Día 23. Por oportunismo, crisis en Ciencias Políticas de la UNAM
MADRID, 4 de febrero de 2017.- “No tengo tiempo ni para…” Vivimos inmersos en un modelo social en el que está bien visto vivir con prisa. Si hablamos de la actividad laboral, ir corriendo de un lado para otro con doscientos mil asuntos entre manos es sinónimo de un buen profesional. No perder el tiempo. En demasiadas ocasiones no nos paramos a pensar que lo que reluce es lo que hacemos con ese tiempo. Confundimos a menudo el segundero de un reloj con las manecillas de la vida.
Una persona que camina de forma apresurada por su vida, de entrada nos indica que no está realizando una buena gestión de su tiempo y que no ha entendido bien eso de tener prioridades. Es fácil imaginar a un neurocirujano que, además de tener la cabeza de un paciente abierta de par en par, piensa en la conferencia del congreso que tiene que preparar para la semana que viene, en la reunión de vecinos que es a las ocho y habrá que llegar a tiempo y en pasar por el súper a comprar las naranjas. Yo no sé lo que puedes pensar, pero a mí me gustaría que hurgase en mi cerebro al menos sin esa reunión de vecinos.
Lo que está claro es que la prisa ha venido a la mayoría de nuestras vidas de puntillas, sin meter apenas ruido. No hace tanto tiempo en el que escribíamos cartas. A un primo, a una amiga, a la amada o a la dirección de personal de una empresa. Si te equivocabas en una letra, mala suerte, a empezar de nuevo. Después al buzón y a esperar la respuesta, si la había. Esperar, esta es la clave. Ahora no. Ahora está el correo electrónico, Whatsapp, Facebook e Instagram. Perdemos la buena costumbre de saber esperar.
Cada vez que viajo a una gran ciudad procuro visitar al menos una pinacoteca. En alguna ocasión me he visto con la falta de tiempo necesario como para disfrutar de forma relajada las diferentes salas de una pinacoteca o de un museo. Y me he visto recorriendo pasillos y obras de arte a unas velocidades injustas.
Algo parecido a la experiencia de “correr” por una pinacoteca puede sucedernos si nos dejamos engañar por la rapidez, por el tengo que, por ir corriendo a todas las partes y por la prisa. Con toda seguridad vamos a dejar de prestar toda nuestra atención, o por lo menos la atención que merecen, a las obras de arte que cada uno de nosotros tiene muy cerca, en su vida.
Suelo trabajar en ocasiones con gente joven. Malestar, vacío, adicciones, ansiedad, estrés, depresión, autoagresiones. Vale, son muchas las causas por las que podemos comenzar a trabajar. Conforme vamos ganando niveles mutuos de confianza que permiten bucear cada vez más profundo, aparecen en muchas ocasiones las variables tiempo y ausencia. Son variables que funcionan de manera inversamente proporcional.
A menor tiempo, más percepción de ausencia. Tiempo de dedicación, tiempo de atención de sus padres. Tiempo para emplearlo en mirar a los ojos a los hijos y decirles aquí estoy para ti. Tal vez nuestros hijos necesiten menos cosas y más lentitud en nuestras vidas. Lentitud para poder parar a tiempo y jugar con ellos, leer un libro o planear una excursión de fin de semana. Estoy convencido de que el término “héroe” nació de tantas madres y padres que, además de dejarse el espinazo en el trabajo lograron subir dos peldaños su imaginación para leer un cuento a sus niños todas las noches.
La persona que convive a diario con la prisa, está llamando a gritos al estrés. Este estrés se convierte en un pesado y peligroso lastre, fruto del sobreconsumo de las reservas sin opción de llenado. Además de las implicaciones a nivel químico, con el cortisol como comandante en jefe, la persona que ha consumido sus baterías comienza a presentar determinados cuadros relacionados con la disminución de sus defensas, anemia, insomnio resistente, dificultades digestivas, dolores de cabeza habituales y un largo etcétera, que son señales que el propio organismo envía con el objetivo de enviar un mensaje: esto no va del todo bien.
Pero también la desmotivación, la irritabilidad, los problemas de memoria, y otros son otro tipo de indicativos de que la persona hace tiempo ya que va en reserva. Ignorar estos síntomas supone realizar una decidida apuesta por la enfermedad, a veces leve pero que también puede alcanzar serios niveles de gravedad. No son infrecuentes los modelos médicos que asocian, y por poner un ejemplo, las enfermedades cardiovasculares con determinados estilos de vida refugiados en las prisas y en “no llego” y en la tensión por las nubes. Empezar a pagar peajes. Es como para tomarlo en serio…y con rapidez.
Alfonso Echávarri Gorricho
Psicólogo, Teléfono de la Esperanza
Twitter: @Tel_Esperanza