Diferencias entre un estúpido y un idiota
Uso de razón
CIUDAD DE MÉXICO, 10 de mayo de 2017.- Si en México se busca un Macron, es porque hay un Le Pen.
Por un lado tenemos el México liberal y reformista –con todos sus defectos e insuficiencias-, y del otro está el proyecto restaurador de regreso al pasado.
Ya sabemos quién es el Le Pen mexicano y no hay que darle muchas vueltas.
Está en contra de las reformas, en favor de una economía cerrada y hasta hace poco se ufanaba de nunca haber viajado al extranjero.
Se opuso al Tratado de Libre Comercio, es profundamente populista, añora con regresar al país de 1982 y piensa que nos dividimos entre mexicanos buenos y mexicanos malos.
A partir de ese peligro se ha insistido en la necesidad de hallar un candidato o candidata presidencial que pueda sostener los valores del reformismo liberal y no cargue con el lastre del desgaste de los partidos tradicionales.
No será fácil, porque en el terreno de los liberales hay una profunda división que no se va a zanjar hasta que tengamos al populismo en el gobierno. Y para entonces será demasiado tarde.
El PAN y el PRI se siguen viendo como los rivales a vencer y no es así.
PRI y PAN son adversarios electorales, con enormes defectos ambos, pero ninguno de los dos partidos es enemigo de la República.
No lo entienden así ni lo van a entender en unos cuantos meses.
Por eso se ve imposible lograr una candidatura común de priistas y panistas con miras al 2018. Son puros buenos deseos.
José Antonio Meade, que en teoría sería el candidato con atributos más aceptables para ambos, no transita por ninguno de los dos partidos.
En el PRI no lo quieren porque carece de los requisitos estatutarios para ser candidato presidencial, y porque lo acusan de haber privilegiado, desde Hacienda, a los gobernadores panistas.
Para el PAN tampoco es aceptable porque Meade fue a eventos del PRI y está tocado por la “impureza” priista.
Olvídense, no hay tal Macron mexicano. Tampoco tendremos segunda vuelta electoral, que por sí sola no resuelve ningún problema de gobernabilidad ni de legitimidad.
Lo único que da legitimidad a una elección es el espíritu democrático de los contendientes, y el Le Pen mexicano no es un demócrata.
En Perú, Keiko Fujimori perdió en segunda vuelta contra el candidato liberal por 0.3 por ciento. Aceptó el resultado y le deseó suerte al vencedor. Eso aquí no pasa ni en sueños, en primera, segunda, tercera o quinta vuelta.
Sí daría resultados positivos en México la segunda vuelta con gobiernos de coalición obligatorios.
Ahí sí se podría gobernar, pero no es tiempo de hacerlo ahora, pues el proceso electoral de 2018 comienza formalmente en septiembre de este año. Es decir, dentro de cuatro meses.
Tarde o temprano habrá que hacer esa refirma, pero no se ve en el ánimo de panistas ni de priistas una disposición para dar cauce a la propuesta.
Será la sociedad la que tendrá que decidirse, dentro de lo que hay, por la mejor opción para que en 2018 prevalezcan los valores liberales sobre el populismo de izquierda que también es visto con simpatía por el populismo de extrema derecha.
Así es que ni hay Macron ni tendremos, en esta elección, segunda vuelta.