Llora, el país amado…
Una de las primeras consecuencias de la polarización política es la ruptura de los vínculos simbólicos que unen a dos o más conceptos. Me explico: entre la soberanía y la globalización podría existir distancia pero no son absolutos irreconciliables; sucede igual entre industrialización y ecologismo, progreso y conservación, etcétera. En el caso mexicano actual, esta tendencia está claramente marcada en la distancia que, tanto tirios como troyanos ponen a las ideas ‘pueblo’ y ‘ciudadanía’. Así, la politización discursiva llega a radicalismos casi absurdos como suponer que si un individuo siente identificación como miembro del ‘pueblo’, no la siente como ‘ciudadano’ o viceversa.
Así, un personaje sumamente polarizado no se permite identificarse con lo que ya ha definido simbólicamente como opuesto e indeseable; incluso es capaz de renunciar a categorías enteras de su ser y su identidad cuando pretende distinguir a ‘los otros’, ‘los adversarios’ o ‘los enemigos’.
Recupero lo anterior porque frente a la próxima manifestación social en la que se convoca a las voluntades cívicas para posicionar un mensaje ‘a favor de la democracia’; muchos de sus voceros y adláteres aplaudidores enarbolan el concepto de ‘ciudadanía’ como una contraposición absoluta frente a la categoría ‘pueblo’. Sin darse cuenta, buscan imprimir a la idea de ‘ciudadanía’ todos los elementos simbólicos positivos de la narrativa política actual: democracia, participación, tolerancia, libertad; y, por el contrario, resignifican la palabra ‘pueblo’ con valores simbólicos negativos como multitud, ignorante e interesada.
Así, cuando un ideólogo, vocero de la animadversión al régimen actual se refiere al ‘pueblo’ lo reduce a ese personaje indeterminado, sin conocimientos ni valores cívicos y sin ninguna convicción política el cual sólo busca mantener el estatus de asistencialismo instaurado por el gobierno que le beneficia; pero cuando habla de ciudadanía, refiere a otro tipo de personaje indeterminado que, con plenitud de conocimientos políticos, valores éticos y cívicos (a veces hasta morales), manifiesta su descontento contra un régimen político sólo por un alto sentido del deber y del bien común.
Por el contrario, cuando un ideólogo, vocero del régimen actual habla sobre el ‘pueblo’, categoriza en el sentido opuesto: Le imprime una cualidad casi mística de bondad, sabiduría, responsabilidad, honorabilidad y arraigo al ‘pueblo’ cuya sola y alegre expresión popular es suficiente para resolver todos los desafíos contemporáneos. Desde este extremo también se critica a las cualidades identitarias de la ‘ciudadanía’ reduciéndolas a actitudes de superioridad, clasismo y de conservación de privilegios privatizables, es decir a derechos a los que sólo pueden acceder los más aventajados.
Evidentemente, ninguno de estos extremos es siquiera razonable y, sin embargo, cada bando tiene sus partidarios. Pero esto es de lo que hablamos cuando abordamos la polarización social y política; cuando, fuera de toda lógica, no sólo hay una gran tensión por posturas distintas (y distantes), sino cuando dicha distancia se vuelve ontológica e irremediable. Es decir, el problema no es cómo ambas posturas alimentan identidades propias y ajenas alucinantes e irreales sino que, al erigirse como referencias simbólicas absolutas, evitan el discernimiento comunitario, social e histórico.
Personalmente creo que es un error distanciar irremediablemente a la ciudadanía de la idea de pueblo o viceversa. Desde la antropología social y religiosa, por ejemplo, es donde mejor se comprende la dimensión trascendente y orgánica del ‘pueblo’. No pocas veces se ha recordado que el ‘pueblo’ tiene una categoría lógica pero esencialmente es una categoría mítica.
La idea de ‘ciudadanía’ sólo contempla la primera; pero la idea de ‘pueblo’ es aún más compleja: “El pueblo se hace en un proceso, con el empeño dirigido hacia un objetivo o un proyecto común. La historia es construida por este proceso de generaciones que se suceden dentro de un pueblo. Hace falta un mito para comprender al pueblo. Cuando explicas qué es un pueblo utilizas categorías lógicas, porque lo tienes que explicar: esas categorías son necesarias, por cierto. Pero no explicas así el sentido de la pertenencia al pueblo”, ha dicho el papa Francisco.
En conclusión, en la polarización política y social actual, la tensión simbólica creada entre ‘ciudadanía’ y ‘pueblo’ sólo podrá tener un resultado obvio: permanecerá el pueblo. Ya dijo Aristóteles que no es lo mismo ser un ciudadano en una aristocracia que en una democracia o en una oligarquía.
*Directo VCNoticias.com
@monroyfelipe