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Periodismo bajo asedio
Todo cambio de gobierno significa un cambio de régimen, dependerá de la extensión y profundidad del cambio para hacer notar a la población del cambio propuesto
Cipriano Flores Cruz
OAXACA, Oax., 16 de diciembre de 2018.- La construcción de un nuevo régimen político está entre los objetivos de la Cuarta Transformación. En sí, todo cambio de gobierno significa un cambio de régimen, dependerá de la extensión y profundidad del cambio para hacer notar a la población del cambio propuesto.
El régimen político, en su expresión más elemental, es el tipo de relación que establecen los actores políticos e instituciones entre sí en un tiempo y territorio determinado.
Así por ejemplo, no es la misma relación que se establece en una democracia que en un régimen militar. Lo que importa es saber del tipo de relación. Las estructuras, por el contrario, definen el tipo de gobierno, las formas de producción, distribución y consumo definen el tipo de Estado.
De esta manera, en lo general, México es un Estado capitalista, con gobierno presidencial, con predominancia de un partido político y la búsqueda de una hegemonía basada en una nueva moral pública.
La Cuarta Transformación plantea un cambio de régimen cuyo eje gira en la necesaria honestidad gubernamental como valor fundamental, con el objeto de combatir la corrupción del régimen prevaleciente. Este punto, en palabras del propio Presidente define su régimen político.
Lograr la acción honesta, del Estado mexicano, de su gobierno y de la administración pública en su conjunto, es el gran reto de la Cuarta Transformación. El Presidente López Obrador entiende la honestidad como semejante a la honradez, como virtud humana, que está muy cerca del decir verdad, de no mentir, de no robar, es decir, ser decente, recatado en lo político y en lo económico, sobre todo ser justo, obrar con justicia define al honesto.
Para lograr esta honradez, como proyecto nacional, la creación de la sociedad justa en donde predomina el principio de Morelos, de moderar la opulencia con la indigencia, se usarán diversos medios, entre estos el Estado, el gobierno, la administración pública, la ley, la voluntad, los poderes públicos, los medios de comunicación, los partidos políticos afines, los órganos autónomos, las organizaciones sociales y sindicatos, así como a cualquier interesado.
Es, por tanto, un mandato ético y moral, además de político. Desde luego, habrá una enorme resistencia de las instituciones y hombres corruptos. Identificarlos, desenmascararlos, deslegitimarlos, arrinconarlos, exhibirlos, será política del nuevo régimen político, no habrá tregua para estas instituciones y hombres, incluso, se empezará desde la propia familia del Presidente.
El Presidente deberá ser el ejemplo a seguir. Es vertical la imposición de la política anticorrupción, de arriba hacia abajo, es barrerla. Esto sólo será posible con la política honesta.
El Presidente y su equipo de trabajo deberán seguir la política estoica, todo para la felicidad común, nada para el bienestar particular.
La mística del servicio deberá atravesar a toda la estructura y función del gobierno y de su administración, estar al servicio de los demás será considerado casi una religión, los servidores públicos llevarán casi una vida monasterial, dieciséis horas de trabajo diario será la cuota de tiempo de dedicación al servicio.
Lograr la transformación del régimen corrupto implicará tener todo el poder político en manos del Presidente, vale la pena por tan grandiosa encomienda. Tener el poder político implica centralizarlo.
Tenemos pues el primer cambio profundo del régimen antiguo: el presidencialismo. El dominio del Poder Ejecutivo Federal sobre los otros poderes federales y estatales. Centralizar funciones fundamentales del Estado es un requerimiento básico para lograr los objetivos de la Cuarta Transformación. Sin el poder Presidencial reforzado y la centralización de las decisiones y funciones del Estado, será imposible lograr los objetivos del nuevo régimen, es una necesidad material y lógica, no se puede hacer de otra manera.
Debilitar al Presidente nos ha traído desgracias, pobreza, desigualdad, falta de crecimiento económico, presidentes débiles nunca ha sido opción para nuestro país. Juárez para poder gobernar el país instituyó el Senado de la República, sería una referencia de la Cuarta Transformación.
Delegar a los estados y municipios funciones del Estado Nacional ha sido muy mala experiencia, lo único que se formó son caciquismos regionales y estales, así como inoperancia y corrupción de los aparatos públicos.
El Presidente López Obrador es poderoso, nadie lo puede negar, desde la Presidencia de la República será posible lograr los objetivos planteados, algunos podrán ver en esto signos de autoritarismo, hasta de cierto despotismo, para una amplia franja de la población no importaría si con eso se obtiene paz, progreso, justicia, seguridad, seguridad social, bienestar general y felicidad para los mexicanos.
Es evidente que los mexicanos nos sentimos insatisfechos con nuestra peculiar democracia, se necesita mayor eficacia de gobierno, el anterior gobierno era una pesada carga para el pueblo, de la que se trata es que los recursos sean para la población y nada más.