Respuesta a la violencia e inseguridad
Raúl Ávila Ortiz | Oaxaqueñología
OAXACA, Oax., 21 de octubre de 2018.- El 17 de octubre se festejó en México el 65 aniversario del voto de las mujeres, que tuvo lugar por vez primera en 1963.
Habrá que celebrar que después de una cadena de luchas intensas, las mujeres han alcanzado porcentajes históricos de representación política en los congresos del país.
Falta mucho por hacer, no solo en la esfera del estado y sus órganos políticos, para que las mujeres estén ahí y coparticipen en los procesos decisorios, sino en el terreno de la economía y la sociedad a efecto de cambiar sus condiciones de vida.
Por ello, la innegable relevancia de la dimensión política y electoral de género no debería oscurecer el hecho de que esa misma fecha se dedica al Día Internacional de la Lucha contra la Pobreza.
El vínculo entre género y pobreza es contundente.
De acuerdo con datos de agencias internacionales, las mujeres se ubican en la posición más débil de la pirámide socioeconómica y los indicadores de desarrollo humano.
Las mujeres, en general, tienen menos acceso a las oportunidades, bienes y servicios sociales y gubernamentales: trabajan más y ganan menos; crean y dan estructura a individuos e instituciones sociales (familia, iglesias, escuelas y otras organizaciones), pero su esfuerzo no recibe el mismo reconocimiento público.
Además, si las mujeres son indígenas –de cualquier edad– su debilidad en la sociedad y su exclusión de la política resultan agravadas.
El círculo vicioso entre mujer y pobreza debe ser convertido en el círculo virtuoso entre género y dignidad.
En el modelo neoliberal, las mujeres son respetadas como sujetos de derechos y deben ser impulsadas para incorporarse al mercado como productoras y consumidoras, y al estado como ciudadanas políticas. Eso no esta mal.
Empero, estimo que se requiere que las medidas preferenciales que promueven la inclusión económica y la paridad en la representación política se hallen fundadas en una estrategia que torne sostenible su vida en comunidad conforme con una cultura democrática y valores compartidos.
Para sustentar de manera perdurable la libertad e igualdad sustantiva de las mujeres en el siglo 21 se exige que la interdependencia y progresividad de sus derechos humanos y constitucionales sea respaldada por una cultura social democrática.
Sin democracia en la sociedad –sin confianza, diálogo y tolerancia, respeto, solidaridad y no discriminación– la democracia económica y política de género –la emancipación de las mujeres de la mano de sus congéneres– no será factible.
La estrategia de género y pobreza de la nueva transformación nacional debe priorizar ese objetivo común.