Diferencias entre un estúpido y un idiota
CIUDAD DE MÉXICO, 19 de marzo de 2018.- Andrés Manuel López Obrador y Enrique Peña Nieto protagonizan en estos días un extraño e inédito intercambio de mensajes públicos que hasta el análisis más simple puede muy bien interpretar como indicios de un pacto político. Un pacto político que prácticamente se amasa en público.
El candidato presidencial de la coalición Juntos Haremos Historia (Morena, PT y Encuentro Social) lleva semanas diciendo que en su gobierno no habrá venganza ni persecución para la “mafia del poder”, en primerísimo lugar para el presidente Peña Nieto pero la lista ya incluye al mismísimo Carlos Salinas, e incluso ha empezado a poner en desuso esa expresión (la de la mafia del poder) para dar lugar a un lenguaje comedido y conciliador. Ostensiblemente conciliador.
Por su parte, el presidente Peña Nieto ha moderado visiblemente el discurso que había puesto en marcha dos años atrás como ariete contra el “populismo” de López Obrador, y aunque insiste en la defensa de sus reformas y en la necesidad de darle continuidad al programa de su gobierno, le ha quitado a sus mensajes continuistas el filo que solían tener hasta hace unas semanas. Parece estarle respondiendo a López Obrador.
No se ha sabido que el presidente y el candidato puntero en las encuestas para sucederlo se hayan reunido o autorizado reuniones de sus equipos, pero lo más probable es que esto último sí haya sucedido. Nada habría de irregular en ello. En la crisis de las elecciones de 1988, Carlos Salinas y Cuauhtémoc Cárdenas se reunieron personalmente, y de ese encuentro el país no supo sino unos diez años después, por voz del ex presidente.
Esta coreografía de poder parte de la aparente inminencia del triunfo de López Obrador y del estancamiento del candidato del PRI, José Antonio Meade, en el tercer lugar de las encuestas, de donde no ha podido salir ni por la cuestionable e ilegal campaña emprendida por la Procuraduría General de la República contra el aspirante de la coalición Por México al Frente (PAN, PRD y MC), Ricardo Anaya Cortés.
Es evidente que con su nueva postura conciliatoria, López Obrador busca impedir que Peña Nieto ceda a la tentación de hacer ganar a Meade mediante un fraude, y el presidente buscaría garantías de tranquilidad en su futuro, quizás la certeza de que no será perseguido judicialmente debido a los numerosos casos de corrupción en los que se le involucra a él, a su gobierno o a integrantes de su equipo. Eso es lo que motiva y se encuentra detrás de ese pacto en potencia que avanza entre López Obrador y Peña Nieto.
En otros tiempos el PRI habría hecho ahora lo mismo que hizo el PAN de Vicente Fox y Felipe Calderón en 2006 y 2012: frenar a toda costa la victoria de López Obrador. Pero la ruptura entre Ricardo Anaya y Peña Nieto, tan clara como la danza entre Peña Nieto y López Obrador, alteró las prioridades del régimen y convirtió al candidato del PAN en el enemigo público número uno del gobierno, al grado de admitir como una opción preferible el triunfo del líder de Morena.
Si en realidad existe este pacto López Obrador-Peña Nieto, no lo sabremos del todo posiblemente hasta mediados de mayo, a la mitad del periodo formal de campaña y cuando las tendencias del voto se vuelvan realmente irreversibles. Si para entonces Meade permanece en el tercer lugar después de que el PRI y el gobierno hayan desplegado sus planes para levantarlo de la lona, y si por consiguiente la disputa se cierra entre López Obrador y Anaya, Peña Nieto no tendría otra opción más que ordenar un fraude de Estado con las consecuencias devastadoras que esa operación acarrearía, o tomarle la palabra y llegar a un entendimiento político con el candidato de Morena. Y es más fácil que sea esto último.
Qué pueda suceder después de eso, y en qué medida sufrirían un desdibujamiento las promesas de López Obrador de combatir la corrupción, habrá tiempo para verlo. Pero en esa eventualidad las cosas no serían pan comido para el candidato de Morena, pues se abriría para Anaya la oportunidad de subrayar los contrastes y erigirse en el único candidato opositor del actual gobierno del PRI. En esas condiciones, lo sería.
Zeferino Torreblanca, chantaje a Morena
La semana pasada pareció crecer la posibilidad de que el ex gobernador de Guerrero, Zeferino Torreblanca Galindo, sea designado candidato de la coalición lopezobradorista a la presidencia municipal de Acapulco. Decimos que sólo pareció porque el empresario no sólo carece de fuerza social real en el puerto, donde ya fue candidato del PAN hace tres años y quedó en un vergonzoso tercer lugar, sino porque lo apadrina Encuentro Social, partido que lo revivió con la esperanza de revivir él mismo dada su nula presencia en el estado.
Es muy probable que todo sea un intento de chantaje de Zeferino Torreblanca a Andrés Manuel López Obrador, pues aunque no hay una sola constancia pública de que alguna vez lo haya apoyado (como gobernador, en 2006 se volcó hacia Calderón), actúa como si López Obrador le debiera muchos favores. De prosperar la absurda candidatura de Torreblanca Galindo en Acapulco, sería una bofetada a los electores de Guerrero y una gran incongruencia de Morena, pues se trata del político más corrupto, reaccionario y represivo que se recuerde en los últimos sexenios en el estado. Todo eso lo sabe López Obrador, desde luego.
Por añadidura, la designación de Zeferino Torreblanca implicaría que Morena diera marcha atrás al acuerdo tomado hace meses, y ratificado hace unos días por el propio López Obrador, de postular en Acapulco a una mujer, para lo cual fue designada Adela Román Ocampo, magistrada con licencia del Tribunal Superior de Justicia del Estado. No se ve cómo podrían Morena y López Obrador justificar una modificación de esa magnitud sólo para beneficiar a un individuo con un claro perfil criminal, entre otras cosas conocido por haber sido amigo del general Mario Arturo Acosta Chaparro. ¿Lo va a apoyar López Obrador?
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