
Reforma de maíz transgénico: ¿camino a soberanía alimentaria de México?
Oaxaqueñología | Raúl Ávila Ortiz
Hacia el 1J18
OAXACA, Oax., 11 de febrero de 2018.- De “la pole” a “la meta”, en las competencias de la Fórmula 1, hay cientos de kilómetros que recorrer. El circuito es difícil, largo, costoso y riesgoso. Lleno de curvas y rectas, es un desafío triunfar.
El modelo electoral mexicano, muy complejo, es el más prolongado y uno de los cinco más costosos y riesgosos del planeta, no obstante lo cual incluye virtudes.
Complejo en su arreglo institucional que desde 2014 muestra una yuxtaposición semi pragmática entre las competencias organizativas y jurisdiccionales federales y locales, en el número de partidos y candidatos en competencia en un sistema de gobierno presidencial sin segunda vuelta, y en la forma de la disputa por la titularidad de un Poder Ejecutivo debilitado.
Complejo porque es el único modelo en el que, merced a la desconfianza endémica que roza el 70%, en la propia Constitución se reglamentan desde causales de nulidad de la elección, cuya prueba es un reto mayúsculo, hasta tiempo radiotelevisivo y dinero público para distribuir a los actores contendientes.
Ello sin que a la vez se terminen de prever y poner en práctica normas e instituciones eficaces para vencer la corrupción e impunidad de acciones ilícitas efectuadas, a no dudarlo en las más de las ocasiones, con estricto apego a Derecho.
Complejo, en fin, dado que la pretensión tomista de que los principios dominen a las reglas y entre los dos a la realidad sociopolítica, en particular en materia de equidad e imparcialidad en el uso de los recursos públicos, en un país de tradición romano-germánica en el contexto latinoamericano resulta algo cercano a una ilusión.
Más complejo porque un modelo con piezas incompletas es aún peor. En este caso, la omisión legislativa que espera reglamentación del artículo 134 en materia de publicidad oficial, cuando en su momento se debió colmar corresponsablemente esa extensa y oscura laguna en el terreno electoral, sin tener que comprometer en tarea imposible al INE y al TEPJF.
Complejo y prolongado puesto que si hasta 2012 el proceso duraba de noviembre a finales de agosto, desde 2014 abarca prácticamente de septiembre a septiembre: De las precampañas a la resolución de la última impugnación y reajuste del INE a las plurinominales.
Complejo puesto que, aún con tanta duración, hay plazos fatales que cumplir para garantizar a Santo Tomás que los principios constitucionales y convencionales se convirtieron en verdad jurídica gracias a la integridad electoral, a su vez sometida a disputas epistémicas y metodológicas, casi teológicas, sin fin.
Es posible que un programa tal solo pueda ser garantizado por el logos y la voluntad de un dios y no por los cálculos, acciones y omisiones de sus aviesos hijos “homo sapiens”.
Precampañas que son más bien la primera fase de las campañas, salvo por el sutil detalle de la prohibición de pedir de manera expresa el voto mientras te invitan a almorzar, y que, claro, reportes y te cuenten a tiempo y bien el gasto documentado del almuerzo.
Precandidatos partidarios que parecen independientes de sus partidos y precandidatos no dependientes de estos pero sí de otros poderes.
Encuestas que van y vienen sin garantía de su validez. Redes sociales en apariencia libres pero muy vigiladas y poco a poco ralentizadas, de poco a muy intervenidas.
Un modelo, en breve, mas costoso en comparación con el 95% en el orbe, y, quizás, ya vaciado del sentido profundo que lo inspiró hace 20 años, en 1996, es decir, evitar la privatización salvaje y asegurar un mínimo de piso parejo en el acceso al poder.
El costo no abate el riesgo y, por el contrario, en el contexto actual puede agravarlo.
Proceso tan prolongado exige más recursos y coordinación, así como fuentes generosas y variadas de financiamiento.
Los acuerdos formales y pactos informales se multiplican y los reembolsos exigen puntualidad, así se usen rutas financieras laberínticas.
O como o plomo. Violencia y muerte previsibles. Sin lugar para los débiles. Territorios y pueblos bajo la ley de Herodes. El proceso electoral afectado por estos riesgos.
Aun así, es pertinente ponderar.
Mejor tener elecciones que revoluciones, gastar y emplear que rematar, animar una nueva esperanza –paritaria, indígena, transexual– que deprimir y suicidar, seguir el juego que en algún momento los que ganaron perderán, si empatamos y cooperamos podemos coaligar para gobernar, y si se vuelve a perder volveremos a empezar.
Desde luego que hay mucho que corregir, mejorar y consolidar. En Oaxaca y los procesos locales, otro tanto.
Por lo pronto, en esta democracia pluralista proto-constitucional que nos está tocando vivir, a punto de ingresar en el periodo de intercampañas (otro invento genial mexicano), la única certeza está en la posición de salida (“la pole”) de los tres principales corredores, pero no, desde luego que no, en la secuencia de su llegada a la meta del 1J y más allá.