La Constitución de 1854 y la crisis de México
Para el Frente Amplio por México y para Xóchitl Gálvez la selección de quien abanderará la candidatura al gobierno de la Ciudad de México será prueba de ácido. No hay margen de error. No hay un aspirante natural; además, desde el oficialismo se perfila a Omar García Harfuch, quien al momento encabeza las intenciones de voto y que resuelve en el imaginario de muchos la mayor debilidad del oficialismo: la inseguridad.
No queda claro si el Frente y Xóchitl aprendieron del proceso interno anterior. El mal desenlace tiene que ver con el miedo a la competencia y la desconfianza. Se pueden pasar la vida justificando la interrupción del curso democrático a partir de hipótesis poco creíbles, como la de que resultaría un desastre por la deficiente organización, o de que el PRI o las huestes de Morena manipularían los resultados. Lo cierto es que no tuvo lugar lo más importante del proceso: que la candidatura presidencial la definiera el voto ciudadano en urna. La encuesta es una inferencia que jamás podrá sustituir a un proceso democrático.
Son muchos y muy buenos los aspirantes del Frente al gobierno de la Ciudad de México. También se ha dicho, sin que se pronuncien al respecto, que políticos nacionales de la talla de Santiago Creel o Enrique de la Madrid podrían ser postulados. ¿Qué hacer? ¿Optar por el viejo expediente del llamado candidato(a) de unidad o democratizar la decisión?
Seguramente las cúpulas preferirán la candidatura de unidad, en una lectura parcial e interesada sobre el significado del método de selección que llevó a Xóchitl a la virtual candidatura presidencial. Sin embargo, existen consideraciones para insistir en la elección primaria y de esta manera seleccionar al aspirante más competitivo. Debe quedar claro que el sondeo de opinión no es un método confiable ni democrático. Haber utilizado encuestas con telefonía móvil de respondientes fue un error metodológico básico, porque no hay control de muestra, base para la confiabilidad del proceso y la representatividad de la población.
La experiencia de la competencia y el voto ciudadano fue lo innovador del proceso del Frente. Debe insistirse en ello si se trata incursionar en una nueva forma de hacer política que empodere al ciudadano. Hay riesgos, sin duda alguna, como toda fórmula innovadora. La elección primaria no sólo democratiza la decisión y legitima a quien prevalezca, también amplía el conocimiento de los electores sobre los aspirantes, los obliga a mostrarse y pone en juego el interés noticioso que es la mejor manera para hacer publicidad, dar a conocer a los aspirantes y acercar a los políticos con los ciudadanos.
El perfil por privilegiar es el aspirante más competitivo. No hay manera de que un acuerdo cupular lo resuelva, tampoco un sondeo de opinión, además no hay un puntero o “natural” para concitar y justificar la unidad. La mejor manera de atender tal objetivo es el resultado de una elección primaria con debates temáticos, con un padrón de votantes de aquellos que no son afines a Morena y con una conducción imparcial que bien puede ser la misma responsable del proceso del Frente.
No está por demás señalar que el cambio por el que debe optar el Frente debe incluir los medios para tomar decisiones fundamentales y, particularmente, dirimir de forma inteligente, útil y funcional al objetivo electoral el derecho a ser votado. Democratizar es la opción a futuro y es la manera de hacer realidad, desde ahora, el cambio que se predica y se promete.
Los organizadores de la consulta que concluiría el proceso de selección del Frente ratificaron que estaban preparados para realizarlo. Es explicable la inquietud sobre un presunto sabotaje o interferencia indebida de Morena, más en la Ciudad de México; sin embargo, hay manera de enfrentar el riesgo. Llega el momento de acreditar la auténtica naturaleza del Frente: un ejercicio para cambiar la política democratizando los procesos de selección de candidatos o dar curso a lo de siempre, el acuerdo cupular. Esta es la prueba de ácido del Frente Amplio por México.