La posverdad judicial
OAXACA, Oax., 18 de febrero de 2018.-En un sistema electoral de gobierno representativo, la conquista del poder político o de su conservación requieren de tres elementos básicos: una estrategia adecuada, de organización eficiente y de recursos suficientes.
La falta de algunos de estos elementos la conquista o la conservación del poder político será muy complicada.
Recientemente los postulados por tres coaliciones el señor Anaya, el señor Meade y el señor López Obrador, en estricto orden de registro de los partidos hegemónicos que los postulan, terminaron la etapa de la ley electoral llamada precampaña.
Al no haber competencia interna entre las coaliciones y con la presencia de precandidatos únicos, a mi parecer los tres señores mencionados cometieron errores estratégicos que les puede producir sendos problemas para el día de la jornada electoral.
A los tres les ganó la lógica de la competencia, ganar puntos en relación a los rivales, los tres miraron el primero de julio descuidando el proceso, miraron el objetivo sin mirar las metas.
No entendieron que no estaban en competencia sino en la formación del equipo de campaña, en el agrupamiento de sus fuerzas, en la preparación de sus defensas y ataques, en la definición de sus estrategias, del repaso de las fuerzas con que cuentan, de cómo arrancar en la campaña, a la defensiva o al ataque frontal, se dejaron llevar por el calor del proceso electoral y por la importancia del poder a conquistar.
Para el señor Anaya era fundamental agrupar, fortalecer, hacer coincidir a sus elementos en el objetivo común, primero convencer a sus legionarios de la bondad de su proyecto, legitimarse ante los suyos y no parecer como arrebatador de la postulación que fracturó la unidad de la legión (hablo de legión en el sentido de la organización de los ejércitos del César).
Sobre todo convencer a los dirigentes y militantes del PRD del proyecto común de gobierno basado en principios, valores y no sólo programáticos, para que esta izquierda no se sintiera avergonzada de la aventura que los condujo su dirigencia.
De aquí la fuga de perredistas principistas, se quedaron los aspirantes de cargos y de repartos de poder. Este era el trabajo del señor Anaya y no confrontarse con los demás candidatos o medir fuerzas, cuestión que se convirtió en su obsesión. Como diría el clásico, en política hay metas no obsesiones.
El señor Meade también equivocó la estrategia de la precampaña.
Como es un precandidato externo, su tarea era declararse jefe de su campaña, negociar con ventaja la dirigencia del partido y de cada una de sus expresiones territoriales, ganarse los sectores que son vitales para ganar la elección, apropiarse del partido pues, el PRI es un partido pragmático, no es principista, presentar un proyecto bondadoso para los mismos.
Apropiarse del PRI y ganarse a los priistas es lo primero. Las batallas se ganan de atrás hacia adelante, primero la defensa y luego el ataque.
Al señor Meade le debe valer sorbete los números de una supuesta competencia donde no debía de haber como la precampaña, las precampañas no son medibles entre sí, no tiene lógica la medición, es un juego de opinión en que ha caído la dirigencia del partido y su candidato.
Lo importante para el señor Mead es la aceptación del priismo profundo, del priismo de base, el priismo dirigente no es problema, son pragmáticos y operativos.
Lo importante ahora no es su medición ante los demás candidatos, eso será en la campaña, pues toda campaña es una relación de fuerzas, de medición de poderío, son coyunturas, contingencias, es constancia, persistencia, asedio al rival.
En una guerra corta de noventa días vale la contundencia, el espíritu, la emoción, la vocación de triunfo. Una fuerza menor puede derrotar a la fuerza mayor decidiendo el campo específico.
Las tres coaliciones necesitan de buenos estrategas de guerra no de marketing, eso es evidente.
El señor López Obrador teniendo el control del partido, la definición de su equipo, manifestado un proyecto para el consumo de intelectuales, su misión si era confrontar a los demás oponentes en cuanto se consideraron no fortificados todavía, inició la contienda, se manifestó por la guerra larga para desgastar a los rivales, entiende la contienda electoral como guerra de posiciones, agrupa, ocupa espacios, entiende que la mejor defensa es el ataque, aguanta contiendas largas, en las cortas puede perder, no es fajador, por eso ha escogido el mejor campo de la contienda.
Su principal problema es el arribo de aspirantes que pueden derribar la unidad del partido, en las entrañas de sus fuerzas puede estar su derrota, los caballos de Troya se manifestarán si la contienda se cierra.
Lo decía Lenin de los renegados nada, de los fieles todo. Resolver y controlar a los ambiciosos, que regularmente no aportan nada es su gran tarea, apelar el llamado a las urnas es condición de triunfo.