russell. Se enlistó
como voluntario en la primera guerra mundial, peleó valerosamente en Rusia y en
Italia y fue internado en un campo de concentración en Cassino.
Heredó una fortuna a la muerte de su padre y la regaló. Trabajó como
ayudante de jardinero, maestro de primaria, autor de un diccionario para niños,
portero de un hospital, escultor, técnico de laboratorio y arquitecto. Curioso
curriculum vitae para un hombre que puso su impronta en la ciencia “que trata de
la esencia, propiedades, causas y efectos de las cosas naturales”.
Al repasar su vida, pareciera que Ludwig no era de este mundo. No permitió
que ninguna atadura social lastrara su inteligencia y sin miramientos se deshizo de
todas las convenciones para dedicar su tiempo a lo trascendente.
Estoy seguro que su alta como voluntario en el ejército no fue originada en
un sentido patriótico o patriotero, sino que tuvo una motivación originada en sus
propias turbulencias espirituales, pues fueron precisamente los cuadernos que
redactó en las trincheras la base de la única obra que publicó en vida, el Tractatus
Logico-Philosophicus, en donde escribe que los problemas filosóficos surgen de
equivocaciones de la lógica de la lengua, e intenta demostrar lo que esa lógica es.
En este momento pido a un estudioso de la filosofía de Wittgenstein, Carlos
Salinas (otro, no el amigo de YSQ), que nos explique el sentido de la propuesta de
nuestro personaje:
“El pensamiento de Wittgenstein gira en torno al lenguaje. En su primera
época consideraba que el lenguaje se asemeja a un mapa de la realidad. Luego,
las proposiciones (lo que se afirma, o se niega sobre cualquier hecho), tienen
sentido si describen lo que está fuera. Obviamente aquellas proposiciones que no
hablan de hechos, que no representan hechos, carecen de significación (por
ejemplo afirmaciones de tipo religioso o metafísico).
“De aquí una conclusión radical: de lo que no se puede hablar, mejor callar
[…] Esta tarea de limpieza de la filosofía es tan extrema que, fuera del discurso
científico, no queda nada en pie. El lenguaje corriente es defectuoso, tiene
muchas proposiciones que no indican nada concreto. El complicado lenguaje
corriente -afirma en el Tractatus- no puede captarse en su aspecto lógico. Es
sumamente complicado y disfraza el pensamiento de la misma manera que el
vestido oculta el cuerpo.
Hasta aquí Carlos Salinas (el otro).
Su preocupación con la perfección moral llevó a Wittgenstein en algún
momento a confesar varios pecados, entre ellos uno asaz curioso: haber inducido
que se subestimara su judaísmo. Parece que Ludwig fue atormentado durante
toda su vida por el problema religioso. Nieto de judíos conversos al protestantismo
e hijo de una católica, fue bautizado en la fe romana y su funeral fue asimismo
católico, pero entre un momento y otro no fue ni creyente ni practicante.
Hubo en su vida, como telón de fondo o música de acompañamiento, una
densa angustia que hoy apreciamos en su permanente fascinación con lo sacro, al
grado de que en una época pensó en tomar los hábitos.
Se oponía a las interpretaciones que enfatizan la doctrina o los argumentos
filosóficos diseñados para probar la existencia de Dios, pero le atraían los ritos y
símbolos religiosos. Equiparaba el ritual a un gesto, como cuando se besa una
fotografía: no se cree que la persona en la fotografía sentirá el beso o lo corresponderá, ni el beso es sucedáneo de un sentimiento o frase en particular,
como “Te amo”. Como el beso, la actividad religiosa expresa una actitud.
En 1929 fue a Cambridge a enseñar en el Trinity College, y en 1939 lo
nombraron ahí mismo profesor de filosofía. Después de la guerra volvió al
magisterio universitario pero renunció a su cátedra en 1947 para concentrarse en
su escritura. Para 1949 había redactado todo el material que sería publicado
después de su muerte con el título de Investigaciones filosóficas.
El punto de vista de Wittgenstein sobre lo que la filosofía es o debiera ser
cambió muy poco a lo largo de su vida. En el Tractatus sostiene que “la filosofía no
es una de las ciencias naturales” y que ésta “tiene como meta la clarificación
lógica de los pensamientos”. La filosofía no es descriptiva sino elucidatoria. Su
meta es clarificar lo oscuro y confuso.
Se sigue que los filósofos no deben preocuparse tanto con lo inmediato,
sino con lo posible, o más bien, con lo concebible. Esto depende de nuestros
conceptos y de cómo se ensamblan desde el punto de vista de la lengua. Lo que
es concebible y lo que no, lo que tiene sentido y lo que no, depende de las reglas
de la lengua, de la gramática.
En 1931 escribió: “La lengua pone a todos las mismas trampas; es un
enorme mapa de vueltas equivocadas. Así que vemos a un hombre tras otro
deambular por los mismos caminos y sabemos de antemano en dónde se
desviará, en donde caminará en línea recta o sin prestar atención a las salidas
laterales, etc., etc. Lo que debemos hacer entonces es colocar señales en todos
los cruceros en donde hay vueltas equivocadas para ayudar a la gente a librar
esos peligros.
“Pero tales señalamientos son todo lo que la filosofía puede ofrecer y no
hay ninguna certeza de que serán vistos o atendidos correctamente. Y debemos
recordar que una señalización tiene sentido en el contexto de una zona peculiar.
Podría no servir de nada en otra parte, y no debiera ser considerada como un
dogma. Así que la filosofía no ofrece verdades, ni teorías, ni nada excitante, sino
principalmente recordatorios de lo que todos sabemos.”