Padre Marcelo Pérez: sacerdote indígena, luchador y defensor del pueblo
En diferentes ocasiones he subrayado que en el contexto de cada una de las tres pasadas revoluciones industriales y grandes guerras, durante los siglos 18, 19 y 20, la geopolítica internacional se ha modificado y unos y otros países y regiones en competencia han ganado o perdido posición en el tablero global.
A partir de 1991, desde la caída de la Unión Soviética, estamos asistiendo a una nueva reorganización política de aquellas dimensiones.
En esta ocasión China y Rusia junto a los Estados Unidos llevan el liderazgo y varios países y regiones incluidos los europeos se juegan su condición más o menos central o secundaria y subordinada.
En los días que corren, asolados por la pandemia por Covid-19 y guerras informales diversas, somos testigos de los primeros esfuerzos serios entre potencias por reordenar el escenario internacional y las relaciones de influencia.
En un primer nivel, parecería claro que China y Rusia habrán de asegurarse el dominio del mundo asiatico-pacifico y europeo en buena medida, los Estados Unidos la región latinoamericana y otros espacios intermedios, y en general los países del Sur global no podrán ascender más allá de mejorar su inserción en alguna o varias de aquellas órbitas.
En tal escenario, estos últimos quizás puedan introducir cambios internos clave para reforzar sus recursos, opciones y dinámicas ante las nuevas condiciones del mundo.
Así lo indican, por una parte, algunos hechos y reportes que advierten que consolidar aquel tipo de acuerdos para al menos mitigar el desorden mundial puede ser promisorio pero continuará siendo complejo y tomará tiempo.
Por la otra, así se infiere de los acontecimientos en países como el nuestro, en el que el litigio por el poder y la reorientación de sus interacciones apenas comienzan.
Al efecto, en el caso de México recordemos que en cada Revolución Industrial hemos tenido el talento, la voluntad y hasta la suerte de ganar algo, aunque también hemos perdido bastante.
En efecto, en el contexto de la 1a Revolucion Industrial –textiles, fábricas y máquina de vapor– de finales del siglo 18 e inicios del 19 logramos la Independencia política respecto a España.
Sin embargo, al mismo tiempo nos sumimos en la inestabilidad interna, perdimos productividad y quedamos subordinados ante el eje anglosajón, lo cual la Constitución de 1857 no coadyuvo a contrarrestar y en su turno facilitó la «pax porfiriana».
En el siguiente ciclo, la 2a Revolución Industrial –petróleo y comunicaciones– a finales del siglo 19 e inicio del siglo 20, el surgimiento de la Unión Soviética nos fue propicio para recuperar soberanía política y económica.
En este proceso incidió la Constitución de 1917, reformada en los años 30 para montar, justo en el contexto de la Gran Depresión y luego la 2a Guerra Mundial, un estado fuerte apoyado en la dupla presidencialismo y partido hegemónico.
Ganamos en posición, estabilidad, gobernabilidad y desarrollo, pero perdimos en democracia y cultura política pluralista.
La 3a Revolución Industrial –informática, servicios y telecomunicaciones– a su vez abatió a la Unión Soviética, debilitó a los Estados Unidos y apoyó a Europa y China recolocado a países como México, Brasil, India o Sudáfrica.
En ese ciclo, entre 1991 y 2011, es claro que profundizamos la codependencia con el vecino del Norte, avanzamos en democracia pluralista, pero incurrimos en errores económicos y grave déficit de gobernanza y balance social que se agudizó en la década siguiente, en particular debido a la promisoria pero muy riesgosa apuesta del Pacto por México (2012) para impulsar el crecimiento La polarización es el resultado más visible.
Ahora bien, la irrupción de la 4a Revolución Industrial –digital, genómica y energías renovables– a lo largo de la más reciente década, nos abre y cierra ventanas de oportunidad en la reorganización geoestratégica global, hacia afuera y hacia adentro de la fronteras.
Hacia afuera parece logico buscar un re-equilibrio económico y político entre pais, potencias y regiones.
Hacia adentro, remontar los lastres económicos, políticos, sociales y culturales que dejó el ciclo anterior, sin lo cual no se podría protagonizar el siglo 21.
Para ello habrá que producir más desde lo propio y redistribuir mejor; ajustar el esquema de gobernanza y conducción presidencial con los debidos controles parlamentarios, judiciales y ciudadanos; reducir el estado de hecho y reponer el valor de la Constitución y la normatividad; en fin, rescatar y vigorizar nuestros vastos recursos culturales.
Es verdad que los procesos electorales 2021 no han concluido y que los tribunales electorales tienen que resolver las impugnaciones que son de su competencia.
No obstante ello, invito a pensar en que el panorama político hasta ahora resultante permitirá caminar en la ruta de la nueva transformación y adaptación del país al mundo que nos provoca.