Día 23. Por oportunismo, crisis en Ciencias Políticas de la UNAM
GUERRERO, Gro., 9 de abril de 2017.- El mitin realizado por el PRD este sábado en el Zócalo de la Ciudad de México tuvo el propósito de hacer notar que ese partido conserva intacta su estructura y su militancia.
Pero aun cuando fue notorio el lleno que consiguió (200 mil asistentes, de acuerdo con el propio PRD), esa muestra de fuerza resulta errática e insuficiente si lo que la dirigencia perredista busca es detener la desbandada de las bases perredistas, si no hacia las filas de Morena sí en apoyo a la candidatura presidencial del líder de este partido, Andrés Manuel López Obrador.
Esa conclusión se funda en que si en los tres años recientes el PRD no fue capaz de frenar la migración de sus bases hacia Morena, menos podrá hacerlo en vísperas de la elección presidencial de 2018 y con los pronósticos en favor de López Obrador, convertido ahora en el centro de gravedad de la izquierda mexicana.
El discurso de la presidenta nacional del PRD, Alejandra Barrales, no ayudó precisamente a disipar la percepción de que su partido se encuentra en ruinas.
El motivo principal es que efectivamente está en ruinas. Del capital electoral que alguna vez tuvo, el PRD no conserva sino residuos inerciales, y del crédito social e ideológico que tuvo en sus primeros años no queda prácticamente nada.
Alejandra Barrales dijo ante miles de perredistas que el PRD está firme para competir en la elección presidencial de 2018, y presentó así el dilema que deberá resolver su partido: “la pregunta no es con quién vamos, sino a qué vamos al 2018”.
Quiso con ello combatir la actitud predominante entre las bases perredistas de aliarse con Morena y respaldar a López Obrador como el candidato presidencial de toda la izquierda.
Sin embargo, si se considera que Miguel Angel Mancera, el aspirante presidencial del PRD mejor posicionado en las encuestas, obtiene apenas 8 por ciento de la votación, es una realidad que la pregunta que deberá resolver la dirección de ese partido es si tiene sentido postular un candidato propio y en esas condiciones quién podría ser tal candidato en las elecciones del próximo año.
Más concretamente, si optará por el sentido común y seguirá la tendencia creada entre el perredismo en favor de López Obrador, o si se aislará con Mancera como su candidato (o alguno de los gobernadores de Michoacán y Morelos).
O, en el peor de los escenarios, si dará la espalda a la izquierda y se aliará con el PAN, como parece pretender la corriente Nueva Izquierda.
Desvinculada de la realidad de su partido, la dirigente dijo que “es muy importante volver a reiterar nuestra disposición para ir a la construcción de un frente amplio ciudadano, con todos aquellos que estén dispuestos a dejar de lado sus siglas y poner por delante el interés de México, el interés de los mexicanos”.
Eso es precisamente lo que exige hoy por todas partes el perredismo, como en el estratégico estado de Guerrero, donde la propia dirigencia estatal ha planteado que el PRD se defina de una vez por López Obrador, y donde han empezado a crearse comités municipales pro López Obrador con ex dirigente y militantes perredistas.
Es factible interpretar el mitin perredista en el zócalo capitalino como una iniciativa del grupo de Mancera, al cual pertenece Alejandra Barrales, con el objetivo de exhibir la fuerza y el control que el jefe del Gobierno de la ciudad mantiene sobre el PRD.
Es por eso que Mancera iba a ser el orador principal, pero de última hora canceló su asistencia.
El motivo de la cancelación debió ser la inasistencia de los gobernadores de Morelos, Graco Ramírez, y de Michoacán, Silvano Aureoles, los otros dos aspirantes a la candidatura presidencial perredista.
Es evidente que los rivales de Mancera no accedieron a levantarle la mano, lo que habría sucedido con su sola presencia. Lo que, en el colmo de la ruina, refleja una rebatinga feroz por lo que queda del partido.
Con el mitin del sábado la presidenta del CEN perredista tuvo además el objetivo particular de reivindicar su figura después del conflicto ocurrido en la fracción del PRD en el Senado, que terminó con la renuncia de once legisladores a la bancada, nueve de los cuales se sumaron a las filas de López Obrador encabezados por Miguel Barbosa.
La renuncia de este puñado de senadores perredistas a su partido no fue precisamente un ejemplo de dignidad y honor, y su integración a Morena se parece mucho a un acto de vil oportunismo.
Pero lo cierto es que la dirigencia del PRD reaccionó con torpeza ante el brote disidente, que de esa manera pudo convertir en un gesto respetable lo que en realidad fue una traición política.
Como hoy la desbandada de senadores perredistas hacia Morena, la renuncia de López Obrador hace cinco años a ese partido, después de su segunda candidatura presidencial, fue consecuencia de la descomposición que pudrió al PRD desde que esa corriente se hizo de la dirigencia nacional en el 2008.
Y fue también lo que originó la renuncia de Cuauhtémoc Cárdenas en el 2014. Ese fenómeno no se detendrá con el mitin del sábado.
La dirigencia del PRD y Mancera cometerán un gran error si concluyen que el lleno alcanzado en el mitin del sábado significa que su partido está sano y en pleno uso de sus facultades, pues eso apenas pone de manifiesto que el grupo al frente del mismo tiene las riendas del aparato partidista, de donde proviene la capacidad para movilizar a los militantes.
Es inocultable que el PRD se halla al borde de la desaparición, o de su conversión a un partido sin presencia real en el contexto nacional, sin fuerza electoral y sin fuerza moral.
Nadie, ni dentro ni fuera del PRD, se engaña frente a ese hecho ni sobre el origen del desastre, obra y gracia del famoso grupo de Los Chuchos.
Por cierto, será interesante observar el lugar que en la coyuntura del 2018 tome finalmente Cárdenas, aunque a juzgar por el llamado que hizo hace quince días en nombre del grupo Por México Hoy, en este momento se siente comprometido a facilitar la candidatura “ciudadana” de Mancera.