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CIUDAD DE MÉXICO, 8 de abril de 2019.- Haría falta un texto adjunto para explicar los beneficios que pretende extraer Morena del proyecto de reforma para establecer la revocación del mandato presidencial. Sin embargo, esa lectura está dictada claramente por el contexto y las circunstancias de fuerza predominante en que el presidente López Obrador y su partido llevaron esa iniciativa al Congreso.
Es inocultable que en caso de ser aprobada finalmente por el Senado, un presidente con el poder y la omnipresencia de López Obrador tendría en la revocación de mandato un instrumento susceptible de ser empleado con fines partidistas, facciosos.
Eso es lo que sucedería si la legislación señala que la consulta respectiva se realice en la misma jornada electoral de 2021, donde la figura presidencial aparecería junto a los candidatos de su partido.
Eso es lo que los legisladores de Morena buscan, y ante eso la oposición propone razonablemente que la consulta para la revocación se efectúe en otra fecha, por ejemplo, exactamente a la mitad del sexenio.
La intención y el modo en que fue planteada la revocación de mandato trasminan la voracidad de la cuarta transformación, nada diferente de la antigua vocación absolutista del régimen priísta, que se adjudicaba o sometía todo.
Y lo confirma el nuevo proyecto de Morena, dado a conocer el viernes por el senador Ricardo Monreal dos días después de reunirse con el presidente López Obrador, consistente en la supresión del Consejo de la Judicatura Federal y el incremento del número de ministros de la Suprema Corte de Justicia de once a dieciséis.
Aquí también el contexto hegemónico de la cuarta transformación proyecta con total claridad el sentido de la maniobra. No existe indicio ni señal alguna de que el Poder Judicial necesite una remodelación de esta profundidad, nada que aconseje o justifique un cambio de esa magnitud, pero en cambio, en este nuevo proyecto de reforma aflora otra vez la urgencia del presidente López Obrador de moldear a su gusto un poder concebido para hacer contrapeso a los otros dos y esclarecer la vida constitucional del país.
En ninguna parte del proyecto que presente Monreal aparecerá la intención oculta de esta iniciativa, pero el contexto dice sin lugar a dudas que lo que López Obrador trata de hacer con ello es tomar el control de la Corte mediante el nombramiento de los cinco nuevos ministros, que se sumarían a los dos ya nombrados y al que le tocará proponer en dos años.
En diciembre de 1994, a propuesta de Ernesto Zedillo se redujo de 21 a 11 el número de ministros de la Corte, en una reforma justificada con el argumento de la transformación de la justicia. Pero esa operación fue vista y criticada ampliamente como un golpe de Estado al Poder Judicial.
Por ejemplo, el constitucionalista Ignacio Burgoa Orihuela dijo entonces que el veneno más fuerte y más ponzoñoso contra la Constitución es el propio presidencialismo. (Reforma, 7 de febrero de 1996) Si no existe una causa objetiva para remodelar el Poder Judicial, la explicación de la iniciativa debe buscarse otra vez en el interés de los autores de esta idea.
¿Para qué quiere López Obrador someter a la Corte? ¿Para que no estorbe a sus proyectos? ¿A cuáles? Es imposible no relacionar este proyecto con el fantasma de la reelección que ronda en la cuarta transformación. Nadie le sopla al jocoque al ceder a la duda sobre este tema.
Echeverría quiso e intentó reelegirse. Salinas también. De otros presidentes no sabemos o no quedaron vestigios de sus ansias reeleccionistas. Semanas atrás López Obrador se sintió obligado a firmar un documento en el que se compromete a no reelegirse, pero ese papel no sería un obstáculo si el clamor popular se lo pidiera, pues con el apabullante poder que acumula ya el presidente y pese al escándalo en la opinión pública y las denuncias de la oposición, podría de todos modos realizar los cambios legales necesarios para alcanzar ese objetivo.
En consecuencia, sin un motivo claro y justificado, la idea y la pretensión de reformar la estructura de la Suprema Corte se enmarcan en el afán omnipresente y nada democrático del que todos los días da muestras el presidente López Obrador, que no cesa en la búsqueda de su República personal.