Día 23. Por oportunismo, crisis en Ciencias Políticas de la UNAM
CIUDAD DE MÉXICO, 23 de julio de 2020.- Las consecuencias de lo hecho por el secretario Arturo Herrera ayer en la conferencia matutina son muy serias: se desdijo de la convocatoria a usar cubrebocas.
Hay momentos, únicos y por lo general irrepetibles, que un gesto de dignidad eleva a una persona para siempre. No lo tuvo el titular de Hacienda.
Fiel a su costumbre el presidente lo trató mal en público. Y como lo ha hecho en repetidas ocasiones, el secretario agachó la cabeza y cambió de opinión.
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Con toda razón Arturo Herrera, convaleciente de Covid, apareció en una video conferencia el martes y, cubrebocas en mano, llamó a usarlo para evitar contagios y de esa manera ayudar a la reactivación de la economía.
Felicitó a los industriales, con quienes hablaba, por utilizarlo.
Era una obviedad. Vemos a los países asiáticos con su economía en recuperación, y absolutamente toda la gente trae cubrebocas.
Ayer en Palacio Nacional el presidente López lo desautorizó delante del país: «Creo que está muy desproporcionado (lo dicho por el secretario de Hacienda). Si el cubrebocas fuese una opción para la reactivación de la economía me lo pongo de inmediato, pero no es así».
El secretario respondió y no se sostuvo, sino que dio una penosa cabriola de reversa. Ni siquiera recurrió al irónico «y sin embargo se mueve», como Galileo ante la Inquisición.
Señaló que lo del cubrebocas había sido «una analogía para decir que nos vamos a tener que reorganizar a través de mecanismos distintos para regresar a la normalidad y a la recuperación».
Si no fuera algo tan lamentable, cerraríamos la respuesta de Arturo Herrera a López Obrador con una breve cita de Condorito: Plop!
Lo que desautorizó el presidente -además de hacerlo al secretario Herrera-, es el uso del cubrebocas.
«No es opción». ¿De dónde saca eso? López Gatell, no hay más.
A todos los presidentes los cambia el poder, pero de los ocho que he visto en mi vida profesional ninguno trata tan mal a sus colaboradores como el actual.
También ayer regañó en público a los coordinadores parlamentarios de su partido, Mario Delgado y Ricardo Monreal, por no incluir en el periodo extraordinario de sesiones la extinción de los fideicomisos. Como si no existieran otros partidos.
Fue duro y les recordó que ese fue uno de «sus» compromisos de campaña: «hemos presentado dos, tres iniciativas que consideramos importantes y no las van a tomar en cuenta», reprochó al líder del Senado y al de la cámara de Diputados, delante de todos.
Qué manera de hacer ostentación de su autoritarismo. Contra sus secretarios, los líderes de su partido en el Congreso, contra la oposición, los gobernadores, los dirigentes empresariales, intelectuales, periodistas, médicos, licenciados o doctorados en el extranjero…
Cero respeto a los que tienen una opinión diferente a la suya.
Y los secretarios, en lugar de presentarle el panorama objetivo para que tome buenas decisiones, se achican y se desdicen, como Arturo Herrera.
Todas las autoridades médicas en el mundo recomiendan el uso del cubrebocas.
Hasta Trump tuvo que ponérselo. Con un discurso propagandístico -«lo uso porque soy patriota»-, pero se lo puso. El otro que se resistía, Jair Bolsonaro, está con coronavirus.
Y aquí, en medio del peor desastre sanitario que hayamos vivido, el presidente afirma que el cubrebocas «no es opción», no lo usa.
La autoridad de la secretaría de Salud, López Gatell, tampoco se lo pone porque «no hay evidencia científica de que evite contagios».
¿Cuántos muertos van? Más de 40 mil, oficialmente. Y los record de contagios galopan todos los días. Hospitales en los estados vuelven a colapsar. En la Ciudad de México de nuevo la curva es ascendente. La proporción de fallecimientos por número de contagios es superior al 11 por ciento, cuando López Gatell dijo en el Senado que sería entre 2.5 y 3.2.
The Economist informa que en la capital del país, por cada muerte registrada, podría haber tres o cuatro. Si eso es en la CDMX, qué será en lugares pequeños con menos servicios.
La cifra real de muertos por Covid, en un cálculo conservador de los subregistros, seguramente rebasa las cien mil personas.
Las autoridades médicas de todo el mundo recomiendan el uso del cubrebocas para protegerse del contagio. Menos aquí.
No hay más protección que esa para la gente de escasos recursos. Y la mayoría no lo trae.
Los trabajadores de limpia no lo tienen.
En las barrancas de Tarango, donde se hacinan cientos de miles de pobres, tampoco lo usan. No les han enseñado.
¿Para qué gastar en algo que el presidente y la secretaría de Salud dicen que no sirve?
Se enferman, se mueren, no los cuentan y ya.
«Estamos dando un ejemplo al mundo porque logramos aplanar la curva… Ya vamos para abajo, en descenso», dijo el presidente el nueve de junio. Hace más de un mes.
Lo mismo dice en julio.
Desde finales de abril el presidente nos viene diciendo que «se aplanó la famosa curva». Y no es verdad.
Los científicos (una mexicana, para no ir tan lejos, Laurie Ann Ximénez-Fvye, jefa del Laboratorio de Genética Molecular de la UNAM), afirman que si el 90 por ciento de la población usara cubrebocas los contagios se abatirían en 60 por ciento.
En todo el mundo las autoridades piden, como primera recomendación para ir a trabajar, ponerse cubrebocas.
Aquí el presidente no se lo pone. Sala a la calle y entra a restaurantes sin él. López-Gatell tampoco. Los muertos suman y siguen. Así no hay para cuando.
Y si el secretario de Hacienda invita a ponerse el cubrebocas porque la salud de las personas es importante para la reactivación de la economía, el presidente lo desautoriza en público. A él y al cubrebocas.
Cuánto bien le habría hecho al país que Arturo Herrera hubiese mostrado dignidad, porque le asiste la razón.
No fue así. Se dejó regañar y cambió de opinión.