Cortinas de humo
OAXACA, Oax., 6 de diciembre de 2020.- Una ojeada al proceso político mexicano de las últimas tres décadas revela que hay una enorme diferencia entre el pasado y el presente.
En el pasado, en el periodo previo a las cruciales reformas a la Constitución, leyes e instituciones de los años 90 del siglo 20, la democracia electoral continuaba atada a los designios del PRI, partido hegemónico que concedia de manera táctica espacios a opositores moderados.
Pero después del quinquenio 1991-1996, las cosas cambiaron de manera determinante pues ese nudo se desató y comenzó a prevalecer la incertidumbre.
A partir de las elecciones legislativas intermedias de 1997, la ciudadanía captó la apertura y, de manera progresiva, la estructura central del régimen político –Congreso y Poder Ejecutivo– fue invadida por la pluralidad, la alternancia y los gobiernos divididos.
A partir de entonces, ningún presidente, ya del PRI o el PAN, pudo conducir de manera vertical y con suficiencia el rumbo del Estado mexicano. Al contrario, se vieron obligados a compartir y negociar con más o menos éxito decisiones y políticas públicas.
Más aún, tuvieron que encarar o tolerar la desproporción de fuertes poderes y actores transnacionales, nacionales y regionales lícitos e informales y hasta ilícitos. El poder, en varios periodos, se convirtió en no poder presidencial.
Además, con la llegada del siglo 21 la transparencia y la rendición de cuentas se insertaron en la agenda pública y reforzaron el sistema democrático pluralista.
Las elecciones federales cada tres años resultaron cada vez más ciertas en sus reglas e inciertas en sus resultados. La competencia y la incertidumbre, aunque sin la debida integridad y responsabilidad, se convirtieron en la regla del juego político que por momentos se degradó riesgosamente.
Y así fue: en dos décadas, entre 1997 y 2015, todos los presidentes perdieron la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados –incluido Peña Nieto en 2015 en términos reales– y luego –salvo el polémico triunfo del PAN en 2006– perdieron su correspondiente sucesión.
En la década que en 2020 llega a su fin, la explosion de la tecnología digital y las redes sociales intensificó la libertad de expresión y el desafío a los poderes estatales que han reaccionado (in)mediatizando la política en detrimento de su consistencia.
Ahora bien, en 2018 la sucesión presidencial registró una alternancia inédita pues por primera vez en la historia reciente un partido distinto a PAN o PRI, desprendido del PRD como es Morena, accedió a la Presidencia de la República e imprevistamente ganó la mayoría en las dos cámaras del Congreso.
La irrupción de un nuevo partido de alcance nacional, la reposición de un gobierno unificado y operado con habilidad en torno al eje del combate a la corrupción y la impunidad, más sus compromisos con la austeridad republicana y la gran mayoría popular y electoral vulnerada por el (neo) liberalismo económico disfuncional, ha realineado el sistema real de partidos.
Hacia el 2021, cuando el presidente López Obrador y su partido en proceso de consolidación se preparan para ratificar su mayoría absoluta en la Cámara de Diputados y arrancarle al PAN, PRI o PRD un buen número de 15 gubernaturas en disputa, la incertidumbre también está presente.
Con todo y la persistente elevada preferencia ciudadana en favor de AMLO, es incierto que esta se pueda traducir en votos a favor de los candidatos de su partido.
Aunque MORENA lidera las encuestas para la Cámara de Diputados y 11 de las 15 gubernaturas, las alianzas dinámicas opositoras, el alto número de votantes indecisos y los efectos socioeconómicos del COVID-19 podrían revertir esas tendencias.
Y, para concluir, si el presidente y su partido prevén quedarse sin la mayoría en la Cámara de Diputados, tampoco hay certeza de que antes de que fenezca la actual legislatura, el programa legislativo de la 4T sea acelerado y complementado en sus principales contenidos.
O bien, que las alianzas electorales opositoras triunfantes se conviertan en coaliciones legislativas cogobernantes.
De todo eso y más, en democracia no hay certezas plenas. Estas no son compatibles con la libertad y la pluralidad. Cierto es que deberemos mejorar en integridad, legalidad, transparencia y rendición de cuentas.
Aun así, la incertidumbre democrática puede coexistir con la gobernabilidad y la conducción de un país tan complejo como México.