El episcopado ante el segundo piso de la 4T
Por el bien de todos: ¡Primero el diálogo!
Fui el octavo hijo que parió mi vieja, a pesar de la férrea oposición de la abuela Toña porque ella “vistió y calzó con prendas del mismo color” y el viejo aparte de su extrema delgadez y su barba partida “no tenía donde caerse muerto” ante la decisión del abuelo Herminio que como buen gachupas emigrado, lo empujó a refugiarse en la casa redonda en apego a la herencia ferrocarrilera que Pearson contrató a la prole asturiana ante la persecución y el embate por su filiación anarco sindicalista que adoptó a los primeros ingenieros topógrafos de la familia paterna que trazaron la vías del ferrocarril interoceánico.
Por su amor, fervor irredento, haberse casado con él y porque “era guapo y cantaba bonito” aceptó que no ejerciera como una de las primeras mujeres zapotecas el magisterio y montó una escuelita de regularización para las niñas y niños zapotecas en la cual me enseñó a leer y a escribir a los cuatro años y medio de edad para lograr que a los cinco, su compañero de estudios entonces director de la primaria en que cursé los primeros tres años de la educación inicial me permitiera ingresar para terminar ese tramo en el colegio Morelos de monjas del perpetuo socorro donde además de aprender a responder la misa católica en latín como loro, adquirí la sistematización, la educación formal y científica y que a pesar de los señalamientos oficiales nunca me pidieron odiar a Juárez ni a rechazar los libros de texto gratuitos.
Una de las épocas más felices y realizadas de mi vida la experimenté en la secundaria Constitución en que junto a las materias obligatorias de ese nivel educativo, los talleres de música y oratoria solo compitieron con mi primer amor y mis travesías en la bicicleta que el viejo me autorizó una vez que comprobó que si podía manejarla sin mayor problemaen que transportaba a los que querían ir al baño alejados de los salones de clase en épocas de lluvia por módicos veinte centavos de ida y vuelta y sobre todo transportarme a la casa acogedora y protectora que fue de mi madre y de mi padre.
Llegó la hora de batir mis alas para dejar el hogar uterino y emprender la diáspora que persiste y pareciera que se arraigó en mí, para emprender el camino a la universalidad, a los paraísos de la lectura, la música en el conservatorio, a los idiomas diferentes al castellano que me permitieron a tantos que llenaron mi incipiente vida: Charles William Charles, Ezra Pound, Bernard Shaw, Malinowski, Margaret Mead, Bukowski, Goethe, Thomas Mann, entre otros que mis queridos maestros Guillermo y Pancho Aramburo en tanto traductores oficiales de la editorial siglo veintiuno generosamente me educaron y subrogaron” a quince pesos la cuartilla” que traduje una y otra vez.
El amado conservatorio en mi añorada Xalapa que además de darme una nueva vida me arrebató la de mi hermano querido, abrevar en mi sueño de ser director de orquesta sinfónica que solo la antropología mi pasión y definición, me hicieron dejar a dos años de concluir ante las enseñanzas generosas de los maestros Posadas y Bátiz mi sueño de dirigir en Berlín Resident Concerts el Huapango de Moncayo, de mis dos composiciones casi olvidadas para guitarra y orquesta, a mis un poco más de treinta composiciones, a los amores idos y jamás olvidados, a los cantos de amor a mis hijas e hijos.
A mi peregrinar por el monumental Archivo de Indias, a mis trabajos y disfrute de experiencias que pensamos que podrían apoyar a la reivindicación y liberación de los más necesitados como conasupo coplamar, las cooperativas productivas de los Pueblos y Comunidades Originarias, a la liberación de presos indígenas, a la creación de empresas comunitarias con productos endémicos, al sueño de la liberación por otros métodos a costa de lo que fuera, a la capacitación en los lugares más recónditos en que florece la esperanza por una México justo y generoso con los que menos tienen.
He sido y soy feliz, he tenido que dejar trabajos, espacios y amigos, los menos, por la necedad y fundamentalismos de los que hoy son los carniceros y serán en un futuro nada lejano las reses del mañana, he llorado como es mi costumbre ante tantos idos, ante tanta cerrazón e incomprensión: He llorado y sigo llorando desde que te fuiste, desde que no estás más.
Sigue la persecución “porque no me alineo”, sigo enfrentando el desdoro y la exclusión, la duda y la sinrazón.
Y sigo también en el esquema no me callo, en amar hasta que duela, en Santiago, Diego, Biaani y Biniza, en creer fehacientemente en el cambio de estructuras, en que “Dios perdona, pero el tiempo a ninguno” que a mis sesenta y pico sigo amando la libertad y a las luchas por lograrla, a que más que temprano que tarde regresarás para amarnos: ¡Hasta la victoria siempre!
Gerardo Garfias Ruiz