Dos meses de huelga, miles de asuntos pendientes
Carlos Ramírez | Indicador Político
CIUDAD DE MÉXICO 10 de noviembre de 2019.- Luego de las elecciones en Bolivia y Argentina, de las protestas callejeras violentas en Bolivia, Chile, Ecuador y Cataluña, de la crisis de gobernabilidad en México y de las elecciones para presidente del gobierno de España, una especie de común denominador atraviesa de manera transversal los conflictos: terminó la era de los estadistas y estamos en el ciclo nada agradable de los políticos del poder.
Unos días de presencia física en Barcelona y Madrid y el seguimiento de la política en España desde 1974 me permitieron ver una crisis de los estadistas, de los hombres de Estado, de dirigentes políticos capaces de no cruzar líneas prohibidas y con un apego a la institucionalidad y a las ideas.
Los cinco principales candidatos a la presidencia están viendo acomodos de sus posibilidades y ninguno está enfocando una crisis del Estado. La ausencia de estadistas está liquidando la transición de 1976-1978.
Argentina es otro caso singular. Luego de los fracasos del modelo social-populista-personal de Juan Domingo Perón, en cuando menos tres ocasiones el peronismo ha irrumpido en la vida nacional. Derrotado en 2015, hoy regresa el mismo peronismo que llevó a Argentina a severas crisis de corrupción y económica.
El presidente indígena Evo Morales, que enarboló una propuesta de transición, ha desobedecido las leyes para perpetuarse en el poder, a pesar, en las recientes elecciones, de las protestas masivas violentas por sospechas de fraude electoral.
En Chile una reforma económica de ajuste macroeconómico neoliberal sacó a los chilenos a las calles a protestar contra el neoliberalismo, sin reconocer que está reventando el modelo neoliberal de Pinochet que los mismos chilenos avalaron como gran reforma productiva.
En Ecuador también reformas económicas indispensables en la lógica de sus programas de gobierno estalló la violencia. En Nicaragua fermenta una gran protesta social contra el sandinismo revolucionario que echó a los Somoza del poder, pero para dejar a los Ortega como copia del somocismo.
En Brasil no se ha resuelto la crisis populismo neoliberalismo que precipitó Nilda Rousseff y la corrupción debatida en tribunales judiciales de Luis Ignazio da Silva.
En México asumió el poder el modelo de liderazgo social personal de Andrés Manuel López Obrador, después de seis presidentes que impulsaron un modelo neoliberal de mercado en condiciones de exclusión de los errores del viejo populismo que en 1982 lanzaron la economía estatal a la economía de mercado.
Pero el primer efecto ha sido negativo: si en el ciclo populista 1934-1982 el PIB crecido 6% promedio anual y en el periodo neoliberal 1983-2018 ese indicador se ubicó en promedio anual sexenal de 2.2%, el primer año de nuevo gobierno y de nuevo proyecto económico será de -0.2%.
En todos estos escenarios se dio una constante: el agotamiento en diferentes niveles y fechas de modelos políticos populistas para dar paso a economías de mercado, pero con el regreso del populismo. Pero el dato mayor fue la existencia de liderazgos políticos de masas; es decir, que el populismo y el neoliberalismo condujeron a la terminación de los políticos-estadistas.
La referencia es clara: los políticos hoy piensan en el ejercicio del poder a cualquier precio, en tanto que los estadistas siempre vieron el bosque del papel direccional del Estado.
Otra característica ha sido apenas esbozada por algunos analistas: el fin de las ideas políticas como espacios de cohesión social; en casi todas las elecciones de países con procesos electorales abiertos los candidatos asumen al electorado no como una ciudadanía en acto, sino como una masa dependiente de los pánicos sociales de las redes cibernéticas.
Ahora mismo en España se percibe la contratación de expertos en redes para captar votos con propuestas direccionadas.
Los fracasos económicos, políticos y sociales de las naciones en crisis y en procesos electorales son asumidas con responsabilidades externas. Las campañas buscan votos cautivos con programas asistencialistas. En ninguno de los países en crisis se ha llevado a debate electoral el agotamiento de los dos sistemas en pugna –mercado y populismo– y todo se resuelve con dinero regalado.
Una vez en el poder, la legitimidad y la duración de esos gobiernos dependerá de los recursos presupuestales. En México, el nuevo gobierno medirá resultados con el número de beneficiados directos de entregas de dinero en función de su marginación, en tanto que hay un desdén hacia el PIB que refleja la suma de la actividad económica cuantificable en empleos, salarios, bienestar y satisfacción.
Hoy la calificación de los gobernantes se hace con la medida de un maquiavelismo distorsionado: el ejercicio del poder, por el poder y para el poder, no la significación del Estado como el objetivo final. Aristóteles, en explicación de Julián Marías, desarrolló su obra Política no en función del ejercicio del poder, sino en relación al papel del gobernante en la polis. Y Thomas Hobbes definió el Estado como un contrato social que dejaría armas el Estado de naturaleza.
Eso sí, los nuevos líderes políticos se quedaron con el Estado de Weber: el monopolio de la fuerza, una derivación hobbesiana.
La dinámica ruidosa de la comunicación cibernética, el surgimiento del ciudadano-Wikipedia por efecto de las redes sociales, la agonía de la filosofía política, la calificación de resultados vía el voto cautivo de los programas asistencialistas y la sustitución del Estado por el poder han llevado a la política a un intercambio de beneficios: se eligen distribuidores presupuestales, no estadistas.
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