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Periodismo bajo asedio
OAXACA, Oax., 16 de septiembre de 2018.- Es de notarse que los gobernantes, titulares del Poder Ejecutivo, tienen rendimientos decadentes ante la complejidad de las labores de gobierno, esto es así porque la sociedad ya cambió, la velocidad de los cambios es impresionante, por la capacidad informativa de las redes sociales y del internet se tiene a personas más informadas y con criterios diversos sobre sus realidades.
Vivimos en un mundo interconectado, es imposible el aislamiento, esto implica que competimos con el mundo, se necesita por ello de mayor capacidad y experiencia para no verse rebasados, los únicos que pagan las incapacidades del gobierno es la población, de esto ni duda cabe.
Para que el titular del Ejecutivo desempeñe sus labores con éxito, una de las reglas del buen gobierno, es que sus colaboradores le sean superiores en capacidad, conocimiento y experiencia.
Para tomar este tipo de decisiones, el gobernante debe conocer y reconocer sus limitaciones, sus capacidades, alcances en el arte de gobierno, desde luego, conocerse así mismo. La reputación de los buenos colaboradores suma a la reputación del gobernante.
El declive de los gobernantes también tiene relación con la desmedida ambición que tienen de riqueza y de gloria, ambas causan perjuicio a la sociedad, mucho más problemático si el gobernante surge de las masas y no de las escuelas humanísticas de gobierno. En la antigüedad, a los gobernantes se les formaba desde niños, la mejor virtud interior, decía Platón, no es adornar los cuerpos, sino adornar lo interior.
El honor del gobernante es el camino para moderar la ambición, es un adorno imposible de corromper, ultrajar, manchar si está bien cimentado. El honor resalta en los actos públicos porque previene, es razonable en su esencia. El honor no necesita de reconocimientos, es contrario a los esculpidos de bronce, no necesita de las estridencias del otro Poder, el legislativo, tampoco de las griterías y de los vítores de las plazas y de las anchas avenidas, el honor en el gobernante es la discreción, es la simple satisfacción, pintada en el rostro, del deber cumplido.
Cuando la gran Roma se llenaba de estatuas, de bustos, Catón rechazó que le elaboraran uno, diciendo: “Prefiero que la gente me pregunte por qué no hay una estatua de mí a que se pregunten por qué la hay”(Grayling, A.C. El Buen Libro. Edit. Ariel. México, 2012, pág, 429). Si el pueblo quisiera hacer un reconocimiento a su gobernante que sea simbólico, discreto, sencillo, pero noble y de gran trascendencia para el gobernante. El gobernante no puede dejar de reconocer el verdadero honor basado en la buena voluntad de quienes son gobernados.
La confianza es uno de los valores más importantes que el pueblo le otorga al gobernante, la reputación que nace de la confianza es para el gobernante carta de buena presentación.
El segundo valor es la buena voluntad que le otorga el pueblo o la mayoría, la buena voluntad es un verdadero escudo en contra de los enemigos, por los fuertes intereses que puede afectar el gobernante que quiere congraciarse con aquellos le han brindado la buena voluntad, además de que esta siempre brinda una extensión de tolerancia en caso de los hierros que pueda cometer el gobierno.
La buena voluntad del pueblo es un raro fenómeno que sucede de vez en cuando en la historia, pues iguala a ricos, pobres, nobles, a humildes, a funcionarios, a ciudadanos, a hombres y mujeres, sin distinción alguna, por eso, traicionar a la buena voluntad del pueblo se paga con la caída del poder.
A la buena voluntad de los ciudadanos habría que responder con verdad, honestidad, honradez, capacidad, honor, eficacia, con las mejores virtudes de gobierno, con esto se tiene vientos favorables para la nave del gobierno y seguramente se arribará, siempre, a buen puerto.
La buena voluntad del pueblo tiene que surgir del amor verdadero y del reconocimiento de las virtudes del gobernante, sin embargo, de aquellas buenas voluntades que nacen del engaño, de la manipulación de las mentes de los ciudadanos, de la dádiva, del dinero fácil, de los espectáculos, de las obras teatrales de gobierno, de la imagen creada del gobernante, del discurso manipulador, son como las alabanzas a los criminales: sin sustento. Es cierto que las masas siempre son amables y eufóricas por quien les regala cosas, sin embargo, la reputación que otorgan es falsa, efímera e incierta.
El falso amor duele, el verdadero explota de alegría. El primero que dijo que el pueblo había sido arruinado por el primer hombre que compró sus favores, bien sabía que la multitud pierde su fuerza y la cabeza cuando sucumbe al soborno (Grayling, A.C: op. Cit. ). Desde luego, quien soborna al pueblo, más temprano que tarde lo paga, pues el pueblo, como la fortuna, es casi siempre veleidoso.
Sin embargo, al pueblo, el soberano, es deber del gobernante nutrir, fortalecer, expandir, las virtudes del pueblo, un pueblo razonable, inteligente, prudente, culto, será siempre favorable a la estabilidad de los gobiernos.
Claro, en condiciones de prosperidad, hasta vale preservar las costumbres del pueblo, entre estas, la hostilidad hacia los ricos, el perdón al pobre que roba para comer, la hostilidad hacia los ricos nace de su arrogancia y desprecio hacia el pueblo, mientras el robo del pobre nace de la necesidad.