Diferencias entre un estúpido y un idiota
CIUDAD DE MÉXICO, 9 de julio de 2019.- En la ciudad de México hay alrededor de 2 mil 500 funerarias irregulares, de las cuales más del 5 por ciento tienen hornos crematorios.
La contaminación que estos crean, puede ser de gravedad para las comunidades cercanas ya que un solo cadáver produce 27 kilos dióxido de carbono (CO2).
Una de las alcaldías que hace caso omiso a esas denuncias es la Benito Juárez. Su complejo por llevar ese nombre tan notable, apretuja a los que gobiernan esa alcaldía. No dan una. Un espacio tan lleno de prosapia, con tantos lugares históricos y el nombre de tantos personajes ligados a ese entorno, les queda grande a los panistas.
Lo convirtieron en los últimos años, en una zona de torres monstruosas, en condominios que se aprietan en las antiguas calles señoriales, entre vecindad y vecindad, ayunos de servicios, de agua corriente y una autoridad que los gobierne.
Las banquetas son en su mayoría, zonas ocupadas donde el término público cedió al moche, a la venta de espacios y en las que al ciudadano a veces no le queda ni un metro para transitar por lo que le es propio. Todo es una farsa en esa alcaldía. Pero ahora viene lo peor, no contentos con conspirar contra nuestra estabilidad ciudadana han dado permisos a funerarias para incinerar cuerpos, como si los restos de un ser humano estuvieran sujetos a la misma quema pública de llantas.
Las medidas higiénicas, el peligro de una contaminación masiva, una epidemia, no les ha preocupado; los velatorios funcionan con solo pagar el estipendio que los jefes de la alcaldía les piden.
En el aire circula la muerte y degrada en ese circular, la memoria y el respeto que merecen los muertos. Terrible infracción.
VECINOS DE LA NARVARTE, CONTRA EL AIRE QUE CONTAMINA Y DEGRADA
Un caso que advierte de la gravedad de la situación ante el hecho de que funerarias incineren en plenas colonias, con puertas y ventanas abiertas y el aire se propague por calles y edificios, es el de la Colonia Narvarte.
Vecinos que tienen una lucha de casi dos años en contra del Grupo Funerario Angelus Grosman de San Borja 984, que fue suspendido por la Dirección General de Asuntos Jurídicos y de Gobierno, pero que a escondidas de manera ilegal, sigue ejerciendo su función de horno crematorio.
El Universal y La Razón, entre otros medios, allegaron importante información a mediados y a fines del 2017, que aumentada en cifras en este momento, pone los pelos de punta de lo que sucede en el ultimo transitar de un ser humano.
El número de funerarias irregulares lo proporcionó el Consejo de Empresas de Servicios Funerarios en una ciudad en la que alrededor del 50 por ciento de las personas que han fallecido son sometidas a cremación.
La precariedad de los 118 panteones que tenían recientemente alrededor de 72 mil fosas disponibles obliga a los dolientes a echar mano de la incineración, aunque algunos muy creyentes esperaron a que la iglesia católica les diera permiso. Ante la incidencia, la jerarquía dio el si. Hay que tomar en cuenta que al año, fallecen en la CDMX, alrededor de 51 mil personas.
Los datos detallan que solo de 2014 a 2016 fueron cremados cerca de 75 mil difuntos. Médicos especialistas, sostienen que la polución que lleva la incineración de cuerpos, puede generar conjuntivitis, síntomas de asma y males cardiorespiratorios, entre otros.
El viento, además contamina plantas, instalaciones de comida al aire libre y todo lo que abarca. Los vecinos de la Narvarte exigen a la alcaldía poner freno a la contaminación y buscar otros espacios y otras formas de llevar a cabo la cremación sin afectar la salud pública. Y claro, sancionar a los remisos.
FORMAS DE DESAPARECER EN LA MUERTE. LOS POETAS LO DICEN
La extraña inclinación que los mexicanos tienen por la muerte, no ha sido ajena a sus poetas. Desde diferentes enfoques, se aborda el final de una vida, expresada por 40 poetas reunidos en La muerte en la poesía mexicana ( Editorial Diógenes S.A. 1970).
Los ve uno reunidos y apenas lo puede creer, por desgracia la casi totalidad fallecidos. Rescato a Jaime Labastida y a Gabriel Zaid felizmente vivos.
Un libro que encierra no solo el sentir filosófico de muchos de ellos, su aprehensión hacia el paso definitivo, la muerte como entorno sociológico, la muerte impía que se presenta de pronto, la muerte en lo popular y lo grotesco, la muerte en la tristeza, todo para configurar la sabiduría de aquel canto anónimo prehispánico:
El río pasa, pasa:
nunca cesa.
El viento pasa, pasa:
nunca cesa.
La vida pasa,
nunca regresa.
Seleccionado y prologado por Merlín H. Forster y terminado en Urbana, en la University of Illinois, en julio de 1969, hace exactamente 50 años, este singular libro se divide en seis partes que van seleccionando las expresiones poéticas en sus diferentes tiempos, entornos y dimensiones: humor, regocijo y epitafio en los dos primeros; la muerte personificada en la tercera, el tema filosófico en vivir el momento, la cuarta, la muerte en la vida, la quinta, y la búsqueda de la inmortalidad en la sexta.
Todo a partir de nuestros insignes poetas, desde lo prehispánico hasta la actualidad. Por esta ocasión me detendré en la presencia real, en ausencia, de un gran poeta que cumplió 80 años el pasado 30 de junio: José Emilio Pacheco, con su soneto,
PRESENCIA
¿Que va a quedar de mi cuando me muera
sino esta llave ilesa de agonía;
estas pocas palabras con que el día
apagó sus cenizas y su hoguera’?
¿Que va a quedar de mi cuando me hiera
esa daga final? Acaso mía
será la noche áspera y vacía
que nace y fluye de una oscura era.
No quedará el trabajo, ni la pena
de creer y de amar. El tiempo abierto,
semejante a las aguas o al desierto,
ha de borrar de la confusa arena
todo lo que me salva o encadena.
Más si alguien vive, yo estaré despierto.