El alarido de la libertad
CIUDAD DE MÉXICO, 10 de mayo de 2018.- Después de ver a Meade ante dos entrevistas duras, como deben ser a un aspirante a gobernarnos, más claro queda que, hasta ahora, Meade es el mejor de los tres.
López Obrador no habría aguantado entrevistas ni la mitad de frontales e incisivas como las que encaró con inteligencia y franqueza el candidato José Antonio Meade en Milenio y Televisa.
Habría explotado. Se habría dicho víctima de un complot de los poderes fácticos. No tiene capacidad de contención. Estalla en dicterios a los que ya nos tiene acostumbrados en las plazas públicas.
Esas entrevistas, como las que le hicieron a Meade, sirven para conocer la templanza y capacidad de razonar, pensar y expresarse, cuando se está bajo presión. Porque esas son las circunstancias en que se deben tomar decisiones cuando se está en la presidencia de la república.
Meade pasó la prueba y, hasta ahora y en ese aspecto, sería una tranquilidad tenerlo en Los Pinos. Habría conocimiento, tolerancia y sensatez. No es poca cosa.
Ojo, vamos a elegir presidente para que nos gobierne los seis años que siguen, y no para los seis años que pasaron.
Lo dijo Meade en Tercer Grado: “la elección no es sobre el pasado, sino sobre el futuro”.
Peña Nieto no va a estar en la boleta. Ya estuvo. Ahora habrá que elegir presidente entre tres opciones para lo que viene.
La disyuntiva es sencilla: ¿a quién le confiamos las riendas del país para gobernar los próximos seis años?
Entre los que no van a votar por Meade he oído el siguiente argumento: sin duda sería el mejor presidente, pero es mal candidato.
Puede ser cierto. Pero al cabo de darle vueltas un rato se llega a la conclusión obvia: el 1 de julio vamos a elegir presidente, no vamos a elegir candidato.
Y como lo dijo en la entrevista en Milenio -algo que hemos repetido aquí en diversas columnas-, el PRI es diferente según quién sea el presidente de la república. Es el “líder natural” de ese partido. El guía.
Por eso el PRI de Zedillo -Roque Villanueva, José Antonio González Fernández, entre otros-, no se pareció en nada al PRI de Salinas -Colosio, Genaro Borrego, Ortiz Arana-. Ni ese PRI se parece al de López Portillo ni al de Luis Echeverría.
Ese argumento no es válido, y lo expuso bien Meade.
¿Qué queda entonces para el 1 de julio? Votar con la razón. Con la mente puesta en los seis años por venir. ¿En qué manos ponemos a México?
Porque si continúa la tendencia de votar por López Obrador para castigar a los gobiernos del PRI y del PAN que hemos tenido recientemente, estaremos votando con el enojo y se nos va a revertir a nosotros y a las próximas generaciones.
Con López Obrador vamos a tener un presidente que un día se levanta con la idea de hacer un aeropuerto en Santa Lucía porque el de Texcoco “es inviable”, y al otro día se levanta con la idea de siempre sí hacerlo en Texcoco, pero concesionado.
Una mañana se le ocurre hacer cinco refinerías, y a la siguiente que mejor no, nada más dos.
Tendríamos un presidente que un día se despierta con la ocurrencia de hacer un referéndum revocatorio cada dos años, y la otra mañana dice que será cada tres años.
Va a ser como Trump si gana en julio. Ambos con ocurrencias matutinas y con múltiples intérpretes que van siendo cesados por no adivinar lo que en verdad piensa el jefe.
En pocas palabras. Con AMLO tendríamos incertidumbre.
Haría amigos y enemigos según el estado de ánimo.
Las decisiones se tomarían dependiendo del auditorio que tuviese enfrente, y aún así estaría expuesto a una rabieta que cambie radicalmente su decisión.
Con Meade no. Habría certeza de que los enojos y las fobias no mandarían en Los Pinos. Habría tolerancia y madurez emocional.
Si no nos gusta su proyecto, votemos por otro.
Pero cuidado con votar con el enojo, sin pensar en el futuro y en las generaciones que vienen.