Diferencias entre un estúpido y un idiota
Tigres de Arena
A dos semanas de lo que pudo haber sido una cumbre histórica para México, una vez más, se perdió una oportunidad de colocar al país en un mismo nivel de diálogo con sus pares norteamericanos.
Más allá de los innumerables análisis ya expuestos sobre el mismo, me quedó la inquietud de reflexionar a partir de una serie de imágenes que no recibieron mucha atención, en el contexto de la gris actuación de gobierno mexicano que fue ya criticada por diversos sectores de la población.
En lo que fue un ajuste de tiempo durante este evento, la esposa del Presidente de la República, quien no se asume como primera dama o con cargo alguno en lo protocolario, brindó un recorrido a los jefes de Estado junto con sus parejas en Palacio Nacional y fungió como intérprete personal de su marido durante las interacciones fuera de agenda entre ellos.
Más allá de calificar su nivel o no para realizar esto, un poco más tarde, en las redes sociales se intentó una vez más posicionar a la esposa del presidente como la “primera dama más culta-preparada” de la historia del país.
Aquí es donde comparto mi única reflexión para reiterar una postura personal respecto de lo que el fenómeno cultural da a cualquier ser humano.
La cultura —o el fenómeno cultural— en sí no es catalizador ni tampoco una especie de medicina que transforme a los individuos o a las comunidades por su simple existencia. Ha habido grandes artistas con vidas privadas muy cuestionables así como personas cultas con vidas privadas impecables que cometieron las peores atrocidades contra la humanidad; es decir, la línea es muy delgada para juzgar moral o éticamente a una persona o un colectivo en función de su relación con la cultura.
Las obras de la cultura nacen y viven separadas de sus creadores; el juicio lo hace cada espectador. Desde su comienzo, el actual régimen se buscó legitimar a partir de la caja de resonancia que representaron los artistas que se identificaron con su proyecto de gobierno y que fueron durante muchos años sus voceros; sin embargo, hoy la realidad los ha dejado enmudecidos y decepcionados.
La moralina cultural sobre la que se apoyó la actual administración terminó siendo un fragilísimo basamento político que hoy se ha desmoronado. Quienes fueron sus defensores ayer hoy son sus mayores detractores.
Los monólogos presidenciales matutinos sobre la interpretación de la historia de México o el extraño ejercicio de la diplomacia mexicana —sin respaldo jurídico formal para hacerlo— realizado por la esposa del presidente durante el sexenio, me lleva a enfatizar que el fundamento moral en el que soportan sus actos, a la fecha, les ha llevado a fracasar ante los ojos de una buena parte de la sociedad, en particular, con una parte del sector artístico que los impulsó. El velo de legitimación por medio de la cultura que se proyectó durante la campaña del 2018 se desvaneció en el primer momento en que se incumplieron las promesas y se cancelaron los apoyos a los artistas, creadores y gestores.
La condena pública por parte de este gremio no se ha contenido ni se reducirá de aquí al proceso del 2024.
En fin, la moral y la cultura transitan en dimensiones diferentes, nunca es tarde para recordarlo en esta micro era del maniqueísmo mexicano.
Bismarck Izquierdo Rodríguez
Secretario de Cultura del CEN del PRI
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