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CIUDAD DE MÉXICO, 9 de marzo de 2020.- Hoy se celebra el día sin mujeres. El fenómeno de ese singular acto de protesta ha calado hondo en la agenda de la discusión pública.
Tanto, que tirios y troyanos buscan justificar, reconocer o, al menos, no emitir juicios que se consideren políticamente incorrectos. Es lo que Elisabeth Noëlle-Neumann en su clásico texto La espiral del silencio apunta y refiere cómo la sociedad, la mayor parte de ella al menos, habla fuerte si su opinión coincide con la de la posición dominante en el discurso social, si ese punto de vista puede ser expresado sin temor a cuestionamientos. Por el contrario, la opinión disidente corre el riesgo de quedar aislada.
El aislamiento es una de las peores sanciones que alguien puede recibir de ahí que la gente viva en comunidad no aislado.
De esta suerte, la opinión que diverge prefiere mantenerse a buen resguardo que ser expresada de viva voz. El enemigo público número 1 es el hombre, el género, así sin matices en un esquema maniqueo de blanco y negro, sin conceder en la narrativa discursiva que, como todo acto humano, hay diversas tonalidades de grises que debieran ser consideradas para pasar de ideas generales a propuestas puntuales.
El hombre se ha convertido en lo que en comunicación política se denomina como el destinatario del “pánico moral” (Stanley Cohen); es decir, en un antivalor que debe ser neutralizado de la sociedad. Vamos, sólo falta que los hombres, todos y cada uno, renuncien a sus rasgos distintivos y se hagan los cambios jurídicos y físicos para dejar de ser lo que son.
Veo cómo todos (o muchos al menos) se montan en el discurso predominante para no quedar fuera del debate. Que se apoya. Que se van a dar facilidades especiales. Qué hay operaciones a bajo precio para dejar de ser hombres y sólo mantener a algunos esclavizados para efectos reproductivos. Increíble, pero cierto. Estos dos puntos de partida, la espiral del silencio y el pánico moral, conforman la columna vertebral de la movilización femenina a la mexicana. ¿Tienen razón? Sí, en parte, pero no se debe generalizar. ¿Todos los hombres por el hecho de serlo son males que se debe extirpar? No, me parece un despropósito.
La bondad o la maldad no se genera por las diferencias de género, sino por las cualidades de la persona, con independencia del género. Hay hombres malos, pero ello no significa que todas y cada una de las mujeres sean buenas personas, nacidas con una impronta de pulcritud moral y de las mejores intenciones en la vida.
El quid del paro no debe residir en que sea sólo un mecanismo de catarsis de una parte de la sociedad, sino un punto de partida para cambiar, con una lista puntual de reivindicaciones jurídicas y de política pública, lo que haya que modificar y fortalecer aquello que identifica a la sociedad como elementos de identidad y cohesión. La división por género, entre malos (los hombres) y buenas (las mujeres) polariza y paradójicamente en poco contribuye a una reforma de fondo de las pautas comportamentales que han generado discriminación, abusos y pautas que deben insertarse en el principio de la igualdad entre los seres humanos en México.
El discurso facilista y con poca profundidad cognitiva deja huecos que son desestimados en un esquema de largo aliento que traspase las fronteras de la coyuntura o el momento. Habrá que ver cómo se pasa de lo vago y reactivo a propuestas específicas que nutran el tejido social. De no hacerlo se concretaría una victoria pírrica de un comportamiento circular que no cambiará por una marcha por grande que sea sin que haya un mecanismo de seguimiento con fuerza moral y personal que haga a quienes se dedican a la política a traducir en acto los cambios que sean necesarios por tener mayores hacerlos que dejar las cosas como están.