La Constitución de 1854 y la crisis de México
OAXACA, Oax. 27 de septiembre de 2021.- Menudean versiones antiguas y renovadas sobre la independencia de México con respecto a España hace 200 años.
El hecho es que la lucha por forjar el estado mexicano con capacidades propias mínimas y suficientes para mantener sus elementos integradores y sus fines comunes continúa vigente.
Esa lucha se intensifica cada vez que las dinámicas de la economía mundial se aceleran y el sistema-mundo cambia el tablero de la dominación internacional y mueve los soportes del estado-nación.
Asi es que una interpretación justificable es que hemos experimentado tres movimientos por la independencia del país y en los días que corren estamos embarcados en una batalla mas y una de las mas difíciles y retadoras.
La primera independencia, hace dos siglos, se enderezó en contra de la corona española y, con todas sus contradicciones, hizo posible proclamar la república mediante la constitución semi-confederal de 1824.
En el contexto más amplio de la primera revolución industrial, ganaríamos la independencia territorial pero no la independencia económica y política.
La segunda independencia, dada en el largo ciclo de la segunda revolución industrial, si que fortaleció más tarde que temprano con el uso del petróleo la capacidad productiva y de autodeterminación de los mexicanos.
Se inició con el movimiento liberal-reformista que independizó al estado respecto de la iglesia y a la ciencia en relación con la religión a través de la Constitución de 1857, la cual sirvió de escudo para confrontar al imperialismo y rescatar la soberanía nacional.
La lucha no terminó ahí. Más bien solo comenzó de nuevo porque las fuerzas contrarias nunca descansan
La tercera independencia, iniciada en 1910, hubo de separar al estado respecto de la espada militar, transitar en medio de los apetitos imperiales renovados y complementar con la Constitución social de 1917 la obra legada por los liberales reformistas.
La cuarta independencia en curso se libra en contra del poder del dinero, que ascendió al trono de manera silenciosa pero eficazmente.
La batalla es, por ello, mucho más compleja.
Ya no es sólo que la tercera y la cuarta revoluciones industriales han venido cambiando al mundo de sólido en líquido, sino que los valores se han tornado etéreos y los principios se confunden con los intereses.
Vencer la tentación material que todo corrompe está en la raíz de la cultura y la civilización cristiana, defraudada con frecuencia por sus propios cultivadores
Por ello, una de las claves para ganar esta nueva lucha reside en la revolución de las conciencias.
Consiste en retomar el poder del espíritu de nuestra raza nueva y antigua. Las mejores prácticas de la vida en común. El respeto, el diálogo y la capacidad de entender y cooperar con los demás. La confianza en cada uno y en todas y todos. El cuidado de nosotros mismos y de los ecosistemas. El derecho y la cultura de la Constitución, la democracia y los derechos con sus respectivos deberes.
Es imperativo como nunca defender que no todo tiene precio y responsabilizar con efectos de reparación proporcional y equitativa a quienes enriqueciéndose generan desigualdad y empobrecen el ser y la vida individual y compartida, entre otras razones porque atentan contra sí mismos y contra todos los demás.
La cuarta independencia, en breve, es la suma de todas las precedentes.
Es así porque si no nos emancipamos de la colonización del dinero no llegaremos muy lejos con la pretendida sostenibilidad de nuestras identidades básicas que nos estructuran como mexicanos en un mundo irrevocablemente hipertecnológico y global, que bien puede desembocar en el desierto planetario.