Padre Marcelo Pérez: sacerdote indígena, luchador y defensor del pueblo
Libros de ayer y hoy
La coja historia que nos ha dado y quitado, ha cubierto un largo trayecto con individuos que desde lo personal decidieron la vida de millones de ciudadanos. México ha sido un territorio muy golpeado a través de los siglos y son pocos los nombres que se han podido rescatar. En lo más oscuro de esa historia está Luis Echeverría Álvarez, pero también Gustavo Díaz Ordaz, Felipe Calderón y ahí se dan en lo general, la mayoría de los presidentes que desde enero de 1946 pasaron a ser priístas. Con énfasis de señalamientos en Carlos Salinas de Gortari y Enrique Peña Nieto. Más atrás, se mencionan a Antonio López de Santa Ana, a Anastasio Bustamante asesino de Vicente Guerrero, a Porfirio Díaz, a Victoriano Huerta y a otros similares. La absurda costumbre de poner galerías con las personas que gobernaron a México, es que deja en la incertidumbre a millones que no se han introducido a la historia o que no les interesa y por lo tanto, los gobernantes, con excepciones, aparecen como seres amorfos muy similares. Cada figura, como ilustración histórica, debería de tener brevemente el señalamiento para bien o para mal, de su presencia en ese sitio singular y en determinada escala dejar vacío el lugar, con una advertencia. Hace unas semanas en medios, tras la faramalla opositora contra la ley eléctrica, hubo muchas aclaraciones en torno a los elogios sobre el tema eléctrico a Adolfo López Mateos. Se le recordó la larga lista de sus muertes con Rubén Jaramillo y su familia entre otros y los presos políticos y represiones sin fin, de alguien que nos quisieron pasar por la vida, como un ser agraciado y benevolente.
LA HISTORIA PRESIDENCIAL DEBE DE SER SUJETA A REVISIONES
Lo que hicieron de México sus gobernantes, es lo que se refleja en parte en el país. Las excepciones se dieron desde afuera de los gobiernos en organismos, partidos, grupos, pensadores, que lograron impedir que el país se hundiera. Confrontados con su historia en las pobres figuras de Alejandro Moreno Alito y Marko Cortés, el PRI y el PAN muestran lo que realmente son. México, en una encrucijada, está a tiempo de iniciar otra historia, en la que sus gobernantes sean el reflejo de lo que quiere la ciudadanía, ¿Quería ésta a un Diaz Ordaz, a un Echeverría, a un Porfirio Diaz en su momento? Quizá grupos aislados, gente protegida por ellos, los defiendan. Pero por lo que se capta en amplios sectores, es la hora de virar hacia auténticos mandatarios que sean la prolongación del pueblo. Si se parte del promedio de edad del mexicano y el período de los sexenios presidenciales, cada uno podría atravesar 12 sexenios y medio, más de diez con conocimiento de causa. Por las diferencias porcentuales de vida a lo largo de las décadas, esa percepción personal podría reducirse quizá a siete sexenios. La cifra es aventurada pero hay que tomar en cuenta que en la época de Lázaro Cárdenas el promedio de vida era de 33 años y él con sus programas sociales lo aumentó a 41.5 y más para acá, cuatro años después de la fundación del PRI en 1946, ese promedio era de 46 años, en 1950. Deben tomarse en cuenta la opciones educativas de la población, la difusión de las actividades públicas hasta el despegue de la radio y la televisión así como la existencia de las grandes mayorías silenciosas que se interesaban poco por la política. La gente, pues, no cuestionaba a sus presidentes pese a que eran sus mandatarios, además de que en ellos se cernía la represión. Si se revisa lo expuesto, en solo unas semanas, se han cuestionado duramente a López Mateos, a Calderón, a Zedillo, a Peña Nieto y en este momento con el duro índice por sus muertes y represión a Luis Echeverría Álvarez.
LEA, EL PADRINO Y EL LIBRO IMPLACABLE DE LA HISTORIA
En 1971, cuando mi generación culminó sus estudios en la Unison, varios compañeros decidieron buscar a un padrino y en ese momento en pleno estreno de la presidencia y un viaje que hizo al estado de Sonora, la solicitud le cayó de perlas a Luis Echeverría. La entrega de documentos finales fue en un auditorio de Nogales y todo mundo terminó contento en un salón de baile. Lo que hacía el mandatario con su sexenio no le preocupaba a nadie. Una foto enorme con el presidente me fue entregada. Al año siguiente que viajé a la Ciudad de México para vivir en ella, ya había cierto desasosiego. Con el paso del sexenio, lo que se escribía y yo recalcaba en la revista Mañana, no dejaba dudas sobre lo que era el mandato de Echeverría. Aquel 9 de julio de 1976, cuando retumbó el golpe en Excélsior, miles de periodistas levantaron la voz, y yo desde la Unión de Periodistas Democráticos UPD), que era el núcleo más organizado del momento. Después vino la debacle, el fin siniestro del sexenio y un personaje despreciable y sombrío que se parapetaba en otras historias del mundo. Hace poco, removiendo el clóset, descubrí volteado, décadas después, el retrato con aquel padrino. En la historia con su libro implacable, comparé a aquellos jóvenes de Nogales alegres por el halago presidencial sin imaginar el futuro, con los que fueron agredidos, golpeados y asesinados el Jueves de Corpus. Cien años no le bastaron para purgar sus crímenes.