La posverdad judicial
Moisés Molina | La X en la frente
OAXACA, Oax., 11 de agosto de 2019.- A estas alturas todo parece definido en la elección interna del PRI.
El semblante de Ivonne Ortega desde sus redes sociales es de derrota, mientras Alejandro Moreno guarda un silencio triunfante.
La opinión de que Moreno ganará la elección con la mayoría abrumadora de los votos emitidos en todo el país, es casi unánime entre analistas propios y ajenos.
7 de cada diez votos serían para el joven ex gobernador de Campeche. Lo verdaderamente importante para el PRI era tener una dirigencia legitimada por el voto abrumador de su militancia empadronada, y todo parece indicar que se logró.
Las inconformidades, denuncias, acusaciones y eventuales impugnaciones son naturalmente inherentes a toda competencia electoral. Pero el amplio margen de votación a favor de Moreno orillará a sus contendientes a observar uno de los principios fundamentales de la democracia: la aceptabilidad de la derrota.
Las inconsistencias son naturales, habida cuenta de que se trata del primer ejercicio de democracia interna plena al interior del PRI. Todo comienzo siempre es perfectible.
Para estos momentos, Moreno está pensando ya en lo que sigue y para darle vuelta a la página, sin duda extenderá la mano a sus adversarios.
Aquí cabe la pregunta si a todos. Hacerlo así implicaría indefectiblemente tener al enemigo en casa.
Alito debe diferenciar claramente a los adversarios de los enemigos y tener clara la diferencia entre unos y otros.
La unidad, para que sea duradera, habrá de construirse con los aliados y los adversarios; nunca con los enemigos soterrados.
El PRI tiene hoy un piso mínimo de legitimidad para refundarse. No basta una reforma, ni una transformación. El tricolor necesita de un nuevo proceso fundacional.
Y tiene una enorme ventaja comparativa en comparación con los demás partidos dinamitados con la última elección presidencial: el PRI tiene, como hoy lo demostró, una militancia ejemplar.
Ejemplar en el sentido de que no claudica, de que con cada proceso busca la manera de renovar su confianza y sus bríos, una militancia paciente, presente y, en no pocos casos, prudente. Una militancia que ha sabido esperar, en muchos casos hasta el estoicismo, para ser tomada en cuenta en las grandes decisiones del partido.
Los números de hoy representan más que una victoria para Alejandro Moreno, una victoria para el PRI que sabrá recomponerse desde las bondades de la negociación política entre sus principales actores. No es nada nuevo para el PRI.
Hoy hay una nueva expresión hegemónica en el PRI que será responsable de la conducción en estos momentos tan delicados de su historia.
Y esta expresión incorpora frontalmente a la nueva generación con un nuevo estilo de hacer política.
La recomposición del PRI habrá de pasar, por necesidad y no como una opción, por la participación activa de todas y todos quienes acudieron hoy a emitir su voto.
Que la dirigencia cumpla con tener hoy, y a diferencia del pasado, los ojos y los oídos abiertos a quienes hoy le devolvieron el aliento.
El primer reto del PRI habrá de ser (si se me permite el término) su federalización. El PRI debe construirse desde abajo, de lo particular a lo general, inductivamente, desde los estados hacia el CEN.
Si el ejemplo cunde, los segundos en reconocerlo serán los ciudadanos sin partido, sin militancia, sin color que son los que determinan los resultados de las elecciones constitucionales a todos los niveles.
Si a partir de ahora se comienza a escuchar en el discurso de la nueva dirigencia al “seccional” y a los “comités municipales” es que las cosas pintan bien para lo que será una tarea titánica, ardua y paciente: la refundación.
Los únicos que pueden devolver al PRI el brillo, el prestigio que alguna vez tuvo, son sus bases, sus militantes, sus guerreros de mil batallas. Ha llegado el tiempo de dejar atrás el discurso tramposo de las “cúpulas”.
Ellos, ustedes con su trabajo diario son los únicos con el poder de regresar al PRI antes que a los gobiernos, antes que a los congresos, a la confianza de la ciudadanía.
Lo peor que le puede pasar a México es tener un sistema de partidos débil, enclenque. Y para conjurarlo se requieren partidos fuertes. Pero su principal fortaleza debe residir en la calidad moral de sus miembros.
Ya lo dijo Aristóteles: “No es la forma de gobierno lo que constituye la felicidad de una nación, sino las virtudes de los jefes y de los magistrados”.