Economía en sentido contrario: Banamex
CIUDAD DE MÉXICO, 20 de mayo de 2019.- Rumbo a una elección interna para relevar su dirección nacional, el PRI se está encontrando con la amarga realidad de que no es un partido político formal, su fuerza ha dependido de su cercanía al poder presidencial y en sus bases no existen militantes ideológicos, de clase o burocráticos sino simplemente beneficiarios.
La revisión de la historia del PRI permite llegar a una conclusión: si no ha sido nunca un partido político formal sino un aparato de poder, menos ha podido construir una base de militantes porque nació desde el poder como apéndice del poder.
El PRI es un partido de priístas y organizaciones beneficiarias del poder. Los que se ostentan como militantes son primero parte de organizaciones del sector popular, porque los obreros y campesinos en teoría militan a través de la CTM y de la CNC. Y todos los miembros del sector popular quieren cargos, no potenciar un partido de la sociedad.
Como se están revelando las cosas, el PRI está acumulando datos de que carece de militantes; el padrón, que dicen que en sus mejores tiempos llegó a tener 20 millones de afilados vía sectores corporativos, difícilmente llega a 5 millones.
Si los sectores obreros y campesino están desmantelados y el sector popular perdió a las organizaciones de profesionistas, entonces la militancia se reduce a unos cuantos miles de priístas, aunque en la realidad su supuesto priísmo no se prueba en una propuesta ideológica, programática, de gobierno o de liderazgos, sino en función de votar por quienes les beneficiarán con cargos, posiciones o presupuestos.
La peor realidad del PRI saltó el 1 de julio del 2018, aunque los priístas aún no están analizando ese dato: los priístas que lo eran como beneficiarios de programas y asignaciones se pasaron a Morena porque el ciclo neoliberal 1983-2018 hubo una separación de bases y dirigencia y el Estado neoliberal salinista como Estado autónomo de la sociedad redujo al mínimo sus asistencialismos.
Morena, en cambio, está reproduciendo el modelo del PRI de fortalecerse con bases electorales que votaron y votarán como beneficiarios de programas sociales de dinero regalado y entregado de manera directa.
Por eso los dos candidatos que exigen abrir la votación a la base militante se están encontrando que el padrón priísta sólo registra los últimos priístas que buscan programas y cargos. Y extraña su conversión democrática porque como gobernadores de Yucatán y Oaxaca manejaron al PRI local y se movieron en el nacional exactamente como lo está haciendo la actual presidencia Claudia Ruiz-Massieu Salinas de Gortari: como estructura de poder, no como militantes sentimentales que creen que el PRI es un partido social.
La mayor votación priísta en número de sufragios la logró Peña Nieto en 2012 con 19.2 millones de votos, de los cuales 3.2 millones fueron del Verde; y Peña hundió al PRI en 2016 perdiendo gubernaturas y llevando a su candidato no-priísta a sucesor presidencial a una votación de 7.6 millones de votos sólo como PRI.
En voto efectivo como partido, el PRI perdió 8.3 millones de votos, y no por deslealtad sino porque los de enfrente, Morena, le daban más.
Peña abusó del PRI: puso a su incondicional César Camacho, luego a un Manlio Fabio Beltrones atado de manos, después al más mediocre de los dirigentes Enrique Ochoa Reza y finalmente a la asustadiza Claudia Ruiz-Massieu Salinas de Gortari.
Ahí, ante el uso abusivo del PRI para los planes de Peña Nieto, debió de haber brincado la militancia. Pero esas bases y los hoy aspirantes rebeldes nada hicieron para frenar la debacle del PRI con Peña Nieto porque no les interesaba el PRI sino los beneficios asistencialistas reducidos.
La única posibilidad de marcar un regreso del PRI a la lucha por el poder no se localiza en la inexistente militancia, sino en la reconstrucción de un nuevo bloque de poder con los grupos afectados por la política asistencialista morenista del presidente López Obrador.
Aquí se ha escrito que los dos únicos con posibilidades de rehacer al PRI son José Narro Robles por su representación del aplastado grupo político de Peña Nieto y Alejandro Moreno Cárdenas Alito a través de una coalición dominante de jefes de los grupos priístas internos y aliados externos desplazados por el nuevo gobierno.
La militancia priísta ya está en Morena.
Y las mujeres también. Algunas encuestas han abierto la indagatoria no sólo sobre los políticos en altos mandos, sino sobre sus esposas. La última de Arias Consultores reveló que entre cinco esposas de gobernadores sólo hay una priísta y cuatro panistas. A la mitad del sexenio local la esposa del gobernador sinaloense Quirino Ordaz Coppel, Rosy Fuentes de Ordaz, acapara la aprobación con 63.1%.
Las tres restantes son de políticos panistas fuertes: Querétaro, Tamaulipas, Yucatán y Aguascalientes, lo cual no es menor reconocimiento. La base de la indagatoria está en el trabajo social.
Política para dummies: La política es saber entender la realidad como es, no como quisieran muchos que fuera.
@carlosramirezh