
El trasfondo del fondo en crisis de relaciones con EU
La notoria presencia de migrantes en las calles y avenidas de esta ciudad se ha vuelto un motivo de preocupación para la sociedad capitalina. El tema se comenta en el trabajo, en la oficina, en las reuniones familiares, en las sobremesas, con distintos tonos y expresando diferentes perspectivas. La verdad de las cosas es que se trata de una realidad que no podemos negar y a la cual debemos responder con prudencia y eficacia.
Según la Organización Mundial de la Salud, más de mil millones de personas están en movimiento en el mundo, una cifra impresionante. “De esta cifra —dice—, 281 millones de personas son migrantes internacionales y 84 millones son desplazados forzosos (48 millones, desplazados internos; 26.6 millones, refugiados; y 4.4 millones, solicitantes de asilo).” Y continúa: “Es previsible que el número de personas en movimiento aumente debido a la pobreza, la inseguridad, la falta de acceso a los servicios básicos, los conflictos, la degradación ambiental y los desastres naturales.”
Las rutas de la migración son múltiples, pero por Oaxaca pasa una de las más socorridas del mundo, la de los migrantes que vienen en multitud procedentes de Sudamérica, Centroamérica y el Caribe rumbo a los Estados Unidos y Canadá. Somos una estación de paso y es natural que las personas se vayan acumulando en nuestro entorno, sin las condiciones mínimas para vivir dignamente. Las necesidades son muy grandes, de recursos, de alimentación, de vivienda, de salud, y por eso vemos a las personas y las familias acomodándose en las banquetas y los parques, en cualquier lugar donde puedan establecer una base de vida precaria y transitoria.
Hay que recordar que una proporción elevada de los migrantes que llegan a nuestra ciudad vienen de un viaje muy prolongado y lleno de obstáculos y peligros, como los que representa transitar por la selva del Darién, entre el noreste de Colombia y el suroeste de Panamá, un tramo plagado de retos de todo tipo: ríos caudalosos, lluvias intensas, animales salvajes, insectos ponzoñosos, además de pandillas criminales, fuerzas armadas guerrilleras y polleros sin escrúpulos. Que estén ahora entre nosotros es poco menos que un milagro.
¿Qué podemos hacer? Lo primero es serenarnos y evitar la estigmatización. Nos indignamos por el trato discriminatorio que los propios migrantes oaxaqueños padecen cuando viajan a los Estados Unidos, pero no nos fijamos en que de pronto nosotros también nos comportamos del mismo modo con estos migrantes que pisan este suelo. Son niños, mujeres y hombres que vienen huyendo de la violencia y de crisis socioeconómicas severas, pero lo que no han perdido son sus derechos humanos universales y sus libertades fundamentales, como cualquiera de nosotros.
Lo segundo que hay que hacer es responder eficazmente a las demandas que naturalmente acarrean las familias y los grupos de personas. Me preocupa particularmente la demanda en materia de salud pública. Si de por sí, como he denunciado en este espacio anteriormente, nuestro sistema de salud está en crisis, ¿cómo vamos a atender la salud de la población migrante, uno de sus derechos sociales más importantes? El largo viaje es extenuante y ocurre bajo condiciones en que escasea el agua potable y los alimentos, haciendo a esta población más propensa a contraer enfermedades infecciosas de diverso tipo, incluyendo sarampión, dengue, infecciones gastrointestinales y respiratorias. Son frecuentes las lesiones músculo-esqueléticas: esguinces y fracturas, además de cortes en la piel y lesiones en la planta de los pies. No hay que olvidar tampoco que las enfermedades no transmisibles, como la diabetes y la hipertensión, suelen agravarse o salirse de control en estas largas y complicadas travesías. Por si todo esto fuera poco, el viernes de la semana pasada un accidente de autobús en la carretera de Oaxaca a Cuacnopalan, en la frontera con Puebla, segó la vida de 16 migrantes venezolanos y haitianos, y este también es un asunto de salud pública que exige un proceso de regulación y supervisión de todos los servicios que los grupos migrantes deben recibir al pasar por nuestro territorio, incluyendo el transporte.
No podemos ser indiferentes al sufrimiento innegable que padecen los migrantes que pasan por esta ciudad. Uno: como digo, no estigmatizarlos. Dos: controlar y hacer eficientes los servicios que estamos obligados a ofrecerles, por puro sentido de solidaridad y humanismo. Debemos ver con serenidad este fenómeno que tanto preocupa a la sociedad y darle cauce a partir de una gobernanza efectiva que junte al ciudadano de a pie y a la más alta autoridad del estado en lo que es una causa justa y noble que debe enaltecernos. ¡Que viva Oaxaca!