
Joel Omar Vázquez Herrera, nuevo director del INAH
En diferentes ocasiones he subrayado que en el contexto de cada una de las tres pasadas revoluciones industriales y grandes guerras, durante los siglos 18, 19 y 20, la geopolítica internacional se ha modificado y unos y otros países y regiones en competencia han ganado o perdido posición en el tablero global.
A partir de 1991, desde la caída de la Unión Soviética, estamos asistiendo a una nueva reorganización política de aquellas dimensiones.
En esta ocasión China y Rusia junto a los Estados Unidos llevan el liderazgo y varios países y regiones incluidos los europeos se juegan su condición más o menos central o secundaria y subordinada.
En los días que corren, asolados por la pandemia por Covid-19 y guerras informales diversas, somos testigos de los primeros esfuerzos serios entre potencias por reordenar el escenario internacional y las relaciones de influencia.
En un primer nivel, parecería claro que China y Rusia habrán de asegurarse el dominio del mundo asiatico-pacifico y europeo en buena medida, los Estados Unidos la región latinoamericana y otros espacios intermedios, y en general los países del Sur global no podrán ascender más allá de mejorar su inserción en alguna o varias de aquellas órbitas.
En tal escenario, estos últimos quizás puedan introducir cambios internos clave para reforzar sus recursos, opciones y dinámicas ante las nuevas condiciones del mundo.
Así lo indican, por una parte, algunos hechos y reportes que advierten que consolidar aquel tipo de acuerdos para al menos mitigar el desorden mundial puede ser promisorio pero continuará siendo complejo y tomará tiempo.
Por la otra, así se infiere de los acontecimientos en países como el nuestro, en el que el litigio por el poder y la reorientación de sus interacciones apenas comienzan.
Al efecto, en el caso de México recordemos que en cada Revolución Industrial hemos tenido el talento, la voluntad y hasta la suerte de ganar algo, aunque también hemos perdido bastante.
En efecto, en el contexto de la 1a Revolucion Industrial --textiles, fábricas y máquina de vapor-- de finales del siglo 18 e inicios del 19 logramos la Independencia política respecto a España.
Sin embargo, al mismo tiempo nos sumimos en la inestabilidad interna, perdimos productividad y quedamos subordinados ante el eje anglosajón, lo cual la Constitución de 1857 no coadyuvo a contrarrestar y en su turno facilitó la "pax porfiriana".
En el siguiente ciclo, la 2a Revolución Industrial --petróleo y comunicaciones-- a finales del siglo 19 e inicio del siglo 20, el surgimiento de la Unión Soviética nos fue propicio para recuperar soberanía política y económica.
En este proceso incidió la Constitución de 1917, reformada en los años 30 para montar, justo en el contexto de la Gran Depresión y luego la 2a Guerra Mundial, un estado fuerte apoyado en la dupla presidencialismo y partido hegemónico.
Ganamos en posición, estabilidad, gobernabilidad y desarrollo, pero perdimos en democracia y cultura política pluralista.
La 3a Revolución Industrial --informática, servicios y telecomunicaciones-- a su vez abatió a la Unión Soviética, debilitó a los Estados Unidos y apoyó a Europa y China recolocado a países como México, Brasil, India o Sudáfrica.
En ese ciclo, entre 1991 y 2011, es claro que profundizamos la codependencia con el vecino del Norte, avanzamos en democracia pluralista, pero incurrimos en errores económicos y grave déficit de gobernanza y balance social que se agudizó en la década siguiente, en particular debido a la promisoria pero muy riesgosa apuesta del Pacto por México (2012) para impulsar el crecimiento La polarización es el resultado más visible.
Ahora bien, la irrupción de la 4a Revolución Industrial --digital, genómica y energías renovables-- a lo largo de la más reciente década, nos abre y cierra ventanas de oportunidad en la reorganización geoestratégica global, hacia afuera y hacia adentro de la fronteras.
Hacia afuera parece logico buscar un re-equilibrio económico y político entre pais, potencias y regiones.
Hacia adentro, remontar los lastres económicos, políticos, sociales y culturales que dejó el ciclo anterior, sin lo cual no se podría protagonizar el siglo 21.
Para ello habrá que producir más desde lo propio y redistribuir mejor; ajustar el esquema de gobernanza y conducción presidencial con los debidos controles parlamentarios, judiciales y ciudadanos; reducir el estado de hecho y reponer el valor de la Constitución y la normatividad; en fin, rescatar y vigorizar nuestros vastos recursos culturales.
Es verdad que los procesos electorales 2021 no han concluido y que los tribunales electorales tienen que resolver las impugnaciones que son de su competencia.
No obstante ello, invito a pensar en que el panorama político hasta ahora resultante permitirá caminar en la ruta de la nueva transformación y adaptación del país al mundo que nos provoca.