
La Guerra Comercial prolongada de baja intensidad de Trump
A propósito del 8M
Las llevo conmigo desde que tengo recuerdos propios, desde que impregnaron mi vida de amor, sueños, esperanzas y decisión por perseguir un mundo mejor, por tener en cuenta de principio a los semejantes, a tener firmeza, decisión y valerse en la vida como una y otra vez repetía mi vieja cada que me entraba la duda existencial, cuando aparecían y enfrentaba cosas inéditas para mi corta existencia y sentado al filo de la cama aguardaba no sé qué, para entonces ser sacudido con amor y ternura para que al tenor de “Gerardito decídete, vas a ser un inútil en la vida si sigues así”, para impulsado por su acompañamiento vencer cualquier dragón o molino de viento que imaginaba eran corpóreos en mis retos y que tenían como referencia aquel bello libro de Cultura y Espíritu que ella me procuró como otros tantos desde los cinco años. Hija irredenta de mi primera imagen de fuerza, resolución y férrea constancia, la abuela Toña, que mehacía el Aladino istmeño al reposar en el petate que tendía para acariciar mi cabello y contarme los cuentos del coyote y el conejo viejos protagonistas de la fábula zapoteca que me hacían volar por los sederos de la imaginación, de la fantasía y que velaban mis sueños junto a su aroma de leña recién prendida en el fogón que ocupó durante más de cien años.
La recuerdo fuerte, firme y erguida aun a sus noventa años como cuando los milicos vinieron por mi viejo ante el rompimiento de la huelga de ferrocarrileros y que el espontaneísmo de muchos de los insurrectoshizo que arriaran sus banderas de lucha a pesar del anarcosindicalismo de él y la herencia jamás olvidadatraída en la fuga de la vieja Asturias y de Huelva para enrolarse en las tierras que jamás dejarían de nuestro querido Istmo Oaxaqueño. Recuerdo el sonido estruendoso de los máuseres al cortar cartucho, el sonido de las botas que desde entonces detesté que hicieron al tomar posición de disparo y aquel coronel diciendo a mi podre que tenía que ir a mover las máquinas porque Vallejo ya se “había vendido a los rusos” y que si no lo hacía sería allí mismo pasado por las armas, ante los jaloneos machete en mano de la abuela Toña y los llantos de mi madre y de nosotros, sus hijas e hijos.
Aún ahora no sé si ya partió de este mundo porque me parece que sigue encerrada en su cuarto que inspiraba temor y gusto por abrir su viejo baúl lleno de fotos, de cartas y recuerdos junto a sus trajes, vestidos y joyas que su padre le dio y sobre todo ella compró con su trabajo y las ganancias de la fábrica de gaseosas que fue de las primeras del pueblo y que servía de instigador a las recurrentes discusiones con mi padre porque como hijo de gachupín desheredado, no le daba la vida que sostenía merecía mi madre que “cuando la conociste vestía del mismo color que los zapatos y bolsa” espetaba una y otra vez, que solo tenía sus momentos de armisticio cuando decía con cara de supuesto disgusto a mi viejo: “Bueno pues sola una copa de coñaque contigo”. Le dio su atención prioritaria a Clara otra de las mujeres claves en mi formación por la historia cruel y terrible que su madre, nuera y esposa de mi tío pancho vivió y que la obligó a dejarla en sus manos, que estudió en el Poli y realizó estudios en la entonces Unión Soviética junto a su compañero Físico Nuclear pero que con respeto digo que le “quedaba grande la compañera” ante la inteligencia, belleza y decisión de mi prima hermana,fiel expresión del linaje de la mujer istmeña.
Juanita fue y es el baluarte de mi vida que puso mucho de su inteligencia, empeño y definición profesional en las niñas y niños zapotecos que inequívocamente reprobaban el primer grado de educación primaria ante una forma de educación formal que no contemplaba las características de sus formas de comunicación, su cultura así como con contenidos, libros y actividades propios de una cultura urbana alejada casi totalmente de su realidad y de su contexto tradicional como aquello de ser buen ciudadano si uno ayudaba acruzar a una anciana cuando el semáforo diera la luzverde o que los órganos del cuerpo eran tales y tales que nos hacían pensar en que dentro del cuerpo teníamos un cactus o un nopal. Fundó una pequeña escuela de regularización que además compensaba el haber dejado el magisterio que ejerció solo un año ante la exigencia de mi viejo por definirse entre su profesión o él fiel a su formación patriarcal y que entre otras cosas permitió que aprendiera a leer a los cuatro años y medio, procrear nueve hijos, ser madrina de medio barrio, con sus rezos y cantos ayudar a bien morir a los vecinos y a amar hasta que le doliera a su compañero de vida por más de cincuenta años: Mujeres empoderadas, que se valieron por si mismas y que no necesitaron que una de ellas llegara porque la independencia, el amor y la inmortalidad ya la habían logrado y que hoy Biaani y Biniza, tienen la mejor referencia para su autonomía.
Gerardo Garfias Ruiz [email protected]