Mantiene Oaxaca éxito rotundo en el Festival Internacional Cervantino
Para Lupita Thomas y sus colaboradores
Como toneladas de flores conversan
Y está la niebla, parada en el corredor, junto a los crisantemos. En el patio de los tendederos; de una loma a otra loma la niebla, y en medio el pueblo arriba de la cañada, con su calle sola; para septiembre llegaron las aguas atrasadas, siempre hay aguas flojas, a inicios de octubre se dejó caer el agua con viento frío, trajo enfermedad.
En la tarde salgo con libreta en mano para coger un poquito de sol, atravieso el patio, los tendederos cargados de ropa, me recargo en el pilar y me pongo a escribir. Nomás escribo por pura sonsera; ella atraviesa el patio, cambia la ropa de posición en el tendedero, pone de cabeza la ropa o las endereza, busca un poquito de sol para que se alcance a secar; gira la ropa para que no agarre olor, porque sería empezar otra vez, lavar la ropa que agarró olor. La ropa no alcanza a secarse; hace falta aire y sol, sobra lluvia y niebla, frío.
El trabajo no termina nunca. Es tanta la lluvia que hay gente que pone su tendedero en la cocina, pero la ropa agarra olor a humo y cuando se usa parece sucia, tiznada; la ropa mojada se apesta. La veo pasar y volver entre los cachitos del sol que rebotan sobre el patio, que sacan destellos a las piedras y los muros, al musgo, las hojas de los árboles; mira el aire, como los señores que persiguen mariposas con una pequeña red al hombro. Nomás que ella no lleva red atrapa mariposas sino el montón de ropa mojada sobre el hombro. Se detiene frente al mecate, con las pinzas de la ropa en las manos; rojas, azules, verdes las pinzas que abren la boca como caimán recostado en el playón a la espera de alimento; pinzas que llevan un aro dorado en medio, y muerden, como talajes.
Mi madre hacía lo mismo, la ropa al hombro, ella pegada al tendedero, con lo ojos puestos en el aire como en intento de adivinar el aguacero; apurada para alcanzar un poco de sol. La ropa mojada es muy celosa, requiere de tantos y tantos cuidados; ella se lastima los dedos de puro guerrear con el mecate reseco de sol y jabón; me sonríe cuando busca la carita del sol que se cuela entre las nubes que pasan bajo, como si jugaran en la punta de las ramas, con en el bosque -sigo sentado contra el pilar, con la libreta en las manos, inmóvil, como en espera de un milagro.