Diferencias entre un estúpido y un idiota
CIUDAD DE MÉXICO, 7 de mayo de 2017.- Cuando las naciones entran en crisis de ideas, la única puerta de escape es el pasado. Ha querido la liturgia del poder que los grandes hombres de la historia nacional sean rescatados en ceremonias con discursos que acoplan el pasado histórico a las justificaciones del presente.
Este año se celebra el segundo centenario del nacimiento de Mariano Otero, diputado del Constituyente de 1842 para terminar con la república centralista y del 1847 para la constitución federal, y sólo la Suprema Corte ha revivido sus aportaciones a la doctrina jurídica mexicana.
Pero hay dos pasivos con Otero que hay tiempo para rescatar: el fundador de la primera sociología mexicana al entrar en la configuración de las clases sociales y el creador de las primeras doctrinas de la ciencia política mexicana cuando no era ciencia en tres temas centrales: teoría de las minorías, teoría de la representación y teoría de la transición pactada.
Queda el Otero crítico del poder…, o más bien del no-poder.
En sus tres obras fundamentales –discurso de 1842, Ensayo sobre el verdadero estado de la cuestión social y política de 1842 y Consideraciones sobre la situación política de 1847– logró Otero ofrecer la dimensión de la crisis nacional y de sus salidas: la división interna, el acoso externo y su propuesta de “conciliar” que Jesús Reyes Heroles resumió en el concepto de “acuerdo en lo fundamental”.
El diagnóstico de Otero fue el de la discordia nacional como el origen de las fracturas, y a él le tocó intentar deshacer como canciller el Tratado de Guadalupe-Hidalgo que le había entregado la mitad del territorio nacional al expansionismo manifiesto –como destino– del imperio de los EE.UU.
En sus Consideraciones no vaciló en señalar a menos de un cuarto de siglo de haberse constituido en república por la Consetit6uciòn de 1824 “en México no hay ni ha podido haber eso que se llama espíritu nacional porque no hay nación”.
El México encontrado por Otero en sus tres documentos pareciera aplicarse puntualmente al momento actual: divisiones internas, acosos extranjeros, incapacidad para asumirse como nación y desarticulación de la república federal.
Y reclamaba Otero:
“Ese respeto y obediencia (a la autoridad civil) han sido sustituidos por la licencia y el desenfreno más escandalosos. La libertad de imprenta, que es y debe ser en todas partes empleada para ilustrar al pueblo, ha servido aquí para desmoralizarlo y embrutecerlo cada día más. En vez de atacar con energía toda clase de abusos y preocupaciones, en vez de ilustrar las materias más vitales para la sociedad y procurar con toda franqueza, lealtad y buena fe las mejoras necesarias para el bienestar y prosperidad del país, los periódicos, con pocas excepciones, se han ocupado constantemente en exaltar las más ruines y mezquinas pasiones y fomentar los odios, extraviando la opinión pública y comerciando así alternativamente con los intereses de las mismas clases que viven los abusos, y con la ignorancia del público en general”.
En medio de esa fractura nacional, Otero propuso el “conciliar a todos los hombres, reunir a todos los partidos, sofocar el germen de todas las facciones, reconocer todos los intereses, dar garantías a todas las clases y precaver todos los abusos” y sobre este acuerdo “atender un grande interés, el de la nación, volviéndole al pacto federal”, el “único que puede salvarla”.
Los textos de Otero de 1842 debieran leerse en el Congreso.
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