Cortinas de humo
CIUDAD DE MÉXICO, 17 de diciembre de 2020.- A inicios de diciembre, un diario español destacó una reflexión de la cineasta georgiana Dea Kulumbegashvili sobre su muy laureado largometraje ‘Begining’: “La religión se aprovecha de la gente que sufre”. La cineasta hablaba de su ópera prima que aborda los conflictos étnicos, sociales y culturales que se aderezan con odios, violencias y discriminaciones bajo pretextos religiosos.
El filme de Kulumbegashvili es un relato necesario sobre la falta de fraternidad y tolerancia de ciertas personas y grupos dentro de instituciones religiosas; allí podemos coincidir. Sin embargo, es un error asignar a la religión las actitudes agresivas o de abuso de algunos de sus fieles. Actitudes que, sin duda, deben ser señaladas, criticadas y -en caso de que se constituyan en delitos- juzgadas y sentenciadas para reparar los daños a quienes resulten afectados.
Por el contrario, según el sociólogo Lenski, la religión “es un sistema de creencias en torno a las fuerzas que en último término configuran el destino del ser humano”. A veces dichas creencias giran en torno a una deidad (teístas) y en ocasiones no; como en el neoliberalismo o el humanismo contemporáneo. De esta manera, la religión -cualquier religión- posee muchos rostros y su comprensión absoluta es verdaderamente inviable. Emile Durkheim aventuró a decir que “la idea de la sociedad es el alma de la religión”, es decir que la conducta humana respecto a lo sagrado está integrada en la marcha de la sociedad y viceversa.
Con todo, es claro que las palabras de la cineasta -al igual que muchas personas- reflejan su preocupación sobre las muchas historias de horrores que ‘en nombre de la religión’ ciertos personajes cometen en todos los ámbitos de la experiencia humana, principalmente con los que más sufren. Allí tiene completa razón y, por desgracia, sobreabundan los casos que demuestran esa dolorosa realidad.
Este contexto pandémico nos ha demostrado que el sentimiento religioso se expresa intensamente en los más diversos espacios de convivencia humana o de relación interinstitucional; hay ‘firmes creencias’ sobre cómo debe configurarse el destino de la humanidad que no necesariamente se forjan en los templos ni salen de la boca de ministro alguno. Y algunas expresiones de dichas creencias sí tienen un componente de abuso sobre aquellos que sufren, tienen dudas, miedos o grandes necesidades.
Credos irracionales sobre que el virus y todos los efectos sociales derivados fueron perversa y puntualmente planeados por ‘los verdaderos dueños del mundo’ son inevitables, incluso podría decirse que siempre es saludable una buena dosis de inquietud y curiosidad; el problema sobreviene cuando sus prosélitos buscan aprovecharse de las muchas dudas y miedos de la gente frente a un fenómeno que no se había experimentado en siglos. La falaz ganancia que estos predicadores de bulos buscan es su superioridad intelectual y moral; la desesperanza y la obediente ignorancia de sus seguidores es la recompensa de su prédica. Sus seguidores, heridos por la duda y la candidez como lo estamos todos, se aferrarán de las certezas que les ofrecen, aun a costa de su propia salud o bienestar mental. La ‘religión’ de la duda y de la trama no se aprovecha de quienes buscan respuestas; los conspiracionistas sí.
Dentro de las religiones institucionales también hay el riesgo de que ciertas creencias (aproximaciones relacionales con sus credos, sus revelaciones o su disciplina moral) sean verdaderos instrumentos de abuso, intolerancia, agresión o autopreservación. Todas las religiones cuentan con ‘correligionarios’ que ajustan los parámetros de su fe en acciones verdaderamente nocivas para terceros e incluso dañinas para ellos mismos.
Eso no quiere decir que sean las religiones las causantes del mal. De hecho, la religión intenta “dar a los problemas individuales nuevas perspectivas que tienden a suprimir o reducir su fuerza abrumadora; al tiempo de conducir a proporciones más justas tanto los deseos del individuo como sus aprensiones, subordinándolas a una concepción del bien absoluto”.
La violencia, los horrores, el abuso, el descarte o el miedo en la pandemia podrían resultar agobiantes sin una perspectiva de promesa, de optimismo o esperanza. Y es, casi siempre, esa perspectiva la que anima el espíritu de tanta gente a redescubrir el sentido del bien común, del sacrificio de las vanidades, de la generosidad en la caridad, del consuelo a los afligidos y la solidaridad en la otredad.
Hay, en contraste a lo señalado por la cineasta, experiencias y expresiones religiosas que justamente se vuelcan en auxiliar a los que sufren. El obispo católico mexicano, Adolfo Castaño, lo describió así en el compendio ‘Cartas a la vida, al amor y la esperanza’ (Buena Prensa, 2020): “Somos más bien nosotros los convocados a comprender el sufrimiento de Dios; con la mirada que emana de su ‘otro rostro’ nos interpela para que entendamos el insoslayable compromiso de ayudar a aliviar su dolor, el mismo de su creatura y de sus hijos… es Dios quien tiene rostro sufriente; en la tesitura de tan fuerte paradoja, es el hombre quien ahora queda convocado para entrar en la dinámica del consuelo”. Comprender esta religión precisamente de esta manera hace imposible el abuso del otro; destierra la posibilidad de que, desde su religión, estos creyentes se aprovechen de los que sufren.
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