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Periodismo bajo asedio
ESPRESSO COMPOL
Hace años era una persona común con interés en la política. Deseaba con todo su ser iniciar una carrera política exitosa: ser diputado, senador, gobernador o hasta presidente. Las posibilidades eran infinitas como la energía de sus sueños. Pero, como dice Héctor Aguilar Carmín en su sensacional novela “La conspiración de la fortuna”:
“en el juego de la vida o del destino, la gente no llega tan lejos como augura su talento, sino como permiten sus limitaciones. Somos tan grandes como nuestros límites, del mismo modo que nuestro cuerpo vive hasta que muere la más débil de sus partes esenciales. Un límite frecuente de los talentos grandes es su conciencia desbocada y altiva, eso que la teología cristiana llamó soberbia y los antiguos resumían diciendo que los dioses ciegan a quienes quieren perder”.
Este personaje que ocupa la atención del texto de hoy comenzó en los sótanos de la política, de los cuales pudo salir pronto, gracias a sus capacidades y comenzó la escalada hacia el máximo poder, ese que tanto añoraba.
Escaló posiciones administrativas (como muchas y muchos) hasta que tuvo la oportunidad de coordinar campañas y posteriormente ser candidato.
La emoción era mucha, así como la preocupación. Nunca pensó estar frente a tal oportunidad y, ahora, estaba en sus hombros el peso de la responsabilidad: ganar o perderlo todo, como es de ingrata la política mexicana.
Con ciertos temores y esperanzas brillantes en su alma, comenzó la campaña. Poco a poco se fue convirtiendo en el centro de atención de todos los sectores, medios de comunicación y las redes sociales. Cada vez más era una celebridad y menos candidato. Su rostro se repetía por toda la ciudad, las portadas de los periódicos, la televisión. Su voz era repetida incesantemente en la radio, los podcasts y diversas transmisiones: había logrado ser omnipresente.
Su sonrisa contagiaba entusiasmo el día de la elección. Se veía seguro y el resultado fue cosechado: un triunfo inobjetable. Los vítores y muestras de afecto por la noche lo hacían sentirse adorado, admirado, querido, como si fuera parte de los Rolling Stones o de un grupo de K-pop.
Nunca se había sentido tan bien como esa noche: era la estrella del momento, el campeón de la elección, el triunfador de un campeonato electoral.
Una vez que asumió el puesto para el que fue electo, lo hizo con toda la pompa que el protocolo indica, con la euforia que mandata la Constitución y con una voz poderosa que jamás se había escuchado. Asumía el poder y la responsabilidad, pero lo que más amaba era que toda la gente le admiraba, le quería, gritaba su nombre y compartía su fotografía en redes sociales. Su rostro era de los más populares y repetidos por todas las plataformas, medios de comunicación, artículos diversos y su nombre era repetido en infinitas conversaciones que versaban en sus talentos, aptitudes y capacidades; todo era bueno sobre él.
Conforme la euforia social pasó, dejó de ser el principal tema de conversación y el tiempo obligó a sus gobernados a exigirle resultados. Hubo crisis diversas, unas bien manejadas, otras no tanto. Hubo aciertos y desaciertos. Éstos últimos prefería esconderlos y ordenó que nunca se hicieran públicos: “nada malo se dirá de mi gestión, controlen eso”, espetaba como instrucción.
No toleraba crítica alguna, por mínima que fuera, en el espacio que fuera. Quería sostener la admiración inicial del triunfo electoral y ascenso al poder.
Mientras la gente le exigía resultados con voz más sonora, él sólo pensaba en que su rostro se viera en todos lados posibles, especialmente en redes sociales; no importaba la estrategia trazada por su equipo de comunicación. Él quería verse en todos lados, repetido hasta el cansancio para poder contemplarse.
A esta historia le puede poner cualquier nombre. Todas y todos los políticos pasan por esta etapa de narcisismo político, que, de no ser detenido a tiempo, los hace tener el desenlace del mito romano de Narciso.
El mito contado por el poeta romano Ovidio cuenta que Narciso se encontraba en el bosque cazando ciervos, y fue visto por una ninfa llamada Eco. Eco una especie de ninfa unida a las montañas, que fue criada por las musas, y de la que se decía que su voz era capaz de pronunciar las voces más hermosas del mundo. Eco llamaba la atención de todos mediante su voz, y eso hizo que Hera sintiera celos, temiendo que su marido Zeus pudiera cortejarla. Por ello, Hera hizo que Eco solo pudiera decir las últimas palabras que escuchara de la persona con la que hablara.
Desde que se quedó sin voz Eco era muy tímida y por ello, aunque se había enamorado de Narciso nada más de verlo y no se atrevía a hablar con él. Narciso estaba totalmente seguro de que alguien le estaba observando, y habló hacia la zona en la que pensaba que se encontraba la persona extraña. Ambos intercambiaron algunas palabras, siendo las de Eco siempre las mismas que las últimas dichas por Narciso.
Finalmente, Eco se atrevió a salir de su escondite, intentando abrazar a su amado, pero Narciso la rechazó, al igual que había rechazado a cualquier persona a lo largo de su vida, y Eco huyó desconsolada.
Este acto de crueldad tan grande llamó la atención de algunas deidades, pero la única que se atrevió a intervenir fue Némesis, la diosa de la justicia y la venganza. Esta deidad, conocedora de la profecía de que Narciso perdería la cabeza al ver su reflejo, decidió vengarse del joven Narciso.
Némesis uso todas sus armas para engañar a Narciso, haciendo que se acercara a una fuente clara, no tocada por hombre ni bestias ni follaje ni calor de sol. Ahí, Narciso bebe en sus aguas mira su propia imagen y es arrebatado por el amor, juzgando que aquella imagen es un cuerpo real; queda inmóvil ante ella, pasmado por su hermosura: sus ojos, su cabello, sus mejillas y cuello, su boca y su color. Y admira cuanto es en él admirable, y se desea y se busca y se quema, y trata inútilmente de besar y abrazar lo que mira, ignorando que es sólo un reflejo lo que excita sus ojos; sólo una imagen fugaz, que existe únicamente porque él se detiene a mirarla.
Olvidado de comer y dormir, queda allí inamovible, mirándose con ansia insaciable, y quejándose a veces de la imposibilidad de realizar su amor, imposibilidad tanto más dolorosa cuanto que el objeto a quien se dirige parece, por todos los signos, corresponderle.
Narciso llora, y su llanto, al mezclarse con el agua, oscurece su superficie y borra su imagen, y él le ruega que no lo abandone, que a lo menos le permita contemplarla, y, golpeándose, enrojece su pecho. Cuando el agua se sosegó y Narciso pudo verse en ella de nuevo, no resistió más y comenzó a derretirse y a desgastarse de amor, y perdió las fuerzas y el cuerpo que había sido amado por Eco.
¿Cuántos políticos o políticas conoce que como Narciso prefieren comunicar su vanidad en vez de los aciertos y resultados de su gestión?
Quienes buscan la reelección en el 2024 deben de alejar al narcisismo político de su estrategia, pues los va a llevar a la derrota.
ESPRESSO COMPOL
Gobernar, hacer y comunicar son los pilares que todo aquel que busca la reelección debe tener en mente junto con la triada fundamental de una campaña: tierra, medios y redes sociales.